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El transporte –los medios de transporte alternativo que tenemos en la ciudad

El funcionamiento de una ciudad depende en gran medida del movimiento interno que ella misma sugiere. Una buena planeación urbana es aquella que propone –al estilo de Ítalo Calvino– un flujo rápido, leve, exacto, múltiple y consistente.

En una ciudad el carácter múltiple es fundamental. En términos de transporte, la diferencia entre una ciudad y un pueblo estriba en la diversidad de vehículos que contiene. En otras palabras, las ciudades del Bajío serán mejores –más rápidas, leves, exactas– cuando sus ciudadanos se desplacen no sólo en automóvil.

Urge resignificar las calles, darle menos valor al auto y más a otros medios de transporte. Nosotros lo hacemos aquí reuniendo las impresiones de distintas personas que se trasladan por la ciudad de diferente manera. Medios alternativos de transporte urbano, desde el pesero hasta el patín del diablo.
 

El transporte público –por Luis Bernal


Martes, 9:00 am. Calle Felipe Ángeles. El camión de la ruta 7 llegó 5 minutos antes y nadie lo alcanzó. El siguiente, el de las 9:15, pasó a las 9:20 pero venía tan lleno que (sabiamente) no se paró. El de las 9:30 llegó 5 minutos después, a punto de explotar. Me subí, ni modales. Pasamos Felipe Ángeles, la ruta hace 6 paradas en «lo que vienen siendo, joven, tres cuadras» (¿porque al peatón no le gusta caminar?). Se suben dos señoras viejitas y se les hace lugar (las bestias no son los que vamos adentro). Luego se sube una embarazada con un niño chiquito, se queda parada 10 minutos hasta que alguien, por fin, le da su lugar (entonces sí hay bestias). Para este punto, el chofer ya tuvo que maniobrar por una calle que parece colina, manejar un armatoste por un desnivel con curva pronunciada incluida, pasar los topes como rampas (porque ya va mal en sus tiempos), frenar un vehículo que hace ruidos rarísimos (¿se estará rompiendo?) y aventurarse en la jungla camionera de Ezequiel Montes. Yo intento mantener el equilibrio agarrándome a un tubo que quisieron pegar con diurex (¿porque no hay presupuesto?). Y así me la llevo, abriéndome paso entre la obesidad del pasillo hasta que el camión me expulsa (escupe) en Santa Rosa de Viterbo.

(Así, entre paréntesis, aclararé que sé manejar y que podría tener un auto. Hasta tengo licencia. Salí tan bien en el examen teórico que me exentaron en el práctico, en serio. Creo que a eso se reduce mi relación con los autos: como pasajero me fascinan, como conductor me superan. Además soy distraído, pongo la música a todo volumen, mi miopía no me deja ver bien en la noche, me desoriento. En fin, todas las casualidades de mi vida me llevaron a lo siguiente: yo manejando soy un muerto anunciado. Para mí, comprar un auto es lo mismo que comprarme un ataúd. En la era del auto personal, ¿dónde quedan los que no manejamos? ¿Aplastados en el cruce peatonal?)

Martes, 5:30 pm. Av. Zaragoza. La ruta 7 viene desfasada (otra vez). No me vuelve a pasar lo de la mañana así que recurro al taxi que veo frente a mí (ah, la comodidad). El taxista trae ganas de hablar, me cuenta de su época de trailero y el jefe que lo introdujo a las metanfetaminas (¿me quedo o me bajo?). Veo en mi ventana una calcomanía con las tarifas de la ciudad: vieja, ilegible y diminuta (¿será a propósito?). Llegamos a Tecnológico, el taxi se atora en el tráfico mientras un camión de la ruta 7 se abre camino, espanta al resto y se sigue derecho (mejor me hubiera ido ahí). Así sigue el recorrido entre tambaleos y un casi-choque (¿nos subimos a un taxi para evitar accidentes?). Llego a mi casa, «son $60» (entonces sí fue a propósito lo de la calcomanía). No estoy de acuerdo, reniego pero cedo (¿yo contra el trailero en metanfetaminas?).

Lo peor del transporte público es su inconsistencia. Los precios, los horarios, las instalaciones, las paradas, las habilidades del chofer, todo es tan incierto. Viajar en camión (o hasta en taxi) se vuelve un recorrido lleno azaroso y absurdo. Tanta improbabilidad que a uno no le queda más remedio que decir: ¿esto es en serio?

