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Imagen © Carlos Fuentes

Carlos Fuentes Macías

El pasado 15 de mayo –el Día del Maestro– sin avisar, sin decir ¡agua va!, así de repente, murió Carlos Fuentes Macías. Tenía 83 años, pero se movía y hablaba como si tuviera 50 o 60. Su muerte nos tomó por sorpresa; nos tardamos una semana en asimilarla.

Emulando el carácter coral de La región más transparente, reunimos aquí distintas impresiones de Carlos Fuentes.
 

Comprender los matices

Tenía trece cuando leí a Carlos Fuentes por primera vez, Las buenas conciencias. Tenía que hacer un análisis para la clase de Español. Recuerdo que esa tarde no solté el libro, mi morbo por saber qué pasaba me impedía separarme de él. Me impactó cómo podía reconocerme en esos personajes, en esa historia, una historia vigente en un México que ha cambiado mucho. El cuestionamiento es inmediato desde todos los puntos, visualizar esos matices en una sociedad victimizada por su idiosincrasia, el rol de una lectura que te abre los ojos hacia lo que está ahí y nadie habla, sobre lo que todos oyen y nadie escucha de verdad. Recuerdo que me impactó no por el tema en sí, sino por lo que somos y no nos damos cuenta. Creo que Carlos Fuentes sabía como hacérnoslo ver.

~Denisse Piña

 

Carlos Fuentes

No es nada fácil escribir como si se hablara, bien. Hablar como si se escribiera, menos. Ya casi no hay quien teja enunciados oralmente pulcros porque se murió el que mejor lo hacía en inglés, Hitchens, y el que mejor lo hacía en español, Carlos Fuentes. No sé otros idiomas, disculparán la limitación. Y justamente hablando de límites, en Fuentes se configuraban entre dos polos que se tocan: el pasado indígena de México y, sobre todo, el europeo. Por favor, que se reedite El espejo enterrado, para que entendamos por qué el pensamiento de Voltaire resuena en el Fortín de Veracruz.

La palabra «intelectual» tiene un poco de maloliente si se autoproclama. Fuentes lo exudaba sin la vulgaridad de proferirlo. Lo revelaba, haciendo: conferencias, reseñas, artículos periodísticos, presentaciones, entrevistas, documentales, cuentos, ensayos, novelas. Sí, era de calidades desiguales en la escritura; sí, él se autopremió en el Formentor. No voy a venir aquí a ser yo quien lo exculpe. Él se llevó todas esas razones a los 83, con el vigor de uno de 23.

Tenía un savoir-vivre cabal sin pregonarlo.

Como Wittgenstein escribió, hay cosas que se dicen y cosas que se muestran. El México que hizo Fuentes ya casi no existe. Se murió el 15 de mayo de 2012. Y me da pena porque esos que están aquí para decir lo que nadie sabe, los vociferantes, las calamidades eméritas, los que citan al cuadrado y los preclaros enfundados en gafas de pasta dura, nuestros intelectuales del momento que ya no pueden escribir reseñas sin comenzar con un enunciado de cuatro palabras y punto y seguido; confesión personal, nos sobran. Pobre México. Ya no hay gente que hable con enunciados correctos.

~Julieta Díaz

 

La muerte de Carlos Fuentes

La muerte: incomprensible, constante, a veces inesperada y fuera de contexto, pero siempre con el propósito de abrirnos los ojos, recordarnos que ahí está y que habita en nosotros. En La muerte de Artemio Cruz, Fuentes reclama que morir no sucede nada más una vez, hay otras cosas que nos matan en vida: la rutina, la mediocridad, el conformismo. No trascender. Carlos Fuentes no sólo deja su huella como escritor, hasta sus últimos días trató de despertar la «conciencia adormecida» de los mexicanos acerca de la demagogia, la corrupción y la falta de interés por hacer algo al respecto. Nos deja de herencia un país con una «retórica podrida, instituciones cobardes». Si «la memoria es el deseo satisfecho», ojalá que sus palabras se queden y hagan ebullición.

