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Enséñale lo que es una chica Almodóvar

Enséñale lo que es una chica Almodóvar. Ábrele los ojos y comienza con Laberinto de pasiones, con todas las otras chicas del montón y los ataques de nervios. Enséñale que los desbalances emocionales, el placer y las persecuciones se ven mejor si se piensan para un encuadre cinematográfico. Que poco a poco aprenda a pintarse de rojo los labios, que las lágrimas de rímel se deslicen por sus mejillas en perfectas líneas curvas.

Desde muy joven habría que enseñarle a tener el temperamento de Carmen Maura y la absurda belleza de Penélope. Darle clases de coqueteo, instruirla en el arte de sufrir y de seducir. Que cambie de barniz cada vez que compre nueva lencería de encaje y, automáticamente, asuma que para gritar, reír o llorar también hay que posar.

Poco a poco entendería que el sexo te rompe, te ata y te desbarata a su antojo. Se aprovecharía de ti con un escote de lunares rojos y pendientes dorados. Con aires de musa, se creería la feminidad andante.

«Mira, esto es una chica Almodóvar», y le sacarías las fotos de chicas con saco, maletín y medias de red. La pondrías a escuchar una y otra vez a La Lupe y a Chavela Vargas. Cada tarde amaestrarla en las funciones de cabaret y el contoneo de Sophia Loren. Así, un día, por sí sola, eligirá el vestido rojo para los días arreglados; para los domingos, coleta y nariz respingada.

Ahí estará con su lenguaje corporal cargado de teatralidad; los arranques y desesperaciones con una justificación estética. Jugueteando entre la comedia y la tragedia, con el maquillaje sobrecargado y las pelucas de Marilyn Monroe. Agarrando con una fuerza de porcelana la bolsa de Gaultier o la pistola infestada de pólvora. Verla en tu apartamento con medias y tacones, haciendo ademanes de figura religiosa, flirteando con el movimiento de sus pantorillas oscuras, moviendo los labios al compás de un bolero; fumando y dejando en tu almohada un olor a laca y desenfreno mientras te susurra que ella también quiere ser una chica Almodóvar.
 


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Tener un cine club —entrevista a Gabriel Hörner

