Seamos sinceros, la figura del viajero es un embuste. El concepto ese del «trotamundos», del turista que encuentra el sentido del viaje en el viaje mismo, no es sólo una cursilería, es una falacia. La persona que viaja y vive viendo solamente no existe; el viajero no es sino un glotón con iniciativa, alguien que quiso ir a comer un poquito más lejos.
La mejor parte de cualquier viaje es siempre –siempre– la comida. Incluso si alguien viaja a un destino gastronómicamente «pobre» y entra a los «peores» restaurantes, la comida siempre será el mejor atractivo. Supongamos que vas a Cuba y, por ignorancia y mala suerte, sólo pruebas la peor versión del supuesto platillo típico: moros con cristianos. Estás en Cuba tres o cuatro días y comes siempre lo mismo: el mismo arroz y los mismos frijoles (y, si te va bien, el mismo plátano). Aún comiendo siempre el mismo pobre y simplón platillo –y comer siempre lo mismo es ya una pobreza en sí misma–, lo mejor de ese viaje (que no de Cuba, conste) será la comida. La memoria está en la panza.
Por eso, porque la descripción de una tortilla con sal será siempre infinitamente superior a la descripción de un paisaje, recomendamos aquí tres viajes donde la comida es, claramente, el protagonista.
Hidalgo es quizá el estado más pobre y olvidado de la región. A pesar de estar en medio de todo el barullo económico y político, Hidalgo se ha mantenido siempre al margen. Un dato ilustrativo: Hidalgo es el estado con mayor cantidad de hablantes de lenguas indígenas. Quizá por eso su gastronomía es un poco distinta a la del resto del centro de México.
Entre tanto platillo masudo y masoso que abunda en Hidalgo –xoholes, trabucos, pastes, bocoles–, recomendamos los gualumbos (la flor del corazón del maguey). Los gualumbos se pueden guisar con epazote, cebolla, chile y un poco de carnitas. Un taco con ese guiso, y acompañado con mezcal o, mejor aún, con pulque, es una prueba irrefutable de que Dios existe. Si te crees muy gourmet, pídete un risotto con gualumbos. El arroz nunca tuvo un mejor compañero.
Como ya escribimos aquí sobre la gastronomía campechana, recomendamos ahora el extremo geográfico opuesto: la comida de Baja California. Su principal atributo es saber mezclar los productos del mar con la fauna desértica y los animales de caza. Al parecer, Baja California tiene la materia prima para preparar cualquier platillo. Sospechamos que ahí era el verdadero Jardín del Edén.
A Baja California hay que ir con actitud buffet, es decir, hay que prepararse dos meses antes y ensanchar al máximo la capacidad de tu estómago. Ir preparado para atascarse de tacos de carne asada, pescado y camarón, chorizo de abulón, langosta Puerto Nuevo, callos de hacha, venado… Y todo acompañado con vinos de la región o, si ensanchaste muy bien tu estómago, con clamatos y cervezas locales.
Ceviche, en el viaje gastronómico por Perú.
De las gastronomías de moda (la croata, la vasca, la tailandesa), la que más nos gusta es la peruana. Quizá porque tenemos calor y se nos antojó un cebiche, quizá porque no sólo es el resultado de la mezcla entre indígenas y españoles, sino que también tiene –y mucha– influencia oriental, o quizá porque cada platillo es como un milagro; en cada bocado hay una revelación.
Perú es el mejor destino para el glotón tripolar; la cantidad de platillos es tan sorprendente como su variedad. La única relación que existe entre la pachamanca, el cebiche de extraviado, el tacacho con cecina y chorizo, los choritos a la chalaca y un platillo chifa es, además de la botella de pisco que los acompaña, el comensal, es decir, uno mismo: un glotón con antojo esquizofrénico.
La mayor desgracia a la que puede ser sometido un ser humano es a la de estar completamente satisfecho. El antojo es consecuencia de una salud extraordinaria. Así, mientras comes un cebiche, una langosta y una carne asada, recuerda el exquisito hot-dog que te comiste la semana pasada o imagina la gordita de maíz quebrado que te comerás mañana. Como bien dice el poeta Charles Simic, nuestra obsesión por la comida es «un signo supremo de dicha. Cuando nuestras almas son dichosas, hablan de comida».
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