~Mariel Ibarra

 

La estirpe de Carlos Fuentes

Carlos Fuentes ha muerto. Los homenajes acaban y pienso en la casa de Hamburgo que ahora es una isla sobre Avenida de Los Insurgentes, en la ciudad de México. Quizá en una casa similar sucede la historia de Los de Ovando en La región más transparente, la familia que tuvo que huir de México al reventar la Revolución. Fuentes habla de una casa en la calle de Hamburgo que al regreso de sus antiguos habitantes, después de su exilio en Estados Unidos y Francia, se va fraccionando para sostener en algo más que aire la altura de un apellido. Esa casa sirve para que los dos hombres de la casa pasen una vida aislada, amparados uno por el whisky y el otro por la abuela que atesora el antiguo respeto que su nombre debía causar. Fuentes, que desde niño tuvo todas las condiciones para convertirse en el escritor que terminó siendo, con una opinión siempre, consciente que la escritura empieza con la lectura, en el linaje de los escritores relacionados con el poder; tuvo una visión para imaginar cómo pudo haber sido una posibilidad de vida: el dinero ahogado en el placer fácil y talento desperdiciado. Ahora muerto todos dicen lo que probablemente nadie le dijo de frente, que llevaba décadas sin escribir buenos libros. ¿Qué escritor necesita más de dos o tres buenos libros para sentirse tranquilo? Por supuesto no fue Juan Rulfo y siempre tuvo algo que mandar a la imprenta. Acabo esto pensando en el discurso de Caracas de Roberto Bolaño al recibir el premio Rómulo Gallegos, ahí menciona la estirpe de libros a la que se acababa de sumar el suyo: uno de ellos es Terra Nostra.

~Antônio Cabadas

 

Un observador, un historiador íntimo

Las lenguas son formas de pensar y entender el mundo. ¿Qué haces cuando se muere la última persona que habla una lengua histórica? Nada. Ver a esa lengua extinguirse. ¿Qué hacemos sin Carlos Fuentes? Perdernos un poco más en nuestras miserias, como mexicanos y como país. Ya no habrá nadie que nos explique qué pasa, que levante el velo de lo ridículo y de lo surreal para mostrarnos lo real. Carlos Fuentes entendía el mundo, y por eso entendía a México. Tal vez no tenía la exquisitez del filósofo que acaricia la figura humana, pero sí la magia del generalista, del lazarillo que lleva al ciego y le informa cuánto falta, qué camino han recorrido y cómo son los obstáculos que han pasado. Como un ciego, me siento muy desprotegido. La muerte de Carlos Fuentes no me causa tristeza: me causa vértigo; es el fin de nuestra historia como la conocemos, la historia de nuestras generaciones. Porque la historia no es una serie de hechos; la historia es una serie de hechos interpretada y contada por alguien. No hay relevo de Carlos Fuentes: él veía a México desde afuera y desde adentro, mientras los otros sólo nos ven desde cerca, con una miopía insacudible. Se murió la única persona que podía ver a México desde arriba y explicar todas sus gracias y errores a través de la historia, con elegancia y clase, con sencillez y obviedad. Lo que nadie entendía él lo comprendía con una facilidad deslumbrante. No era un escritor; fue un observador, un historiador íntimo, un filósofo práctico, y luego, públicamente, se presentaba al mundo como un escritor.

~Jacobo Zanella

 

El pasito tun tun de Carlos Fuentes

Estaba en la FIL, en Guadalajara. Era el 2007 o 2008, o qué importa, el punto es que Carlos Fuentes estaba por cumplir, o ya había cumplido, 80 años. A la FIL sólo voy para ver montones de libros; siempre evito las conferencias, las lecturas y las filas para pedir autógrafos. Pero ese día de 2007 o 2008 me crucé en uno de los pasillos de la feria con Carlos Fuentes, y, ay, me sedujo de inmediato. Me sedujo no con sus ojos, o con su simpático bigote, sino con sus rodillas, con su poder de locomoción. Caminaba como si quisiera que lo siguieran. Y como yo tengo el pie plano y camino con los pies chuecos, como una especie de anti Charlie Chaplin, no tuve otra opción que seguirlo. Y me metí a su conferencia.

