La máxima socrática dice que quien conoce el bien hace el bien. Nada más falso, sobre todo cuando se presenta una desgracia. Sabemos que ante una emergencia debemos mantener la calma, actuar con inteligencia, «no correr, no gritar y no empujar», etc. Si estás en tu casa y tu pareja se colapsa, sabes que debes ir al refrigerador, buscar «ambulancia» en la lista de teléfonos de emergencia y llamar de inmediato. ¿Pero qué pasa si el teléfono está ocupado? ¿Sales corriendo, gritando y empujando en busca de un taxi para que te lleve al hospital? ¿A cuál hospital? ¿Al más cercano o al del seguro de gastos médicos?
¿Cómo se utilizan los servicios de emergencia? Las respuestas son tantas como desgracias individuales hay; no recomendamos nada concreto aquí porque sería no sólo imposible, sino irrelevante (¿o qué, cuando tu pareja se colapse, a poco vas a ir en busca de esta revista?). Lo único que sí podemos recomendar aquí es imaginar posibles y terribles escenarios y trazar un plan tan meticuloso como sea posible. ¿Qué harías, por ejemplo, si invitas a cenar a un amigo y éste se atraganta y se desmaya? Imaginar es la mejor educación emocional que existe. Por eso el valor de los simulacros: actuar como mimo ante una desgracia que no está ahí, pero que puede aparecer en cualquier momento.
Hay desgracias que se pueden prevenir: remodelando el drenaje pluvial de tu casa, apagando las velas de tu esotérica esposa, guardando tu coche el 15 de septiembre. O comprando un seguro (no previenen, pero sí recomponen). Pero hay otras desgracias, cataclismos súbitos, imposibles incluso de presentir: una pipa de gas que explota justo afuera de tu casa, una turbina que se desprende de un avión y cae en tu sala, una tormenta de granizo que acabó con tu rosal (oh, Voltaire). La mejor que podemos hacer en esos casos es recordarnos que hay cosas más importantes. Porque siempre las hay.
Es domingo. Estás en tu casa, tranquilo, disfrutando la mañana, podando tu rosal. En eso, de repente, el timbre suena como si lo tocara un baterista punk. Es Ramón, el tierno hijo de tu vecino. Sus papás no están; salieron y en su lugar se quedó, tal parece, un pequeño alacrán. El niño está pálido, sudoroso y todo indica que en cualquier momento te va a… ¡Santa cachucha, ya cantó la guácara! El problema con los alacranes es el veneno que esconden, y no sólo en sí mismos, sino el veneno que esconden en el otro. Como «tus perjúmenes, mujer», el veneno del alacrán reacciona dependiendo de cada individuo. Eso sí, en todos los casos hay envenenamiento: llévate inmediatamente a Ramón al hospital a que le inyecten el popular suero antialacrán.
Como dice el doctor dicharachero: «mucho ayuda el remedio casero que no estorba». Si a una quemadura de tercer grado le untas aceite de oliva, sábila, miel, puré de papa, yogur, cátsup y aderezo mil islas, sólo vas a lograr que el doctor se tarde más en tratar correctamente la herida. Los remedios caseros funcionan para los males caseros. O, para decirlo con otras palabras, existen emergencias que pueden ser tratadas por la siempre bien intencionada tía Tula y emergencias que requieren –y suplican– el tratamiento de un profesional. Y esto da pie para otro dicho popular: «quien en salud escatima, poco se estima».
Tu esposo despliega testosterona encima de una escalera: cual hombre de la casa, está cambiando un foco. Tú sostienes la escalera hasta que, oh coincidencia, los dos estornudan al mismo tiempo. Tu esposo vuela por los aires y… «¡córcholis, me rompí el brazo!». En lo que tú llamas y esperas a la ambulancia, tú esposo ya se fue manejando al hospital. Hay que saber medir el tamaño de la emergencia. Una epilepsia, un infarto o alguien inconsciente amerita el excesivo costo de una ambulancia. Prender la sirena resulta invaluable no tanto por la rapidez del servicio como por la preparación certera ante la desgracia. Si la urgencia (la que sea) sobrepasa tu atención, llama a la ambulancia.
«Somos todos valientes hasta que la cucaracha vuela», tuiteó @florencia. El verano es, así, la estación más cobarde, pues es justo ahora cuando la cucaracha gusta de convivir con nosotros. Y resulta difícil, sobre todo ahora, exterminarla, pues es milenaria: «más sabe la cucaracha por vieja que por Samsa» (?). Además de limpiar constantemente la casa y no dejar agua ni alimentos a la vista del curioso insecto, recomendamos la operación #FumigaConElVecino. Si fumigas sólo tu casa, la cucaracha se irá con el vecino, se reproducirá y, la muy temeraria, volverá. Busquen entre todos asesinar a la maldita, no se conformen sólo con desterrarla.
En pleno siglo XXI, entrar al baño, hacer lo propio y quedarse sin papel es algo común y, hay que decirlo, bastante corriente. Pero entrar al baño sin celular es algo inaudito. Tu smartphone, no te hagas, es tu mejor amigo; llévalo siempre contigo. De esta forma, si carente de papel te encuentras, mandas de inmediato un mensajito a quien más confianza le tengas. ¿O acaso eres de esos que le teme a la webcam caprichosa y nunca invita a tu celular al baño? Si sí: a la vieja usanza, carga siempre contigo un periódico (situaciones extremas requieren soluciones extremas). Todo esto si te pasa en la oficina; si sucede en la casa, pues regaderazo (ni modales).
De la vista nace el antojo. Algo (o alga) así dice el refrán. En otras palabras, la experiencia de comer comienza mucho antes de oler, probar y t...
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En provincia es muy común el concepto «dominguear». Significa manejar a 20 km/h por el bulevar, visitar por milésima vez el terreno que todavía no ter...