El mito: las glorietas fueron pensadas para dar mayor fluidez a un cruce de caminos. Supuestamente existe un sentido (misterioso) dentro de ellas, un acuerdo social y civilizado donde, por lo menos los conductores de la propia ciudad, saben si se deben detener al entrar o salir de la glorieta.
La realidad: las glorietas son tierra de nadie; nadie sabe quién lleva la preferencia, sobre todo si aquí en el Bajío confluyen conductores que vienen de la Minerva y las glorietas de Reforma. La calle es una selva, y las glorietas se rigen por la misma ley.
El mito: nuestro capitalino interior nos insiste en volar desde el DF. Nos dice que la oferta de horarios y destinos es mayor, que los vuelos son más baratos y que hay más seguridad y mejor servicio. ¡Larga vida al Benito Juárez!
La realidad: resulta un poco insensato hacer un viaje para ir de viaje, sobre todo si los aeropuertos locales ofrecen buenos vuelos a distintos destinos. Viajar en autobús y quedarte a dormir cerca del aeropuerto del DF es igual o más costoso (y mucho más cansado) que volar desde Morelia, el Bajío o Querétaro.
El mito: ¿tuiteaste una leperada o te mostraste indecente en Facebook y tienes miedo que tu mamá y tus tías se den cuenta de la fichita que realmente eres? No os preocupéis, que los papás y «la gente mayor» no le entiende a eso de las redes sociales.
La realidad: tus padres, tus tías y hasta tus abuelos saben bien qué es eso del Twitter y Facebook –algunos inclusos tienen Weibo– nomás que fingen demencia para que tú ni si quiera sospeches las infamias que ellos mismos ponen.
El mito: contra los mosquitos, no existe repelente más efectivo que el ajo y la cebolla; además, es un remedio económico, natural, orgánico, sustentable, sin gluten… ¡Una maravilla!
La realidad: si le das un par de mordidas a una cebolla, te comes un diente de ajo, te embarras limón e inhalas cebollín, lo único que vas a lograr es ahuyentar a las personas –que muerden más rico– y atraer no sólo a los mosquitos, sino a miles de bichos más. El mejor remedio es el humo y el smog; ¿o a poco te ha picado un mosco en Satélite?
El mito: caminar, como dice Vila-Matas, «tiene el ritmo de la respiración humana»: es algo natural, primitivo. Decir que todos sabemos caminar es una obviedad, casi una bobada.
La realidad: no sabemos caminar; sabemos manejar, andar en bici, incluso –con la modita esta de los maratones– sabemos correr, pero no caminar, para eso somos incapaces, sobre todo si vamos en grupo: ocupamos toda la banqueta, platicamos con el de al lado sin notar que alguien atrás que quiere pasar, nos estrellamos con el de enfrente, cruzamos la calle cuando el semáforo acaba de ponerse verde…
El mito: la comida callejera podrá ser muy sabrosa, pero es sucia, grasienta, pringosa; en una palabra: inmunda. Es mejor, más sano e higiénico, comer en casa.
La realidad: sinceramente, con el ama de casa en peligro de extinción, ¿en qué casa siguen haciendo de comer? La gastronomía casera contemporánea no existe y, si sí, es tanto o más inmunda que la exquisita comida callejera. Además, entre más comas en la calle, menos daño te hace. Líbrate del estigma, disfruta del changarro.
El mito: «mujer al volante, peligro constante», y si tiene hijos, peor: la maternidad o el sereno les otorga una violencia vehicular sobreurbana.
La realidad: relacionar la violencia vehicular con las mujeres es entender sólo el 33% del problema; para comprender lo que pasa en las calles, hace falta extender el mito a los hombres y a esos especímenes o jinetes del apocalipsis llamados camioneros.
El mito: la cerveza es una especie de pan líquido que además tiene gas, es decir, no sólo engorda, sino que empanzurra.
La realidad: más del 80% de una cerveza es agua; una vaso de cerveza tiene poco menos de 100 calorías; prácticamente uno adelgaza tomándola. El problema es que, por lo menos en estos lares, la cerveza sirve como acompañamiento no de la comida, sino de la botana. Y los dorilocos, las guacamayas y los tacos dorados, esos sí, engordan.
El mito: si haces bizcos y alguien, por bullying o por lo que sea, te sopla o te echa un aire, te quedas así para siempre: estrábico.
La realidad:: si esto fuera cierto, sería facilísimo curar el estrabismo. Y no, ya ves los ojos divorciados de Jean-Paul Sartre o la mirada zamba y zurda de Fernando Savater.
El mito: en los pueblotes del Bajío sueltan al león por ahí de las 10 u 11 de la noche. Eso o el toque de queda es biológico.
La realidad: a partir de las 11 o 12 de la noche, la gente empieza a utilizar el mercado negro de comidas y, sobre todo, bebidas. La razón por la que no hay lugares abiertos después de medianoche es porque alguien –el gobierno o los Protocolos de Sión– ha decidido proteger a los adulterados y botaneros taxistas nocturnos.
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