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Librerías –espacios que comercializan memoria e imaginación

La única profesión que podría quizá parecerse a la del librero es la del agente de viajes. El oficio del librero exige tener un catálogo de viajes tan heterogéneo como cambiante. Aunque se especialice, digamos, en ciertos temas, autores, movimientos, el librero es el primero que sabe que cada libro es un mundo autónomo y que las diferencias entre uno y otro son inconmensurables.

De esta forma, toda librería se construye a partir de tres valores fundamentales: el libro –algo ya no tan obvio–, la multiplicidad y el movimiento. En otras palabras, la personalidad o identidad de una librería se construye a partir de la cantidad, diversidad y rapidez de los viajes que el librero realice. ¿A dónde fue?, ¿qué libros consiguió?, ¿qué recuerdos desenterró?, ¿cómo arma el catálogo que nosotros –los lectores– tenemos que ir desarmando?, ¿con qué libros reemplaza las piezas del rompecabezas que nosotros nos llevamos? En las múltiples y cambiantes respuestas a estas preguntas está la personalidad de cada librería.
 

La librería vs. La biblioteca

La diferencia principal entre una librería y una biblioteca es el mercado, es decir, el comercio de libros. Una biblioteca conforma un catálogo; una librería se deshace de él para conformar otro que terminará deshecho para formar otro que… El catálogo de libros de una biblioteca, así sea pública o privada, se transforma de manera lenta porque una biblioteca es, a fin de cuentas, un monumento: algo tan pesado y tardo como la Historia misma. Caso contrario, la librería es ágil, ligera: lo que quiere es no tener libros para tener estantes vacíos que rellenar. Podríamos decir entonces que el librero padece de una especie de bulimia editorial.

 

Los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido.

~Stefan Zweig

 

Una librería articula la industria editorial: es la bisagra entre las editoriales y los lectores. O, si se quiere, entre las bibliotecas públicas y las privadas, pues muchas librerías nacieron afuera de las bibliotecas: «deje de rentar libros, mejor cómprelos». Las librerías como embajadas comerciales de imprentas y bibliotecas.

Originalmente, cada imprenta conformaba su propia editorial: imprimían libros y ellos mismos los vendían. Poco a poco aparecieron distintos intermediarios, entre ellos las editoriales, los distribuidores y los libreros. Anteriormente, el precio de un libro se conformaba por los honorarios de un autor más el costo de impresión. Ahora la imprenta y el autor son prácticamente los que menos figuran en el costo final del libro. Hoy, el grueso del precio de un libro está conformado por el trabajo que realizan los editores, los distribuidores y los libreros. Una librería, por ejemplo, se lleva entre el 30 y 40% de las ganancias de la venta de un libro. Originalmente, ese 30 o 40% servía para pagar los viáticos de un librero que viajaba en busca de libros que podrían interesarle a sus clientes. Ahora los clientes viajan mucho más que los libreros, pero no regresan con maletas llenas de libros. Todo, por supuesto, se ha vuelto más complejo.
 

 

Librerías ejemplares

Así como los libros pueden clasificarse por autores, temas, géneros literarios, lenguas en los que fueron escritos, etcétera, podríamos formar arquetipos libreros para hablar de los rasgos generales de la personalidad de cada librería. Presentamos aquí nueve arquetipos de librerías: nueve visiones distintas de cómo comercializar libros.

La librería espacio. Una librería donde lo concreto (el salón, el edificio) vale más que lo abstracto (las múltiples conversaciones que producen los libros). Es la librería como atractivo turístico: las visitamos no para comprar un libro, sino para sentir que estamos dentro de una postal. Aunque hay librerías dentro de espacios admirables (El Péndulo de Polanco, por ejemplo), no existen librerías de este tipo en el centro de México. La librería espacio ejemplar es El Ateneo Grand Splendid en Buenos Aires, una librería dentro de un teatro. Es como si hubiera una librería en el Teatro Juárez o en el Teatro de la República: iríamos más a ojear el edificio que a hojear libros.

La librería tiempo. Usualmente llamadas «librerías de viejo». De viejos libros, se entiende, pues casi siempre el cliente de estas librerías es un joven universitario en busca de un ejemplar barato, o un recién graduado cambiando todo lo que leyó en la universidad por unas cuantas monedas. Estas librerías tienen, pues, dos facetas: la de comercializar libros usados y la de ser anticuarios editoriales. La calle Donceles, en el centro del DF, está llena de este tipo de librerías. Los centros históricos de Guanajuato y Querétaro también tienen varias. Pero nuestra favorita no está ahí, ni en Donceles ni en los centros provincianos, sino en la Roma Norte, en la calle San Luis Potosí 105: la librería Urbe, especializada en libros raros, antiguos, fuera de comercio.

