Quizá porque Santo Clos tiene su fábrica de juguetes en el Polo Norte, la imagen de la Navidad está irremediablemente ligada con el invierno y la nieve. La Navidad es una espesa cortina blanca; copos que caen emitiendo un profundo silencio. Sensación más que ruido. Sensación de frío.
Pero eso sólo en el hemisferio norte. En el hemisferio sur la Navidad, obviamente, no se celebra el 25 de junio, sino el mismo 25 de diciembre, es decir, un día con mañanas candentes y noches ardientes. Es extraño, pues la dictadura del Polo Norte hace que Santo Clos se presente en pleno verano utilizando su inverosímil atuendo invernal. Sensación de escalofrío.
¿Cómo sería la Navidad de un neoyorquino en Río de Janeiro, de alguien que pasa de los -10 a los 40 ºC? Por acá no hace tanto frío ni tanto calor, pero sí podríamos experimentar una sensación similar viajando a algunos lugares de Sudamérica, Oceanía o Sudáfrica. En las siguientes páginas, los mejores destinos en el cono sur para darle la vuelta a las costumbres navideñas.
Los Villancicos. El mejor lugar para cantar «pero mira cómo beben» es en alguna ruta del vino. Recomendamos tres: el valle de Mendoza y el valle de Cafayate, en Argentina, o el valle de Maipo, en Chile. Si quieres ir un poco más lejos, visita el Stellenbosch, en Sudáfrica.
El árbol de Navidad. Los lugares más anticlimáticos para decorar el tradicional pino navideño son, indudablemente, las playas. Viaja a Río, Punta del Este o por lo menos a Cancún y decora una simpática palmera. Ponle foquitos al rededor del largo tronco y ahórrate las esferas, pues las palmeras las tienen ya incluidas, y saben deliciosas.
Nochebuena. Cambia Nochebuena por Nocheclara en el desierto de Atacama, al norte de Chile. Por cuestiones geoclimáticas ininteligibles (la corriente de Humboldt y etcétera), en el desierto de Atacama prácticamente no hay nubes. Si además de los cielos despejados se suma la poca o nula contaminación lumínica, obtienes los cielos más estrellados jamás. El paraíso de los astrónomos.
El mono de nieve. El mono de nieve bien puede ser de arena. Recomendamos la arena de las islas poco conocidas del hemisferio sur: la isla Margarita en Venezuela, San Andrés en Colombia, Fernando de Noronha en Brasil, las islas Galápagos en Ecuador y, aunque sin arena pero con carrizo (?), las islas de los Uros en el lado peruano del lago Titicaca.
El fruitcake. La antítesis del fruitcake es el cebiche peruano. Lonjas de Corbina, Lenguado o Extraviado cortadas en cubos y bañadas en «leche de tigre», es decir, en jugo de limón, apio, ajo, cebolla, jengibre, chile habanero y una pizca de ají rocoto. La verdad es que en cualquier época del año se antoja mucho más un fresco y desvergonzado cebiche que un ajado y vetusto fruitcake.
Acostar al Niño. A continuación la leperada de esta edición: el mejor lugar para acostar al niño (y a la niña) es Río de Janeiro. Ya lo dijimos cuando hablamos de viajes afrodisiacos: los maravilhosos ciudadanos de Río son las personas más encendidas, ardientes, tersas y rusientes del mundo.
Rodolfo el reno. Cambia al reno por algún curioso y endémico animal en la Isla de Navidad. Es una isla australiana, aunque está más cerca de Indonesia, y es como la Galápagos de Asia. Como está casi en pleno Ecuador y estuvo completamente deshabitada hasta finales del siglo XIX, hay especies únicas de fauna y flora. ¿Rodolfo el cangrejo?
Los Reyes Magos. En México el rey mago más inverosímil es obviamente Baltasar, el negrito (¿la incorrección política disminuye o aumentó con el diminutivo?). El Baltasar mexicano está siempre como boleado o lustrado; los niños siempre se dan cuenta del «truco». Para revertir esta situación, recomendamos pasar el Día de Reyes en Johannesburgo, Sudáfrica. Ahí podrás incluso irte de safari y ver a Baltasar encima de un elefante.
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La Navidad es una época de paz, alegría y muchísimo dinero. Posadas, cenas, regalos, piñatas, alcohol, pavos, turrones, más alcohol… es sin duda la época más costosa del año. Aprovecha el ánimo de tu familia y tus amigos, ve a todas las cenas, a todas lleva palomitas y ahorra todo lo que puedas. Invierte ese ahorro durante 6 meses y, cuando el cono sur esté helado, por ahí del 25 de junio, viaja a celebrar tu propia Navidad tardía. El viaje será inverso al propuesto aquí: en lugar de viajar en Navidad a un destino caluroso, pasarás las vacaciones de verano entre la nieve y la chimenea.
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