El pesero es un vehículo que desborda pasajeros que van al trabajo, a la escuela, a su casa, a comprar algo. Un montón de rostros que ante las adversidades (porque eso son), han logrado moverse en un sistema olvidado por políticos y poderosos ciudadanos. Si las rutas funcionan es gracias al chofer y los pasajeros que aguantan los desfases, las calles no aptas, las unidades a punto de desbaratarse. Subirme a la ruta 7 es un acto de resistencia y firmeza social: conservo el equilibrio en medio del tambaleo urbano porque si yo no lo hago, ¿entonces quién?

Cada año me convenzo más que el transporte público es el reflejo de nuestro nivel de urbanidad (y humanidad). Nosotros hechos esmog, rutas, ruido y mucho acero laminado. Somos el «ya no hay lugar» del camión y el acelerado taxista en el empedrado, el sobrepeso de la unidad y las tarifas ridículas del banderazo. Si el transporte público es el sistema circulatorio de una ciudad, entonces en Querétaro nuestras venas son gruesas y visibles, fáciles de reventar.

Posdata: Red Q es una supuesta renovación del sistema de transporte urbano que, en teoría, resolvería varios problemas de vialidad en la ciudad. No sé en qué momento nos creímos que pintar una carrocería de naranja ayudaría a nuestros problemas de vialidad en la ciudad.
 
 

La motoneta –por Eduardo de la Garma


Además de disfrutar de cierta agilidad y libertad –recorrer las calles sin estar metido en una coraza, circular siempre con la ventana abierta, potencialmente en fuga–, además de hacer del tráfico y los embotellamientos algo irrelevante –incluso quizá algo deseable–, además del placer vertiginoso por acelerar al máximo, tomar una curva y terminar tendido en el asfalto, además de todas las cualidades, pues, de moverse en moto por una ciudad, la que sin duda más disfruto es tener el acelerador –la potencia– en la mano. Es como escribir.

La peor parte de andar en moto podría resumirse con un título wildeano: La desgracia de llamarse Edgar. En otras palabras, la certeza de que tarde o temprano me caeré. En ese sentido, los motociclistas somos como las víboras: cada tanto nos arrastramos por las calles, rasgamos el pantalón y la chamarra y nos deshacemos de unos buenos pedazos de piel.

En poco más de cinco años de andar en moto, me he regodeado en el asfalto en dos ocasiones. En la primera resolví, con una destreza apabullante, caerme para no atropellar a un peatón. En la segunda un coche ignoró la luz roja de un semáforo y me tiró. La consecuencia en las dos fue la misma: sangre, costras y una nueva piel. Digamos que con la moto disuelvo mi propia vaina. Me despojo de mí mismo.

Dicho así, me desdigo: caerse no es la peor parte de andar en moto –acepto con cierto orgullo mi destino. El principal conflicto que tengo moviéndome en moto por la ciudad es sufrir la falta de cortesía y la nula capacidad imaginativa de los conductores con un automóvil más grande –aunque no más grandioso– que el mío.

Tres ejemplos ordinarios: la camioneta que ni siquiera me ve en su espejo lateral y me empuja al acotamiento, los «nuevos» camiones de RedQ que hacen que sea un fumador bastante activo de esmog y, tercero, los coches que no respetan el letrero que dice «entrada y salida de una moto».

En moto los coches son microbuses, los microbuses son trailers y los trailers son la encarnación de Satanás. Aunque se diga que las ciudades son una invención moderna, en sus calles todavía vivimos en la prehistoria. Semos bestias medianamente domesticadas. Algo (o alga) así como Laika, aquel perro ruso que se fugó de esta tierra a bordo del Sputnik. Sobra decir que Laika fue el primer ser terrestre que murió en órbita.

La moto podrá tener muchas desventajas en nuestras ciudades, donde reina el coche más grandote, pero por lo menos en ella sí se oyen ladrar a los perros.
 
 

La bicicleta –por Paulina Macías


La bici tiene una personalidad extraña: es bipolar. Para los niños, es un objeto de diversión, un juguete; el regalo de cuando los Reyes Magos se ponen guapos. Para los adultos es un poco ambivalente. Puede ser un medio de transporte –el de los pobres, casi siempre, sobretodo antes de la era hipster– o una herramienta para practicar deportes extremos. Yo la uso para todos los casos anteriores. Tengo una bici de montaña que me lleva y me trae a casi todos lados y que uso, de vez en cuando, para divertirme y ejercitarme.

