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¿De dónde vienen los alimentos? El lujo de tener todo cerca y, al mismo tiempo, la desgracia de perder todo contacto

Hay personas que piensan y reflexionan frente a las seductoras llamas de una chimenea; hay otras que para pensar necesitan un cigarro y un café; «yo pienso en la regadera», dicen algunos; «yo pienso en el auto», dicen otros; hay personas que necesitan caminar para que su cerebro comience a hacer sinapsis; incluso hay algunos –poetas, seguro– que requieren una lancha y una caña de pescar; hay personas que necesitan música, hay otras que necesitan un lápiz y un papel, y hay personas como yo que necesitan ir al súper –o a la cómer, qué más da– para ponerse a cavilar.

Estando ahí, pues, bajo una luz diáfana y un aire perfectamente bien acondicionado, no puedo sino pensar en la interconexión tan compleja que hemos alcanzado. ¿De dónde, por ejemplo, viene este salmón que estoy comprando, de dónde viene el jengibre, cuál fue el trayecto de este arroz?

Los complejos sistemas de distribución de los alimentos o fueron desarrollados por un globalifílico muy estúpido o por un matemático genial. La langosta que está hoy en mi carrito del súper estaba ayer muy contenta nadando en Alaska. Y viceversa: los langostinos que están hoy en los ríos huastecos estarán mañana en el restaurante más pretencioso de Shangai.

No hace mucho, la distribución era bastante sencilla: don Luis ordeñaba una vaca no muy lejos de aquí, la leche se embotellaba, el lechero timbraba –en mi caso platicaba de más con mi mamá– y después de hervirla un poco todos nos tomábamos nuestro chocolate caliente. Ahora, por ejemplo, el aguacate de Uruapan sabe mejor y cuesta menos si se compra en Estados Unidos.

Y no es envidia, no, los gringos se pueden comer nuestro aguacate –nosotros nos comemos su maíz–, el problema es que no sabemos a dónde fue nuestro aguacate y de dónde vino este maíz. El problema es la pérdida de conexión, la falta de sinapsis en este mundo interconectado. El lujo de tener todo cerca y, al mismo tiempo, la desgracia de perder todo contacto.

¿Qué significa no saber de dónde vino nuestra comida? ¿Qué representa no conocer la historia de nuestros alimentos? Podría significar que somos los primeros fieles de una nueva religión: tenemos fe en el sistema, los alimentos prácticamente caen del cielo directo a superama. Podría representar que el Dios Sistema tampoco sabe nada del asunto, es igual de soso que nosotros: el granjero que pone sus jitomates en un avión sin sentir envidia –viajarán todo lo que él nunca viajará–, el chofer del camión que no sabe lo que está transportando, el empleado del súper que no le interesa lo que está acomodando… todos viviendo como zombis. Estaré chapado a la antigua, pero esto me parece tétrico.

Y todavía más tétrico cuando pienso que la comida es sólo una metáfora, que en realidad de lo que estoy hablando es del pensamiento, de las ideas, de lo que somos, de nuestra historia. ¿De dónde vienen tus ideas? «Pues lo leí en Twitter», escucho por ahí.
 


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