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Ante el mal servicio… ¿Cómo mantener la dignidad?

Escenario del infierno terrenal: un mesero (el único del todo el restaurante) tarda media hora en tomarte la orden, guardas la compostura, lo entiendes, el pobre está solo; después de una hora, te traen por fin de comer, pero no lo que tú pediste, mantienes la calma, hablas con el gerente, sales regañado, tú te serenas, te traen ahora sí el platillo que pediste, pero te cobran también el anterior. La paciencia se estampa: gritas, insultas, sacas a pasear el cobre… pierdes la dignidad, el decoro, el honor.

Esa es la peor parte del mal servicio: perder la paciencia y el honor exigiendo un servicio digno y terminar haciendo el ridículo. Porque perder el honor en esta época donde ya no sabemos siquiera cómo se siente esa palabra, honor, es eso: ridículo, una palabra que, esa sí, la conocemos de sobra. ¿Cómo, pues, salir íntegro, con galante pundonor, del banco, de las líneas de atención al cliente, del restaurante, del súper… de la gravedad social y amenaza mortal del mal servicio?

Compra en línea. El Internet es el paraíso digital del ermitaño. Haz uso de la web, compra a tus anchas y espéralo en la puerta de tu casa. Mucho cuidado: el mal servicio abunda en la paquetería, la mensajería y, seguramente, en tu conexión inalámbrica.

Domicilia los pagos. Evita las filas del banco, el humor atroz de las cajeras y la desesperante tecnología del CEAmático domiciliando todo ese tipo de pagos. La luz, el agua, el teléfono y el gas se pueden pagar automáticamente con sólo una tarjeta bancaria.

Evita el servicio a domicilio. Jamás pidas comida a domicilio, es una trampa disfrazada de comodidad. No te arriesgues a que en la moto se desparrame la salsa de soya o a que la señorita le haya dado mal el recado al motociclista. Pide por teléfono, pero ve tú por la comida.

Ve a los mismos lugares. Abraza la rutina, ve siempre a los mismos restaurantes. Las meseras irán conociendo tus antojos y caprichos, el dueño te invitará de repente algo y te sentirás como en tu casa. Sé fiel; ser constante evita corajes.

Esquiva a los empleados. Las librerías, vinotecas, incluso los supermercados, casi nunca tienen personal especializado; pedirle ayuda a un empleado es como preguntarle una dirección a un extranjero, terminará por confundirte aún más. Busca por tu cuenta; más vale solo.

«Un momentito, por favor». Pocas cosas tan groseras e insolentes como el spam telefónico. Cuando hablen para ofrecerte una tarjeta de crédito, una noche «gratis» o el descuento del siglo, responde amablemente «Un momentito, por favor» y déjalos ahí esperando.

Consíguete un punching bag. El punching bag del siglo XXI se llama Internet. Las reseñas cizañosas en Foursquare y las hostilidades en Twitter y Facebook no mejoran ningún servicio, pero sí reducen la bilis y el cabreo. Y eso es más que suficiente.

Dejad hacer, dejad pasar. Ante el mal servicio, hazte el sordo. ¿Te trajeron tu hamburguesa con queso? ¡No importa! ¿No te han traído la cuenta? ¡Da igual! Asume una actitud laissez faire ante las circunstancias. Sé dócil, pero no manso. Y renueva el estoicismo.

¡Desata la furia! La última opción: sé un buen perdedor y exáltate. Ponte dramático: «mire señor, yo soy una persona que normalmente se pone muy violenta, estoy tratando de contenerme, pero creo que ya no puedo más…», ¡y estalla!, que se lo tienen bien merecido.
 


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