Quería, más que escucharlo, verlo. Y más que verlo a la cara, o a las manos, o al bigote, quería volver a ver sus rodillas. Por lo pronto lo tenía frente a mí, detrás de una larga mesa, junto a distintos escritores y editores que por supuesto no observé. Yo sólo me imaginaba las rodillas de Carlos Fuentes detrás de la mesa. Después de media hora de presentaciones, alabanzas y formalidades, Carlos Fuentes empujó su silla para atrás, se balanceó ligeramente hacia delante y se irguió cual pitecántropo. Se acomodó el saco, sonrió un poco, rodeó la larga mesa y por fin salió para presumirme sus rodillas. Le quedaban unos cinco o seis pasos para alcanzar el podio, lo suficiente para que yo pudiera comprender su capacidad de locomoción y articulación. ¿Cómo funcionan las rodillas de Carlos Fuentes, por qué se mueven así, con esa aparente naturalidad; cómo son sus articulaciones? Dio uno, dos, tres pasos y, cuando estaba yo esperando el cuarto, entre atento y embobado, Carlos Fuentes dio un paso en falso, respingó e hizo que el pie que iba a caer adelante quedara ahora atrás, y el que se estaba quedando atrás se pusiera ahora adelante. Se desdobló recogiéndose, y yo que estaba sentado casi me tropiezo. Fue hasta entonces, con esa voltereta, que verdaderamente comprendí mi fascinación por él. Lo que más me seducía de sus libros, sus conferencias, sus artículos, sus entrevistas; lo que más admiraba de sus ideas y su lenguaje; lo que verdaderamente estaba leyendo en Aura, en La muerte de Artemio Cruz, en ese impresionante monólogo inaugural de La región más transparente, lo que me deslumbraba de Carlos Fuentes, pues, era su vitalidad. El pasado 15 de mayo murió quien mejor ha representado el concepto de vitalidad.

~Eduardo de la Garma

 

Cayó un puente

Carlos Fuentes pasó su juventud en un país lavado por la Revolución, un México nuevo y cargado de promesas; quizá por eso gozaba de una vitalidad que ya no se encuentra en nosotros. También reaccionó contra aquel optimismo, se volvió uno de sus más acerados críticos. Algunas de sus obras denotan este desencanto, pero todas son vitales, líquidas. Con los escritores jóvenes fue por demás generoso. Quien lo viera hablar debió juzgarlo un caballero. Me parece que en el fondo era más un hombre que observa desde la penumbra de su fuero interno que un intelectual que viste su saco y su ego. Carlos Fuentes era el último de algo. Su muerte retumba como el caer de un puente.

~Jorge Degetau

 

Vistazo a los recuerdos de otras personas

Martín Caparrós habló con Carlos Fuentes tan solo diez días antes de su muerte. «Ha llegado, triste, tonto, el momento de releer, de relamer a Carlos Fuentes», dice Caparrós en esta relectura.

Un muralista, un moralista, un historiador de la imaginación. «Un fresco, un obituario y un sueño inventaron el personaje que fue Carlos Fuentes, personaje magnético que secuestró al escritor Carlos Fuentes», dice aquí Jesús Silva-Herzog.

Sergio Pitol lo conoció en la década de los 50, cuando Fuentes tenía 22 años. Aquí su recuerdo.

«Hace ya muchos años dejé de leer a Carlos Fuentes: fui cayendo en cuenta de que sus libros no estaban escritos para mí ni para ningún mexicano. El autor tenía en mente a sus lectores en Francia, EU, Suecia o Japón». Aquí la opinión de Luis González de Alba.

Y acá la de Héctor Abad Faciolince: «Que Fuentes quisiera ser enterrado en París no tiene nada de malo; tiene mucho de cursi».

Julio Trujillo lo compara aquí con la ciudad de México.

Y, por último, el mejor texto que hemos leído sobre la muerte de Fuentes: el de Julián Herbert: Mi nombre es Ixca Cienfuegos.
 


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