Existen placeres reservados para los ricachones: volar en primera clase, ir al sauna los martes, al masaje los jueves, pasear en un convertible, pescar en yate, descansar los fines de semana en una casa de campo, guccichiarse un poco, louisvuittonearse un mucho, adquirir una dosis de bótox, evadir el pago de impuestos… los ricachones suelen tener una imaginación extravagante y a veces grosera.
Para los de cartera normalita, nuestros placeres se limitan a viajar una o dos veces al año, en comer de vez en cuando en un restaurante y en beber de vez en siempre en el bar más cercano. Sin embargo, si tienes ya un hijo, una hipoteca o si te vino encima la crisis en turno, estos grandes placeres suelen sacrificarse en pos de una «felicidad profunda».
Se podrá sacrificar el viaje internacional del año, la salida semanal y la bebida nocturna, pero con un poco de imaginación se puede rescatar algunos pequeños grandes lujos que sólo tienen el simple, soso y vano objetivo de hacer el día a día algo mucho más ameno y placentero.
Con un poco de imaginación y sensibilidad, algunos pequeños placeres resultan por demás grandiosos.
Sal a pasear. Caminamos cada vez menos, y es una pena. Si puedes, vete caminando a tu trabajo; si no, da un paseo una hora antes de cenar. Caminar, no por deporte, sino por placer, estimula y reconforta al mismo tiempo.
Escribe una carta a mano. No se trata de ser cursi o anacrónico, se trata de dedicarle el tiempo suficiente para expresar un sentimiento auténtico y personal. Más vale palabra en mano que cientos de letras en megabytes volando.
Desconéctate. Por lo menos dos veces al mes, desconecta el teléfono y el internet. Ambos son una especie de conciencia del tiempo. Sin ellos el día pierde rigidez y el tiempo pierde estructura, es decir, tu presente se extiende.
Procura la siesta. La siesta no tiene cabida en la vida urbana contemporánea. Es como una excepción, algo casi indebido, pero insospechablemente placentero. Para no despertar adormilado, que tus siestas no duren más de 20 minutos.
Enajénate. Pocas cosas más placenteras que estar totalmente perdido en un libro, en una conversación, en un disco. Te hace sentir muy bien: en calma, disipado, feliz. Absórbete leyendo, tejiendo, sólo escuchando música.
Crea una pequeña rutina. Aunque no estés de acuerdo con la repetición, haz una excepción con algo. Por ejemplo, selecciona uno de tus restaurantes favoritos, siéntate siempre en la misma mesa y haz que el mesero te pregunte «¿lo de siempre, joven?».
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