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Imagen © La Fábrica

«El año de Ricardo» en La Fábrica

En Instrucciones para John Howell, Julio Cortázar resume que el teatro no es más que un pacto con el absurdo, su ejercicio eficaz y lujoso. Absurdo en el sentido de la extravagancia, la sinrazón o, más bien, el exceso de razón. El año de Ricardo comienza desde su primer diálogo bajo esa sensación de disparate: Ricardo, diminuto y jorobado, chilla y grita en un hospital. A su lado está Catesby, una especie de mayordomo mudo, sin lengua. Ambos avanzan por el escenario entre movimientos de brazos y piernas. Ricardo a mitad del fastidio: «No sé, Catesby, no sé. No sé cómo hacerlo. Esto de coger en brazos a una cría sin piernas». Dos cuerpos en traje sastre, casi caricaturas, intentan burlonamente levantar a la niña sin piernas. «¿Cómo lo hago? ¿De rodillas, de pie? De rodillas tiene un aspecto más religioso, de sacrificio. Sí, sí, sí, de rodillas es mejor».

El año de Ricardo, la desbocada historia de un empresario que escala al poder en forma de dictadura, se estrenó en el 2007 como uno de los primeros proyectos de la dramaturga Angélica Liddell, actual referente del teatro español contemporáneo y ganadora del León de Plata en la Bienal de Venecia del 2013. Entre el performance y las puestas en escena oscuras y mórbidas, Liddell ha montado una veintena de obras alrededor del sexo, la muerte, la violencia, el poder y la locura. Con ese, digamos, repertorio artístico, el texto de El año de Ricardo llegó siete años después al foro de La Fábrica y su director Alonso Barrera.

Además de la tropicalización del texto —pasar de España a México y añadir los guiños de nuestra ridícula política nacional—, El año de Ricardo es, en su primera lectura, una obra de proporciones minúsculas: dos actores, menos de cuatro muebles que se intercambian entre escenas (capítulos) y el vertiginoso monólogo de Ricardo que, entre periodos de euforia y depresión, construye la historia y el escenario. En su segunda lectura, la obra es explosiva, barroca, recargada, cuidadosamente inestable; una vaga versión contemporánea del Ricardo III de Shakespeare: deforme, bufón, infantil y siniestro. Lo mismo hace un berrinche a un grupo de niños —«¡El carro de combate es mío! ¡Mío! ¡Mío! ¡Mío!»—, demanda ante un auditorio infestado de políticos de izquierda y derecha —«Entonces, ¿merezco un partido o no lo merezco? ¿Qué partido me vais a dar?»— o explica con rabia a unos espías —«Sólo os acordáis de los judíos porque los muy cretinos se pusieron a escribir. Sobrevivieron y se pusieron a escribir»—; todo un lenguaje basado en la violencia verbal y gestual, encarnada por la actriz María Aura que, entre la locura y la certeza, interpreta a Ricardo como un hombre voluble hasta los huesos, de furia irrisoria, a punto de estallar en una mirada o una mueca prolongada, falsa y agresiva.

El año de Ricardo es para el foro de La Fábrica el resultado de una clara obsesión con los textos de Angélica Liddell, la culminación de un proyecto personal, cuidado hasta el más mínimo detalle: desde el vestuario y maquillaje hasta luces y sonido. Una inesperada vomitada de palabras bestiales, entretenidas, humanas y con potencia política. De esas veces que estallas en risa sin darte cuenta que la tragedia del chiste es uno mismo.

 


El año de Ricardo se presenta todos los jueves, viernes y sábado de noviembre a las 9:00 pm en el foro de La Fábrica en Querétaro (Av. Industrialización 4, Alamos 2da. sección). Reservaciones al (442) 245 1978 y en info@lafabrica.org.mx.

 


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