Sí, el estilo inconfundible, la prosa arriesgada, la palabra minuciosamente cuidada, las creaciones verbales, los fuegos de palabras. Sí, las formas barrocas son admirables, y sí, lo son más cuando se desarrollan en el desierto. Sí, Daniel Sada (Mexicali, 1953) resalta entre miles de escritores apáticos; el trato de orfebre que tiene con la palabra se contrapone a todas esas novelas descuidas y dejadas de sí mismas. Sí, todo sí, ¿pero dónde quedó la imaginación?
La ficción es ante todo imaginación. No basta con transformar la palabra en canción, por lo menos no en una novela. Las descripciones podrán ser fastuosas, el ritmo podrá ser palpitante, vertiginoso, el léxico podrá ser amplio y vigoroso, pero si la novela no inventa, no edifica, no proyecta una imagen fundacional, entonces no es novela, es mera palabrería.
Palabrería de la buena, eso sí. Palabrería que, en Casi nunca, depende del punto de vista. Un punto de vista lejano y hasta remoto, como si el narrador estuviera en otro mundo, algo así como el editor de una película frente al negativo, como el Orson Welles de F de falso. El punto de vista está en la distancia, la historia se cuenta desde el cuarto de edición, conociendo perfectamente la historia y montando un espectáculo admirable.
Pero espectáculo a fin de cuentas. Tenemos al protagonista, un tal Demetrio Sordo que frecuenta un burdel oaxaqueño hasta que se enreda con su puta de cabecera: una tal Mireya. Juntos planean la huída y se escapan de la prisión del sexo, del prostíbulo. Demetrio Sordo traiciona sus planes, abandona a su amor-carne y se va para el norte. Hasta ahí todo bien: el ritmo es trepidante, digno de una novela erótica, pero lo que nos espera –y es muchísimo, pues no hemos llegado ni a la mitad– es la modorra que provoca la falta de imaginación.
Capítulos predecibles y completamente inverosímiles. Personajes paramonescos perdidos donde siempre: allá en el Rancho Grande. No entiendo cómo un lector lujurioso que la ha pasado tan bien con el sexo-Mireya esté dispuesto a aceptar esa hipérbole de un año por los ojos verdes de una novia insulsa. Sí, al final nuestro protagonista triunfa y transforma el lecho nupcial en burdel oaxaqueño, pero aun así, ¿por qué pasar, repito, por toda esa modorra?
Se dirá que Casi nunca no se trata sobre la historia de Demetrio, se dirá que en realidad trata sobre la historia del lenguaje. Y quizá sí, pero aun así, ¿por qué esa enorme falta de imaginación? ¿Por qué otra vez la misma historia costumbrista, la misma novela provincial, los mismos personajes caricaturescos, los mismos diálogos inverosímiles? La forma es completamente descomunal, casi apabullante, pero creo que ya estuvo suave de tener artistas de la sintaxis.
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