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Viajar en clase media

Los aviones me gustan mucho cuando estoy pisando suelo. Cuando estoy trepada en uno, no. A los diez años por primera vez viajé en avión; el destino: California y, concretamente, Disneylandia. Me recuerdo emocionadísima pero sin oportunidad de demostrarlo porque también era la primera vez que mi papá se subía a uno de esos artefactos y, por ende, teníamos prohibido desabrocharnos el cinturón de seguridad, correr por el pasillo (como mi hermano terminó haciendo), dormirnos, pedir sobrecitos extra de azúcar o, ya de perdis, pararnos al baño. Mi papá estaba firmemente convencido de que cualquiera de esos exabruptos podría provocar involuntariamente que el avión se cayera o, peor todavía para él, que hiciéramos el ridículo y se nos notara que era nuestra primera vez en un avión.

Así que yo creo que cargo con ese pecado original, porque lo que es viajar en avión a mí no se me da o a las aerolíneas, más bien, no se les da viajar conmigo. Partamos de la premisa de que todo viaje que he realizado, ha sido en clase media. Oséase, clase «turista».

A continuación un resumen ejecutivo de la traducción de viajar en clase media:

  1. Cuando viajas en esta clase, las aeromozas de cualquier aerolínea de México hacia abajo de este Continente te miran feo. Como que piensan que, de ser por ellas, tú estarías atendiéndolas y no al revés. Número de cafés que «involuntariamente» me han tirado: ya perdí la cuenta. Es más, una vez, en la extinta Aerocalifornia, le caí tan mal a la señorita de peinado chueco que cuando le tocó mi fila declaró que el café ya se había acabado y que tés nomás tenían de manzanilla. Y no digamos las incontables veces que se saltan mi fila cuando ofrecen jugo de naranja extra…
  2. Cuando viajas en esta clase, haces muchas colas. La peor de las colas es para subirte. Siempre hay unas señoras gordas con bolsas extra que detienen el avance de la cola, porque los de la aerolínea no las dejan pasar y se quedan horas explicándoles que nadamás se permite llevar una bolsa arriba del avión y ellas, tercas, quieren demostrar que sus tres bultos corresponden a su neceser (ay, qué bonita palabra hoy tan desusada), a sus medicinas y a sus documentos de viaje. Y hazlas entender.
  3. Cuando viajas en esta clase, ves muchas chanclas con calcetas. Ya sean alemanes que regresan de Cancún, gringos que aunque anden en Mérida sienten frío en sus piececitos o deportistas que quieren que veas que, aunque sean chanclas, son adidas; nunca te escapas de la combinación chancla-calceta. Yo tengo mi top five que va de lo más a lo menos desagradable. Encabeza la lista la chancla «pata de gallo» de hule puro con calcetas blancas con hoyo. Segundo lugar: los flip flops que usan las adolescentes con calcetines al tobillo. El puesto tres va para los birkenstocks con calcetas negras (no se hagan, todos han visto más de uno). El cuarto es para las chanclas con sujetador en el tobillo, y el quinto, por qué no, los crocs
  4. Cuando viajas en esta clase, la gente se pelea por agandallar el Herald de Miami, o el Financiero edición Bajío. Ya quisiéramos que el pleito fuera por Le Monde o por el New York Times. Una vez vi a una señora que agarró dos ejemplares del mismo periódico… a saber si quería contrastar la información, o las fuentes, no lo sé.
  5. Cuando viajas en esta clase, te comes hasta la mantequillita Chipilo de tu micropaquete. I don’t need to make any additional comments here.
  6. Cuando viajas en esta clase, siempre te toca en la fila que corresponde al ala del avión y durante las horas que dura el viaje lo único que te entretiene es ver si la cola se ve más clara o más oscura, dependiendo de la inclinación del avión.
  7. Cuando viajas en esta clase, algo no funciona, invariablemente. En mi último viaje, me gané champán, todo el café que le pedía a la señorita y una almohada extra porque no funcionaba el audio para ver vídeo de toda mi fila y yo fui la pasajera voluntaria que se lo hizo saber al personal. Me ha tocado que no se recline el asiento, que no prenda el foco para la lectura, que no prenda el foco para llamar a la flight attendant; hasta ya me tocó que la pantalla del pasillo se vea verde.

En fin. No sé si sea de cultura urbana hablar de aviones. Y como broche estilo León Krauze, sólo quiero rematar que es tal mi vida triste en los aviones que parece que soy la única persona que reporta haber visto cómo deambulaba un perro (sí, un perro) en pleno patio de salida de los aviones.
 


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