La librería social. En estas librerías el diálogo no sólo es con los libros, sino, y sobre todo, con las personas alrededor de los libros. Librerías como espacios culturales. Estas librerías son como bibliotecas públicas con libros a la venta. O sólo como bibliotecas, a secas, pues en ellas se leen y discuten más libros que los que se compran. La librería del Fondo de Cultura Económica Rosario Castellanos en la Condesa es el mejor ejemplo de esto: es una librería que vende más cafés que libros (y libros vende bastantes). En el Bajío, lo más cerca que hemos estado de este tipo de librerías es El Faro de Alejandría, en Querétaro, cuando estaba en Circuito Jardín.

La librería independiente. Son aquellas que basan toda su actividad en una certeza: un libro, cualquiera que sea, es una creación particularísima que no se rige por ninguna generalidad: todos los libros son sólo ejemplo de sí mismos. En otras palabras, el librero independiente distribuye libros de uno en uno. Son pocas las librerías que ponen toda su atención en cada uno de sus libros –y por lo tanto en cada uno de sus clientes. Mencionaremos dos: la Casa de Lectura Profética en Puebla (que es también una gran librería social) y El Faro de Alejandría en Querétaro (en Plaza Boulevares).

La librería fetiche. La mayoría de las librerías, por lo menos en el Bajío, son eso: fetiches. O caprichos. O lugares-bienintencionados-que-distribuyen-cultura. Aunque la mayoría sean autosustentables, no son negocios. Venden libros, quizá incluso tengan a una que otra escuela como cliente y vendan entonces al mayoroo, pero nada más. El dueño o director o librero, oficios casi siempre encarnados en la misma persona, rara vez consigue un libro que le produzca de veras alguna emoción. Son librerías en el sentido que tienen libros qué vender, pero si un día el dueño se levantara y viera sus libros convertidos en helados, no tendría casi ningún problema en convertirse a su vez en heladero. La librería fetiche casi siempre termina siendo una librería genérica, común y corriente. Un comercio más. Se distinguen de las librerías independientes por la raquítica multiplicidad del catálogo y, sobre todo, porque no permiten que sus clientes recorran los estantes: son más bien pequeñas bodegas de libros con un cajero a modo de librero.

La librería monoteísta. Al ser multiformes, todas las librerías deberían de ser politeístas. Pero no, hay algunas misteriosas que son monoteístas, es decir, que venden sólo un libro. Una librería comunista en el Beijing de los 60s, por ejemplo, vendía sólo una visión del mundo: la maoísta. En el Bajío, nuestro monoteísmo no es social, sino espiritual; tenemos varias librerías cristianas o religiosas.

La librería de librerías. «Librería de librerías»: suena muy profesional, y lo es, pero es algo común: son las librerías de cadena. Gandhi, El Sótano, El Péndulo, la mayoría de las librerías del Fondo de Cultura Económica. Algunas, obviamente, están mejor editadas que otras. Todas reúnen en un mismo espacio a distintas librerías especializadas: la librería de viajes, la librería de fotografía, la gastronómica, la literaria, la infantil, la francesa, la inglesa… incluso ya la mayoría distribuye películas y discos. Son librerías genéricas en el sentido que congregan una y otra vez (en cada sucursal) exactamente las mismas singularidades. Eso sí, algunas logran distinguirse: la Gandhi por los precios que manejan, El Sótano por su sección infantil, El Péndulo por su edición literaria, el Fondo de Cultura Económica por la calidad de su catálogo, y la Librería Nuevos Horizontes por ser queretana.

La librería política. A través de la edición de su catálogo, todas las librerías conforman una visión política. Aunque existen librerías Estatales (las Educal, la Librería Cultural del Centro de Querétaro), esta visión es cada vez menos clara; ya no existen librerías que funcionen como espacios de resistencia intelectual, y tampoco, por lo menos en el centro de México, librerías que tengan una agenda política patente y beligerante. (Aunque quizá, pensándolo bien, todas las librerías físicas son ahora espacios de resistencia intelectual.)

La librería virtual. Para muchos, la mejor librería del centro de México se llama Amazon. Puede ser. Pero si ya estamos en esas, recomendamos una mejor: The Book Depository (bookdepository.co.uk). Es una librería virtual inglesa que distribuye libros en varios idiomas. Su catálogo no es tan amplio como el de Amazon, pero tiene una ventaja magnánima: los envíos son gratuitos. Sí: pagas el costo del libro y el envío es gratis. Además, regularmente lanzan buenos descuentos. Vale la pena, pues, abrir la página una vez a la semana y pedir un par de libros.
 


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