Baja California es el David Bowie de los destinos de México. Con sierras, playas, desiertos, dos litorales, cultura fronteriza, estudios cinematográficos y miles de hectáreas de viñedos, ninguna región del país es tan polifacética, disímbola y huidiza como ésta.
Este carácter múltiple de Baja California ha generado una cultura gastronómica compleja y alucinante. Nunca, por ejemplo, un aroma boscoso estuvo tan cerca de un sabor costero. Viajamos a Tijuana y bajamos hasta el Valle de Guadalupe para hablar, sobre todo, de comida y bebidas. Pocos viajes son tan placenteros, incluso dichosos, como éste.
Hay una frase de Carlos Monsiváis sobre la amistad con Sergio Pitol que describe muy bien la ciudad de Tijuana: «el festejo común de la excentricidad». Hay tantos visitantes buscando cada uno cosas tan específicas que, en suma, Tijuana resulta un destino curioso, peculiar y desaliñado. Sobre todo si luego se compara con San Diego, la ciudad mejor proporcionada y equilibrada de Norteamérica.
Una noche en Tijuana y un día en San Diego es una parte indispensable de este viaje. En Tijuana recomendamos cenar en alguno de los restaurantes con cocina Baja Med, que es algo así como la versión mexicana de la comida mediterránea. Un risotto con nopalitos y pulpo carbonizado, por ejemplo. Recomendamos los burritos y los pescados del restaurante La Querencia y las pizzas de mariscos de El Taller. Y más tarde, después de la media noche, unos tragos en la cantina El Dandy del Sur (recordemos Down in Mexico).
En San Diego, además del shopping, el zoológico, SeaWorld, LegoLand y los malecones costeros, recomendamos caminar, comer y beber en el Gaslamp Quarter, conocer una misión franciscana y visitar alguno de los viñedos cercanos.
Tras Tijuana y San Diego –el prólogo o el aperitivo del viaje– nos dirigimos rumbo a Ensenada y el Valle de Guadalupe. El camino a los viñedos está plagado de tentaciones gastronómicas; si no le ponemos un alto a la gula y nos dejamos ir como gorda en tobogán, nunca llegaremos a ver una vid. Quizá sea mejor así:
Entre tanto platillo nos desviamos del objetivo principal del viaje: la visita a los viñedos del Valle de Guadalupe. La ruta del vino de Baja California no sólo comprende los viñedos del Valle de Guadalupe, sino que se extiende hacia otros valles, como el Valle de San Antonio de las Minas y el Valle de Santo Tomás. Sin embargo los valles están tan pegados y con cada cata se disuelven tanto las fronteras, que tomaremos el nombre de Valle de Guadalupe como si todos los viñedos estuvieran ahí.
Entre semana, la mayoría de las casas vitivinícolas cierran a las 13:00 hrs. Y en muchas hay que hacer previa cita. Recomendamos visitar, por lo menos, Casa de Piedra y Paralelo (del reconocido enólogo Hugo d’Acosta), la enorme L.A. Cetto, Adobe Guadalupe, Pijoan, Mogor-Badan, Sinergi-VT, Emevé, Tres Valles, Château Camou, Barón Balché y nuestras dos preferidas: J.C. Bravo y la Vinícola Torres Alegre y Familia.
Conviene hacer dos escalas antes de comenzar con el primer viñedo. La primera, en una farmacia para comprar un recubrimiento estomacal. La segunda, en San Antonio de las Minas para probar y llenar el estómago con un delicioso pay de manzana.
A media tarde, recomendamos comer en el restaurante Laja –hay que reservar– o en el restaurante Almazara. El primero sirve platillos de temporada con ingredientes endémicos de la región y productos cosechados en su propio huerto. Para nosotros, Laja es el mejor restaurante de México. Lo decimos sin asomo alguno de exageración.
El restaurante Almazara no tiene una cocina tan exquisita como Laja, pero sí una materia prima sobrecogedora. Y tiene, además, un paisaje imponente, pues está en medio de cientos –quizá miles– de olivos. Por esa vista, por el eco de los ingredientes todavía flotando en el paladar y por los vinos que ofrecen en su carta, sospechamos que el concepto de sobremesa se creó en este lugar.
Debido a la oferta de vinos y platillos, sugerimos recorrer la ruta del vino durante dos o tres días. Y entre uno de esos días proponemos dormir en alguno de los hoteles boutique que están en el valle; por ejemplo, en el viñedo Adobe Guadalupe. Y las demás noches en un hotel en Ensenada, pues está muy cerca de los viñedos.
Vinos de veras exquisitos, sobre todo si se prueban en su propio viñedo y se toman en alguno de los restaurantes del Valle de Guadalupe o Ensenada:
Vuelos. Todos los jueves y domingos despega y aterriza en Querétaro un avión que va y viene de Tijuana. La salida es nocturna (21:30 hrs.) y el regreso es a medio día (14:30 hrs). El aeropuerto de León (BJX, del Bajío) tiene dos vuelos diarios a Tijuana, uno madrugador (6:30 hrs.) y otro a medio día (13:50 hrs.). Los regresos son también dos y son también diarios: el desvelado (para llegar a las 6:00 hrs.) y el mañanero (para llegar a la 13:30 hrs.).
Problema carretero. La carretera escénica Tijuana-Ensenada (la vía más corta y rápida hacia el Valle de Guadalupe) continúa en reparación, por lo que es necesario desviarse por La Misión. La distancia por esta vía alterna es casi la misma, pero el tiempo de llegada –sobre todo si hay tráfico– puede ser del doble.
Distancias. Ensenada está a una hora de Tijuana (109 km). De Ensenada al primer viñedo (en el Valle de San Antonio de las Minas) se hace menos de 20 minutos.
Épocas vínicas. El vino está conformado por bacterias: es un ser vivo. Por lo mismo, no tiene una «mejor» o una «peor» época para tomarse. Lo mismo pasa con los viñedos. Después de ir a dos o tres vendimias, por ejemplo, nosotros preferimos visitar los viñedos cuando prácticamente no hay nadie, es decir, entre enero y marzo. Son, junto con diciembre, los meses lluviosos. Los viñedos están ralos, deshojados y despojados, lo que nos permite enfocarnos en lo verdaderamente importante: no lo que el vino aparenta, sino lo que el vino hace adentro de nosotros. Y ahí, dentro, revolviéndose entre ostiones, erizos y aceitunas, el paisaje es bastante soleado.
Si es la primera vez que vas a los viñedos, recomendamos ir durante las vendimias (agosto). Si quieres evitar el gentío, ve entre abril y junio. O en septiembre. En cualquiera de estos meses la lluvia es prácticamente nula.
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