Sobre Elizabeth Hughes y la esperanza de la humanidad
Les presento a Elizabeth Hughes. Tiene ocho años. Hizo su debut como cantante en un partido de hockey del viernes pasado. Su voz es quizá angelical, pero lo admirable de esta niña no es tanto su voz como sus nervios: de hielo (nervios muy ad hoc, sin duda).
Vean el video. La niña espera que el público se ponga de pie y guarde silencio, un locutor la presenta y Elizabeth Hughes se lanza a cantar el himno nacional de EEUU. Moldea su voz, pronuncia admirablemente cada palabra, cambia gradualmente de tono. Lo está haciendo muy bien, hasta que, de pronto, por ahí del minuto 1:28, después de cantar las palabras «gave proof», se corta totalmente el audio.
La niña se da cuenta de la falla, escuchamos una risita por ahí, Elizabeth Hughes comienza a ponerse nerviosa. Después escuchamos no una risita, sino una carcajada de una señora grosera y socarrona. Para entonces, lo normal hubiera sido que el público estallara a carcajadas, que comenzaran a chiflarle a los técnicos de audio o, en el mejor de los casos, que comenzaran a aplaudir. Elizabeth Hughes se hubiera puesto todavía más nerviosa, quizá incluso hubiera terminado llorando.
Pero no fue así. Los cientos de personas que asistieron ese día al partido de hockey se pusieron de acuerdo –no sé muy bien cómo– y todos al unísono comenzaron a cantar el himno nacional. El micrófono de Elizabeth Hughes falló, pero la niña encontró remplazo en el coro de los asistentes. Ante un momento de crisis, la humanidad normalmente responde con desesperación y desanimo. Este no fue el caso; no, aquí la humanidad mostró ilusión y esperanza. Y así, ilusionados, todos cantaron esos míticos versos finales: «in land of the free and the home of the brave».
Sada y el bombón 