Andar en bici en la ciudad puede ser adornado con muchos adjetivos. Los que se usan más comúnmente se parecen a peligroso, arriesgado, atrevido. No me parece que transportarse en bici sea particularmente peligroso. Lo que sí es que requiere el doble o el triple de atención que lo que manejar exige. En bici todo es una posible amenaza porque en ella el conductor es, también, la carrocería. Las peores amenazas: los peatones distraídos, los camioneros compitiendo y todo objeto que sobresalga de un auto: una mano, un espejo retrovisor, una puerta que se abre de manera abrupta, una viga salida de la cajuela de una camioneta.

Sin embargo, los adjetivos por los que yo elijo la bici como medio de transporte están en el orden de: rápida, ligera, flexible. Llevo un par de meses usando sólo la bicicleta como medio de transporte y no hago más de 20 minutos a ninguno de los lugares a los que necesito ir –claro, no voy a ningún lugar que esté a más de 20 kilómetros de donde vivo y trabajo. Además, siempre llego de buenas, las subidas y las bajadas, al principio odiosas, son ahora un juego de esfuerzo y premio y casi nunca llego ni tan sudada, ni tan cansada como para que sea un problema.

En la bici, por otro lado, las inversiones y pérdidas nunca son mayores al costo mismo de la bici (dependiendo de qué tan buena –o costosa– sea). Lo mejor de andar en bici, pues, es que casi todas las consecuencias de andar en ella son menores.

En este país, este medio de transporte es muy viejo. Muchos se han movido siempre en bici. La cosa no ha escalado a políticas públicas y gran infraestructura porque además de ser los menos, quienes tradicionalmente se transportan en bici no tenían un perfil precisamente político. Ahora andar en bici está de moda y todos queremos ciclopistas y consideración. Me parece que la idea es buena. Seguro yo iría más lejos y con menos miedo si hubiera una manera segura de pasar el cruce de la 5 de Febrero y Constituyentes. Sin embargo, el bajo perfil que ha mantenido la bici es muy conveniente: ofrece gran libertad. No es buena idea ir en sentido contrario ni pasarte los altos, pero siempre puedes hacerlo, incluso en frente de los policías; nadie dice nada. Las bicis siguen siendo invisibles, para bien y para mal.
 
 

El patín del diablo –según Daniel Bravo


¿Cómo es desplazarse por una ciudad en un juguete? Le pedimos a Daniel Bravo que por un par de semanas se transportara exclusivamente en monopatín. Aquí algunas notas que fue apuntando:

• En el patín del diablo busco siempre las calles más lisas, los adoquines más usados, la cantera más pareja. Si encuentro esto, voy tres veces más rápido que los que van a pie. Eso sí, gasto más energía, me agito más.

• Tus pies son la gasolina y los frenos del vehículo. Es un transporte tan barato o caro como tú mismo.

• En el recorrido, más que observar la ciudad y la gente, estoy atento a los baches o grietas.

• Ir en la banqueta es totalmente distinto a ir en la calle. Son atmósferas diferentes. En la banqueta voy lento, estoy al pendiente de no atropellar a nadie, esquivo postes, subo y bajo rampas. En la calle me cuido la espalda, voy rápido, puedo agarrarme de algún vehículo para un empujón; me siento con más libertad, todo es más amplio, pero peligroso.

• Frente a los adultos, soy ridículo; frente a los niños, un héroe.

• Tienes que saber manejarlo bien para disfrutarlo. Tienes que saber cuándo subirte y cómo bajarte. Se requiere equilibrio, destreza, muchos reflejos, agilidad y coordinación. ¡Es súperdivertido!
 
 

La patineta –por Neto Velasco


Me da mucha tristeza escribir que no hay infraestructura para andar en patineta en nuestra ciudad: las calles llenas de baches, las banquetas mal planeadas y mal desarrolladas no dan para patinar de un sitio a otro. Lo he intentado pero es más el tiempo que estoy abajo de la patineta al esquivar los baches o las piedras que el que realmente estoy arriba de ella.

Querétaro usa la patineta como deporte extremo, son realmente pocos los que la usan como medio de transporte. Simplemente no se puede.
 
 

La ronda –por Juan Piña


Todos los días voy y regreso del trabajo en el auto de alguien más. Lo hago por comodidad y porque no tengo auto propio, aunque si tuviera lo haría por decisión económica; utilizaría «la ronda».

