Me parece que la palabra pasó por la misma transición. Primero estaba el agua, ahí, sin ser nombrada. Olas, ritmo, reflejo, fluidez, continuidad, consistencia, viscosidad. Toda el agua sin ser agua. No había un vocablo que la nombrara. Imagino una evolución de años para que los sonidos guturales, los gritos y los gemidos se convirtieran en el sonido agua. Gemidos que cambiaron entre región y región y que se convirtieron en diferentes sonidos: eau, water, aqcua.
Las palabras son poemas: abstracciones de la realidad. Olvidamos luego ese proceso y todo comenzó a ser más complejo. Nacieron los sinónimos, las oraciones, los idiomas. Olvidamos que agua fue una imagen y se convirtió en concepto. Encontramos la necesidad de hacer poemas, de ver la cotidianidad de manera diferente, de detenernos a reflexionar sobre lo que nombrábamos, de volver a la imagen.
Los poemas entonces se depuraron. Fueron dos o tres líneas o dos o tres palabras. Haikus, Monterroso, Pacheco. Los poemas volvieron a ser palabras y las palabras volvieron a estar conectadas con lo que describen.
El happening es el poema del arte; tal vez la palabra del arte que se expone en museos. Creamos la imagen, depuramos las técnicas, exploramos la luz, la perspectiva, la textura, los colores. Luego, destruimos lo aprendido. Volvimos a las formas básicas, nos salimos del lienzo, lo invadimos, lo ensuciamos, lo rompimos y siguió sin ser suficiente. Habíamos olvidado que el arte era una forma de estar en el mundo y no un mundo. Allan Kaprow se dio cuenta y quiso volver: mezclar el arte con la vida. O regresar al arte a donde pertenecía: recordar que el arte fue una representación de la realidad: una palabra.
Ensayo sin título y otros happenings es un compendio de guiones de happenings que sucedieron en la década de los sesentas, un par de textos que explican de manera clara y sin pretensiones la idea de arte de Kaprow y una introducción iluminadora de Luigi Amara.
Cada happening descrito en el libro crea imágenes poderosas (como un poema), humorísticas y tan llenas de extrañeza que parecen cotidianas: una chica bailando twist a la mitad de un estacionamiento, un tipo estrellándole hongos en la boca a una chica con camisón transparente, un baile de choferes que se salen de sus autos para meterse al auto contiguo. Cada happening se titula con una sola palabra. Cada happening nos recuerda que los complejos andamiajes del arte representan algo tan cercano y sencillo –y lejano y complejo– como la realidad.
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