Alberto, en Facebook, se llama La Betarraga; en Twitter, tratando quizá de desplegar su lado femenino, se le conoce como @vertita; en los blogs comenta con el nombre de Dr. Cito; todos sus mails terminan indudablemente igual: «Saludos, A».
Mr. Bruce es chino. En realidad se llama Pino (松), pero cuando se vino a occidente adoptó el nombre de Bruce. Su familia y sus amigos en China lo conocen como 松; sus clientes y proveedores, como Bruce Cadwell.
Daniel Dávila se cambió el nombre a los 27 años. Antes se llamaba Ricardo Huillca. Pensó que al quedarse sin familia debía también quedarse sin nombre. Encontró otra familia y encontró otro nombre.
A pesar de que ahora sea tan fácil cambiarse el nombre, a pesar de que la liberación china haya popularizado el uso de heterónimos y a pesar de que la vida virtual se imponga cada vez más a la tan menospreciada vida real, los nombres siguen siendo relevantes. A pesar de tanta prostitución lingüística, las palabras siguen significando. Eres el lugar donde creciste, eres la gente que conociste, eres las experiencias que viviste, pero también, y quizá sobre todo, eres el nombre que recibiste.
Piensa en el nombre y el hijo vendrá después, por añadidura, como una irradiación del nombre. Aquí seis consideraciones para bien nombrar a tu actual o futuro hijo:
Considera la realidad. Quizá sea muy original ponerle un nombre, por ejemplo, maya a tu hijo, pero si vives a dos mil kilómetros y a diez siglos de los mayas y nombras a tu hijo Ixtab, es como decirle «mijito, eres un desfasado».
Evita la pesadez. El nombre, siempre, es una carga; trata que esa carga sea lo más ligera posible. Evita las tradiciones familiares, por ejemplo, sobre todo si todos los Pedros (que son como siete) han sido doctores.
Nombra sencillo. En lugar de preocuparte por el significado, la popularidad o la tradición del nombre, preocúpate por su sencillez. Nombres como Pedro, Fernanda o Ana son tan sencillos que prácticamente son invisibles. Libres.
Otorga carácter. Un nombre con carácter es un nombre contundente. La contundencia no tiene nada que ver con la fuerza o el vigor, sino con la claridad. Evita los nombres confusos, nadie quiere estar deletreando su propio nombre.
Considera la forma. La mayoría de los libros con recomendaciones de nombres se enfocan en el significado, pero también es importante la forma del nombre: cómo suena, cómo se ve escrito, qué se siente al dibujarlo.
Piensa en los efectos. Piensa cómo le dirán en la escuela, cómo le gritarán en el futbol, qué diminutivos utilizarán sus novias cursis, cómo podrá ser su firma. Si le pones José María, atente al Pepe, al «¡hey, tú, María!» y al Chema.
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