Tras publicar 24 ediciones, hemos decidido decir: «ahorita volvemos, vamos por cigarros».
En mayo de 2010 comenzamos a discutir la idea de publicar una revista que hablara sobre el estilo de vida en las ciudades del Bajío. En diciembre de ese mismo año salió el primer número de Sada y el bombón. Después de cuatro años, 24 ediciones, ocho suplementos especiales, más de 500 artículos y dos rediseños editoriales, la revista –ay, cómo decirlo– entregó la herramienta. Dobló la esquina. Se nos fue. Sada y el bombón estiró la chalupa.
«No llore comadre, el compadre sabe lo que hace».
Y es que todo pasa. Hasta la ciruela pasa. Editamos esta revista porque fue la mejor forma que encontramos para abarcar y comprender y de veras sentir el paso del tiempo. Con Sada y el bombón tratamos de entender, interpretar e integrar la cultura urbana que vivimos en el Bajío. Una revista es una especie de testimonio; a la larga, un vestigio.
Editar es, pues, comprender para conversar. En la versión impresa y en la web propusimos distintas conversaciones. Algunas, como las que trataban sobre el tema del transporte y la movilidad en las ciudades, por ejemplo, obtuvieron cierta resonancia entre nuestros lectores. Publicamos varios artículos contra la cultura automotriz, contra el valet parking, contra la idea provinciana de vivir —¡for pavor!— en el siglo pasado; artículos a favor del transporte colectivo, el peatón, la bicicleta, la calle, el diálogo con los vecinos. Publicamos incluso un suplemento especial que elogiaba esos dos verbos que para nosotros son centrales: pasear y conversar. «Estamos hechos de pasos y palabras», escribimos por ahí.
Escribimos muchas cosas, y tratamos de presentarlas de la forma más clara y sencilla posible. La revista fue muchas veces reconocida por su diseño. Y diseñar, a fin de cuentas, se trata de eso: de facilitar la lectura. Entre cientos de revistas socialité que se dedican a imprimir el Facebook, nosotros quisimos una que se leyera. Y más: que se discutiera. En algunos momentos, en ciertos artículos, lo conseguimos.
Otras veces solamente compartimos hallazgos. Los reunimos, los mezclamos. Publicamos textos —tanto en web como en la edición impresa— que nos parecían interesantes, conmovedores o graciosos. Tuvimos así decenas de colaboradores. Por ejemplo, compartimos un gran cuento de Gonçalo M. Tavares, una simpatiquísima columna mundialista de Daniel Saldaña París y varios textos de nuestra colaboradora más asidua: Julieta Díaz Barrón.
Editar: leer en compañía.
Y escribir también en compañía. Sobre todo de los lectores. En estos cuatro años, no nos importó tanto lo que nosotros escribimos, sino lo que el otro leyó, pues lo que el otro leyó es en realidad lo que escribimos.
En estas 24 ediciones de Sada y el bombón nos llenamos de palabras, diseños, ideas, conversaciones: formas de relacionarnos con el mundo. Ahora, cual señor que sale por cigarros y nomás no regresa a casa —aunque en cualquier momento puede volver, y ese es justo el temor—, nos vamos.
Muchas gracias por la atención dispensada —o como se diga— a lo largo de todas estas páginas. Fuímonos. El último que apague la luz.
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