Me voy y regreso con compañeros de mi mismo trabajo. En la oficina somos 20 personas, de los cuales cuatro viven por Pie de la Cuesta; su ruta es bajar por esa avenida y tomar Bernardo Quintana. Yo vivo en Av. Universidad casi esquina con Nicolás Bravo, entonces tomo el camión en esa esquina y me bajó antes de cruzar Bernardo Quintana para de ahí irme con alguno de mis compañeros, con el que haya quedado desde el día anterior. Cada semana coopero con la gasolina del auto en el cual me fui toda la semana ($200 si fue carro particular y $0 si fue carro oficial). Por las tardes me regreso con la misma persona o con quien esté al momento que yo salga. Me dejan en Álamos, de donde tomo un camión y me bajó en Av. Universidad.

Dependo de otras personas para moverme a mi centro de trabajo, pero, como hay varias personas con auto, no me veo afectado o atado a una sola opción. La ronda es como un transporte propio del trabajo.

 


 

Caminar es un acto muy noble y elegante –una entrevista a Jacobo Zanella

 
¿Por qué o cómo decidiste invertir en tenis y no en gasolina?

Hace muchos años tomé la decisión consciente de no tener auto. Cuando decides no tener auto tienes que tomar otras decisiones también, para que funcione: vivir cerca del trabajo, vivir en un barrio que tenga todo lo que necesitas cotidianamente, etc. Una vez hice cuentas de todo lo que gastaría si tuviera auto, y lo que me salía en un año era más de lo que gastaba en viajes, y entendí entonces que no valía la pena. Nunca he necesitado un auto, nunca he sentido que dejo de hacer algo por no tener uno. Una o dos veces al año podía haberme sacado de un apuro, pero el resto de las veces no: se habría convertido en una carga.
 
¿Qué ganas desplazándote a pie?

Puedo seleccionar la dirección de movimiento, mientras que en el auto estaría condicionado por las direcciones preestablecidas. Además, caminando ves muchas cosas y personas que en el auto no ves. Puedes detenerte a observarlas detalladamente, incluso desde distintos ángulos. Y claro, no tengo que pensar en pagar estacionamientos ni en dónde estacionarme. Reacciono rápido, puedo irme o llegar a un lugar generalmente antes que los demás.
 
¿Qué pierdes?

Pierdo lugares. No puedo llegar a Jurica caminando (aunque no tengo a qué ir allá). Una caminata de más de 30 minutos se vuelve impráctica: tomo el taxi. Antes de 30 minutos las ventajas superan a las desventajas. Caminar me limita positivamente: en lugar de tener 10 opciones para comprar pan tienes tres. Es como vivir en un pueblito de 10,000 habitantes.
 
¿Hay infraestructura específica para caminantes en esta ciudad?

Una vez quise caminar de un restaurante a la casa, había calculado unos 20 minutos de trayecto. Llevaba apenas tres minutos caminando cuando llegué a punto donde no había paso para peatones, ni puentes ni nada, sólo un risco: no había forma de cruzar del otro lado. Tuve que regresar. El ejemplo contrario sería esa vereda que hicieron a lo largo del río [Av. Universidad]. Es agradable para caminar por ahí, creo que es la primera infraestructura que veo hecha especialmente para los que no nos transportamos en auto.
 
¿Cómo es la relación con otros caminantes?

La gente no sabe caminar porque ni siquiera se imaginan que caminar es algo que puedes saber o no. Se pueden parar en cualquier lugar exterior como si estuvieran en interiores, es decir, sin conciencia pública. No hay una educación realmente de cómo comportarse afuera: es mucho más común que te enseñen a comportarte en la propia casa o en una casa ajena que en espacios públicos. La gente no piensa en los demás cuando camina en la ciudad: lo ven como un acto individual, cuando, en realidad, se trata siempre de un acto colectivo. Podemos aplicar esta observación no sólo a caminar sino a cualquier otro acto social.
 
¿Qué significa caminar por una ciudad?

Caminar es un proceso cognitivo. De todos los medios de transporte, es el que usa más sentidos (recordemos que el motriz es una especie de sexto sentido, un sentido espacial): mientras que trasladarse en tren cae en el rango de lo práctico a lo contemplativo, trasladarse caminando se vuelve una experiencia cognitiva: induce aprendizaje, análisis, reflexión, conocimiento, ya sea de uno mismo o del entorno, de conceptos o problemas específicos, de ideas abstractas o de descubrimientos repentinos. Carlos Fuentes y Michel de Montaigne, por mencionar dos, caminaban, luego escribían. Caminar me parece el proceso cognitivo-creativo más subutilizado.
 


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