Este año, el Cine Club del Museo de la Ciudad de Querétaro cumple 20 años. A propósito del aniversario, entrevistamos a Gabriel Hörner, director del museo y principal impulsor del proyecto desde 1994. Podríamos decir que el Cine Club es Gabriel: él ha sido el motor de la idea, ha puesto infinidad de veces el proyector, los DVDs, las relaciones con cinetecas y mucho más para proyectar cientos de películas que de otra manera no hubiéramos podido ver en Querétaro.   ¿Con qué película comenzó el Cine Club del Museo de la Ciudad? La primera proyección fue en el auditorio del Museo Regional, el 2 de febrero de 1994, una copia en 16 milímetros de Las noches de Cabiria de Fellini. Llegaron poco más de 400 espectadores.   ¿Cuál era el panorama cinéfilo de Querétaro en 1994? ¿Cómo ha cambiado? Ha cambiado mucho. Justamente en 1994 se privatizaron los cines de COTSA —la compañía estatal que manejaba casi todos los cines del país— y eso aceleró su decadencia: casi todos acabaron en cines porno. En Querétaro quedaban cuatro cines de COTSA en el centro y había tres Cinemas Gemelos de la Organización Ramírez (que luego se convirtió en Cinépolis). Incluso como cartelera comercial, el panorama era muy pobre. El único refugio del cinéfilo en esa época eran los video clubs, que para entonces ya no tenían un catálogo tan amplio como cuando empezaron, a mediados de los ochentas. Ahora es muy diferente, por un lado cada vez hay más pantallas comerciales y por otro puedes acceder a casi cualquier película desde tu computadora.   ¿Cuál es la diferencia entre el «buen» y el «mal» cine? ¿Qué películas definitivamente no se proyectarían en el Cine Club? El propósito del Cine Club es ofrecer al público otras opciones a la cartelera comercial y promover películas con valor artístico o histórico o con algún otro tipo de interés. Me resultaría muy difícil establecer una diferencia entre el «buen» y el «mal» cine a la hora de programar. En términos estrictamente históricos toda película es importante, aunque sólo sea por el hecho de que retrata su época de una u otra forma —esa es un poco la idea detrás de las cinematecas y los archivos fílmicos. No se me ocurre qué películas definitivamente no programaría; si algún título «malo», digamos, fuera relevante al tema de un ciclo, no dudaría en ponerlo; o incluso un ciclo completo programado con criterios distintos a la calidad. Hace unos años programé un ciclo de comedias de los ochenta y, un poco para que no pensaran mal de mí, le puse «Cine de horror de los ochenta». Eran bastante malas casi todas, pero el valor nostálgico era muy alto. Fue un ciclo muy exitoso. Podría decir que no programaría películas aburridas, pero ese también sería un buen ciclo: «Las películas más aburridas de la historia» (y ahí lo divertido sería poner títulos muy prestigiosos). Otro factor es que no nos dirigimos a un público homogéneo sino a públicos muy diferentes. Desde hace un tiempo, procuro que el cine club tenga otros programadores para atender esta diversidad y ofrecer un servicio más amplio. Los lunes por la tarde, «Otro Cine Querétaro» programa películas de carácter social y político, y por la noche Manuel Oropeza ofrece un programa extraordinario de ópera en video. Los martes ponemos la programación, digamos, oficial, que en su mayoría es cine de autor. Los miércoles son para el «Freak Show», un grupo de jóvenes interesados en el cine de culto. Y también están los ciclos que se programan en el Cine-Teatro Rosalío Solano y otros que solicitan escuelas o instituciones.   ¿Cuál ha sido el ciclo más exitoso? Hemos tenido bastantes, veinte años son muchos años. Recuerdo uno de cine de horror extremo que tuvimos que mover a una sala más grande porque el público ya no cabía. La última película del ciclo era Ichi, el asesino en función de medianoche; había personas sentadas hasta en el suelo. Otro que funcionó muy bien era de clásicos excéntricos del cine norteamericano, que iban desde La emperatriz escarlata hasta Miedo y asco en Las Vegas, pasando por Pink Flamingos y Eraserhead.   ¿Cuántas películas se han proyectado sin absolutamente nadie en la audiencia? Tiene que llegar por lo menos una persona para que se proyecte la película; no recuerdo ni una sola función cancelada porque no llegó nadie. Uno o dos por lo menos sí llegan. A veces se suspende la función porque se van todos antes de que se acabe, eso sí. Me gusta cuando programo cosas que exigen mucho del espectador, en tiempo o complejidad. Hemos hecho varios maratones; el primero fue una función continua de Berlin Alexanderplatz, la serie de televisión de Fassbinder de 15 densas horas de duración. La proyectamos en el auditorio de Bellas Artes en una copia en 16 milímetros. Al principio estaba llena la sala, al final quedaban como veinticinco personas. En ese tiempo todavía había prostitutas en la Plaza Constitución, y como regalábamos café y empanadas, en los intermedios se juntaban en el vestíbulo y entraban a ver a las prostitutas alemanas de la República de Weimar... fue muy especial.   ¿Tiene el Cine Club alguna pretensión social; crecer la audiencia, motivar ciertas conversaciones, reunir distintos grupos de personas? Siempre ha cumplido una función social importante: el Cine Club amplía horizontes, crea conciencia, crea comunidad. Durante muchos años estuvimos exhibiendo películas y series de televisión en la cárcel de San José el Alto con frecuencia semanal. Les mandábamos cuestionarios encaminados a que reflexionaran sobre sus vidas a partir de la selección de películas que hacíamos. Nos daban una libertad increíble, podíamos programar lo que quisiéramos. (Fue la época en que producían musicales adentro.)Ahora me gustaría trabajar en asilos de ancianos: aunque tienen televisiones y reproductores de DVD, es difícil que accedan a las películas que vieron en su juventud; creo que eso podría darles mucho placer.   Recomiéndanos un ciclo de películas infalible. Lo que sea de Alfred Hitchcock. Godard dijo alguna vez que las películas que Hitchcock realizó para Universal Pictures eran tan importantes en la historia de la civilización como la Capilla Sixtina, con la diferencia de que aquéllas habían sido vistas por decenas de millones de personas y ésta por un número mucho más reducido. Es algo infalible, Hitchcock siempre te llenará la sala y no estás haciendo ninguna concesión. La última vez que lo programé llegó un público muy joven a verlo. Cuando pasamos Psicosis, no tenían ni idea de que asesinaban a la protagonista a los quince minutos de empezada la película. 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