Fue hasta la tercera vez que vimos Gravity –semos lentos– que caímos en la cuenta que, contrario a lo que se dice al principio de la película, la vida en el espacio no es imposible por las temperaturas extremas, el estridente silencio o la nula gravedad. No. La vida en el espacio es imposible por lo mismo que en la Tierra: por la basura que insistentemente creamos. En Gravity un astronauta se muere, otro se pierde en el infinito y Sandra Bollocks habla como Deepak Chopra por culpa de la chatarra espacial que hemos puesto en órbita. La basura es lo que te mata.
En esta linda, tierna y diligente cultura del desecho en la que vivimos, hemos visto cómo proliferan los basureros de autos. No sólo no nos hemos conformado con ser el basurero automovilístico de Estados Unidos, sino que hemos ido abriendo, a diestra y sobre todo siniestra, distintos «cementerios vehiculares», unos más sospechosos que otros.
Linda, tierna y diligente es la industria y la cultura automotriz. Esa –todavía vigente, tristemente actual– metáfora de la modernidad y el progreso. ¡Ay, mis autos!
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