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Imagen © Querétaro antiguo

De calles y de barrios en Santiago de Querétaro

Muchas cosas han cambiado en la ciudad de Querétaro desde su fundación. Una de ellas tiene que ver con su nomenclatura de calles, a la que don Valentín F. Frías (1862-1926) dedicó uno de sus interesantes libros.

A principios de 1800, las calles de lo que ahora es el Centro Histórico, recibían nombres tan singulares como estos: calle de las Verdolagas, de los Capulines, calle del Grillo, de los Canaritos, de las Ratas, de las Ánimas, Mira al Agua, Salsipuedes, de los Cinco Señores, del Desdén. La actual calle de Juárez, desde Zaragoza hasta avenida Universidad, recibía diferentes nombres en cada una de sus cuadras: comenzaba llamándose calle del Rastro y de ahí continuaba la calle Jaime, la de los Cinco Señores, Carmelitas, Alhóndiga, la del Tesoro y la Miraflores, para terminar en la calle del Puente.

Esta nomenclatura –siempre referida a hechos sucedidos en las casas y barrios de la ciudad vieja– prevaleció hasta que alguien decidió renombrar calles y avenidas y rendir homenaje así a héroes, hechos, fechas y personajes de la Historia mexicana.

Así las cosas, la calle del Purgatorio dejó de serlo para dar paso a la avenida don Miguel Hidalgo; la calle del Sol Divino es ahora la de 16 de Septiembre; la calle de la Buena Muerte se convirtió en Cuauhtémoc (que dicho sea de paso, este príncipe azteca tuvo más bien una muerte muy mala) y la de las Lagartijas se borró para dar paso a un héroe de nuestra Independencia: Vicente Guerrero.

Pero no sólo eso ha cambiado. La llegada de nuevos vecinos a Querétaro dio paso al desarrollo de barrios o colonias a las afueras del perímetro original. Primero hacia el Cerro de las Campanas, después hacia el del Cimatario y ahora hacia los cuatro puntos cardinales. Miles y miles de nuevos habitantes fueron llegando y estableciéndose en nuevas colonias como Álamos, Mansiones del Valle, Cimatario, Jardines o Niños Héroes.

Ahora que el siglo XXI nos ha alcanzado, la ciudad no deja de crecer y –tristemente para algunos como yo– la mancha urbana ya alcanzó los cerros: la construcción de torres y edificios comienza a multiplicarse. Con la aparición de nuevos barrios, aparecen también los nombres de calles y colonias que, a mi parecer, ya no nos gustan tanto como los de antes. Hace días me enteré que hay una colonia que se llama Ampolletas; pero no sólo eso, una de sus calles se llama Frascos. También descubrí la colonia Solidaridad 90, la colonia Venceremos y otra denominada Karina.

Los nombres de las calles en las nuevas zonas de Querétaro también son peculiares y sospecho que responden al capricho de quien las bautizó, ya sea haciendo referencia al nombre de la colonia o bien a la ocurrencia de algún señor. Así tenemos la colonia Tecnológico, con sus calles Estadística, Psicometría y Zoología; la colonia El Rocío II, con calles como Bristol, Cannes, Glasgow y Bonn; la colonia el Oasis, en San José el Alto, con calles como Desierto de Arabia, Desierto de Australia o Desierto de Roca Negra. En la colonia Karina hay una calle que lleva por nombre Belinda; en la de Movimiento Obrero existe una denominada Blas Chumacero; la calle de la Vía Láctea está en Bolaños y hace esquina con Amanecer.

En Querétaro hay una calle que se llama Miami, otra Pensacola y una más con el nombre de Cabo Cañaveral. Hay calles bautizadas con oficios: Torneros, Mecánicos, Costureras, y también algunas que hacen referencia a órdenes religiosas: Lasallistas, Legionarios, Carmelitas. Otra calle, en otra colonia, porta el nombre Amargura, y tiene una pequeña privada, llamada Privada de la Amargura.

La llegada de nuevos tiempos a Querétaro ha traído el progreso, el desarrollo y las fuentes laborales, pero también se ha llevado muchas otras, en las que se cuentan los valores cívicos, las tradiciones, costumbres y la ciudad afable e inspiradora que recuerdo cuando era un chico.

Las calles de Querétaro se han modificado, aunque la mayoría conservan su traza original. Algunas de las antiguas placas de nomenclatura aún subsisten, se niegan a desaparecer. De vez en vez, andando distraído por el centro, he levantado la vista de repente y me encuentro con esas viejas placas que me hacen sentir nostalgia; testigos mudos de tiempos idos que al parecer nos hacen mirar a lo lejos, cuando en realidad nos hacen mirar hacia adentro, porque como dice Sábato: «la memoria es siempre lo que resiste al tiempo y a sus poderes de destrucción». Por eso ahora exijo que la próxima vez que quedemos de vernos, busquemos un lugar público en la calle de la Liebre, en la del Papagayo o en la de las Malfajadas. Están todos advertidos.
 


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