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Nabokov en la Cómer

Una defensa de las palabras como seres autónomos con valores intrínsecos. Un elogio a la literatura y a las clases de literatura.

Encontrábame yo en 1997 deambulando un día por la Comercial Mexicana, y de repente vi en la sección de libros uno que decía: «Vladimir Nabokov. Bla bla bla». Ajajá, gran codicia ver a Nabokov en la Comercial en lugar de esos libros de Los hombres son de Urano y las mujeres de otra galaxia. Yo no iba a arruinarla dejándola pasar, así que sin mirar el libro (de 35 pesos en Ediciones B; colección de esas que cuando abres un libro con el ímpetu justo, se te deshoja a la primera) lo aventé al carrito junto con las rebanadas de jamón, las salchichas y el ajax bicloro. Llego a mi humilde casa (lo de humilde es cierto) y descubro la joya que me he comprado: el Curso de literatura europea.

Desde ese luminoso momento hasta hoy he usado el texto introductorio de ese libro para que mis alumnos entiendan cómo creo que debe leerse la literatura. ¿Que por qué digo eso? Les explico.

Vladimir Nabokov fue profesor en la Universidad de Cornell por once fructíferos años en los que estudió y descubrió mariposas, perfiló Lolita, tradujo obras al inglés y dictó un curso de literatura rusa, otro de europea y uno sobre El Quijote, convertidos en sendos textos. Si el ruso eligió dar clases en esa universidad porque la ciudad que la acoge se llama Ítaca, lo dejo a nuestra imaginación.

Su enseñanza se basaba en un par de convicciones inquebrantables. La que más me gusta es esa de que «el coronamiento del espinazo es, o debe ser, el único instrumento que debemos utilizar al enfrentarnos con un libro». El texto viene acompañado de las preguntas que Nabokov aplicaba a sus alumnos. Mi pregunta favorita es la número 11, inciso D: «¿le gustaban [a Emma Bovary] los lagos de montaña con o sin una barca solitaria?».

¡¿?!

Desde luego, me habría encantado ser su alumna; poner ojos como platos y balbucear dos o tres cosas sobre el uso emocional de las descripciones en Flaubert. O llorar porque no tengo la más remota idea de si había un lago en una montaña y en él una barca en esas 500 páginas. La pregunta de fondo es: ¿por qué un escritor como él presta tal importancia en sus clases a ese tipo de mínimos detalles? ¿Ustedes se fijan en eso cuando leen?

Verán, me interesa particularmente esta pregunta porque, cuando daba clases, una reflexión constante era «qué quería decir el autor con…». Yo siempre respondía, haciendo eco de Umberto Eco, que si bien existía una intención autoral, era la de la obra la que nos tocaba dilucidar. En otras palabras, centrarse en el texto y no en los sentimientos del lector, y tampoco en el contexto.

Y toda la legión de lectores que «ponían el corazón», que se «identificaban» con el protagonista, me odiaban por decir eso. Maestra amarguetas que no quiere que nos sintamos como nos sentimos, si Madame Bovary se escribió especialmente para sentir esto que sentimos nosotros. Sí, claro, yo comprendo que una dama casada en apuros por enamorarse de otro siempre es identificable, pero de eso no se trata la literatura.

Diecisiete años después creo que la historia me hace justicia cuando me encuentro recorriendo los pasillos de una cadena de librerías que vende libros como quien vende aguacates y me topo con un libro que dice: Julio Cortázar. Clases de literatura. Berkeley 1980. Otra feliz aparición que en esta ocasión no eché con el jamón ni con las salchichas ni tampoco con el ajax, pero les aseguro que ahí ya no tardan en vender esos artículos con tal de atraer más «lectores».

Si bien la apuesta didáctica de Cortázar descansa tanto en el análisis de la estructura interna de la obra como en el contexto en el que se desarrolla, vale la pena detenerse en una de sus ideas; sobre todo, viniendo de él, que tanto defendía la postura ética del intelectual. Dice:
 

Lo que es importante… es sentir que se está escribiendo para lectores sin calificarlos, sin decir «estoy escribiendo para lectores muy cultos o para lectores a quienes les gustan los temas eróticos, psicológicos o históricos» porque ese tipo de autocondicionamiento es una excelente garantía para el fracaso de una obra literaria. En definitiva, ¿qué son los best sellers… esos inmensos ladrillos que cierta gente compra en los aeropuertos para empezar las vacaciones y autohipnotizarse durante una semana con un libro que… contiene todos los elementos que ese tipo de lector está esperando y naturalmente encuentra? Hay un verdadero contrato entre un señor que escribe para ese público y el público que le da mucho dinero comprando libros a ese señor, pero eso no tiene nada que ver con la literatura.

 
Felizmente, en dos centros comerciales, en donde les garantizo que el promedio de clientes no va ahí para leer, he encontrado, por dos autores a los que los separan treinta años de diferencia, la feliz respuesta a mis manías. Leer porque las palabras, por sí mismas, son. Leer porque es una función de la cabeza, no un espejo, no un psiquiatra, no una amiga, no una telenovela.

Yo, qué les voy a decir, no soy nada. Yo sólo compro libros y los leo.
 


Julieta Díaz Barrón es nuestra colaboradora más prolífica, leída y celebrada. Ha escrito más de veinte artículos para esta revista. Puedes leerlos en sadabombon.com/author/julieta.

 


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