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El cine vacío

Debo mi primera noción del «cine vacío» al ensayo sobre un cineasta húngaro que me regaló un taxista potosino. Tengo la costumbre de fingir nacionalidades extrañas cada vez que me subo a un taxi. Lo hago porque me parece aburridísimo hablar del clima y el tráfico, pero sobre todo porque al simular ser lituano, armenio, tasmaniático o, en este caso, húngaro, me obligo a inventar una historia más o menos verosímil sobre mi supuesto origen y mi paradero en México, y eso me entretiene. El punto, pues, es que un día me subí a un taxi, recordé más o menos cómo hablaba el futbolista Ferenc Puskás y —con una imaginación deslumbrante— me cambié el nombre a Ferenc Gulash. Cuando el taxista supo que su «56» (es decir, yo) era húngaro, frenó de sopetón, se bajó, consultó extravagantemente «la cajuela de los objetos perdidos» y me regaló un libro titulado Üres mozi. «Quizá no le guste, pero por lo menos usted sí lo va a entender».

Fuera del cañoncito Puskás y de la sopa Gulash, no sé nada de húngaro. Pero sé, eso sí, algo de Google Translate. Traduje «Üres mozi» y me salió «cine vacío». Traduje un poco más y me salió el manifiesto cinematográfico de un tal László M. Tót, firmado en 2003 (un número primo). Ahí comencé de veras a interesarme: ¿quién escribe un manifiesto —de lo que sea— en 2003? Üres mozi es una monografía de 761 páginas (otro primo) sobre el, digamos, cine conceptual de László M. Tót. Según investigué, está muerto: para empezar. Murió en 2011 (otro más). Pero lo importante —dice el libro— no es su vida, sino su obra. A saber.

Como bien supone el lector perspicaz, László M. Tót se dedicó al cine vacío. En otras palabras, al cine sin cine. Por ejemplo, escribió guiones imposibles de producir, editó cientos de secuencias con negativos en blanco, subtituló películas ficticias, diseñó pósters de festivales hipotéticos, clasificó material cinematográfico de películas inexistentes y organizaba cada tanto cástings para supuestas producciones. Tiene por ahí un cortometraje, si es que lo podemos llamar así; se trata de los créditos de una película imaginaria.

En su manifiesto, László M. Tót dice que lo que le interesa es el cine independientemente del cine: «Cualquier producto cinematográfico es el testimonio de la lucha entre la luz y la oscuridad, entre el sonido y el silencio; a mí me interesa la lucha, no su testimonio». Irónicamente, el libro entero es la suma de testimonios. Más adelante, en una de las entradas de su diario, leo: «[…] y vi esa extraordinaria película con el sometimiento a un abismo entre lo que es y lo que sería si no tuviera que pasar por el cine mismo». László M. Tót confeccionó una ideología elocuente acerca de la negación del cine.

Ocupó su todavía millonaria herencia restante y siete años de vida a rodar una película al estilo de Ambrosio y su carabina: sin nada dentro. Es decir, filmó cientos de escenas ¡sin carrete en la cámara! Escribió un guión titulado Quiero la cabeza de Sergio Leone, dibujó un storyboard, contrató a docenas de artistas y técnicos, construyó maquetas y escenarios, iluminó cuartos y esperó la luz precisa en exteriores, repitió (según leo) por lo menos 17 veces cada toma, se puso durante dos años a editar algo inexistente e incluso firmó contratos para distribuir su película. Cuando en el festival regional de cine de Kecskemét se proyectó aquella nada y los 23 asistentes exigieron inútilmente sus 191 minutos de vuelta (porque la función era gratis), nuestro anticineasta húngaro, borrachísimo por la angustia del estreno, se defendió con argumentos de inercias visuales y persistencias retinianas: «El cine está siempre, en todos lados, y sobre todo fuera del cine; y si no, ¡resistan al tiempo sin ese soporte, cobardes!».

«El cine es como los sueños, y los sueños son, quizá, la expresión estética más antigua», hubiera dicho Borges. «Las palabras ya fueron escritas, los silencios no», hubiera dicho Mallarmé. László M. Tót decidió vivir en un sueño para producir solo silencios.

 


Este artículo apareció en el suplemento especial de otoño 2014, El cine, dentro de la edición 24 de Sada y el bombón.

 


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