Presentarse por primera vez ante el público debe ser algo escalofriante. Me imagino a un novato actor, a una bailarina principiante, hechos madeja de emociones. Pero hay otro tipo de debuts, como el que se celebra ante la sociedad. Sí, ahí se debuta.
¿Qué significa debutar ante la sociedad? Según yo, habríamos debutado en el momento en que el orgulloso padre o madre mueve la cobijita y nos muestra, apenas nacidos, ante cualesquiera otros que hayan ido a visitarnos recién alumbrados.
Pero no. Resulta que la verdadera definición implica que tuvimos un velo intangible (una burka existencial, vamos a imaginarla) que es dado desvelar si y sólo si nos montamos en un vestido de gala, tenemos chambelán, anuncian en un salón nuestro nombre y nos balanceamos al ritmo de una música especial. Quiero decir, debutar es un espectáculo para que las mujeres de cierta edad digan: «ya llegué, aquí estoy, en caso de que no me hubieran visto ya». Y en pleno siglo XXI, sobran chicas dispuestas a pasar por el rito, a pretender que en realidad han arribado como miembros destacados de eso que nombran como su propio círculo social. Bueno, más bien, pretenden que es un paso para seguir estando en donde ya estaban.
Que el imaginario femenino se construye discursivamente con base en convenciones sociales, no habrá de discutirse aquí. Más bien, propongo deleitarnos en un par de espectáculos de debut femenino que me inquietan, a falta de mejor verbo que muestre estupor, curiosidad o mero morbo.
Por razones de territorialidad biográfica, he de mencionar el tradicional Baile de los Lanceros y Presentación en Sociedad que se da cita anualmente en el Club La Lonja de San Luis Potosí. Un club privado que se aloja en uno de los edificios más bellos del centro histórico potosino. En cantera rosa, adusto y señorial. Con decoro y decoración decimonónica, lleva dos siglos presentando señoritas ante los señores y señoras que ya se conocen todos desde hace muchos años pero que les parece éste un buen pretexto para ponerse esmoquin, vestido largo, máscaras y cenar todos juntos por enésima ocasión. Faltaba más.
Las cosas, obvio, cambian con los siglos. Las señoritas de antes usaban crinolinas y las de hoy, no. Los bailes de antes tenían música de orquesta y hoy contratan DJ. Las de antes no enseñaban el tobillo y las de hoy tampoco porque están enseñando otras cosas. Los chambelanes de antes estaban nerviosos por bailar bien y los de hoy por no salir con bráckets. Eso sí, los de hoy y los de antes ensayan mucho. No les vaya a salir mal el baile.
Abundan bailes de debutantes en todos los países, pero los más famosos, aparentemente, son los de Nueva York o los de Le Bal des Débutantes del hoy en renovación Hotel Crillon en París. Uy. No me den cuerda con éste, porque me suelto contando las celebridades que han pasado por ahí: dos hijas de Bruce Willis, la hijastra de Forest Whitaker, las nietas de Gorbachov, Ksénia y Anastasia, la hija de Berlusconi y la de Clint Eastwood. Múltiples princesas, condesas y herederas de fortunas. No piensen mal de todas ellas. Lo bonito no es posar en sus Valentino, Balenciaga, Dior Haute Couture, Chanel. Desde luego que no. Lo bonito es que de ese baile se dona a la caridad. Nada como ejercer la filantropía envuelta en Armani Privé, calzando Louboutin. Se siente tan lindo.
El baile lo retomó una francesa muy lista que se llama Ophélie Renouard. Y pido un aplauso de pie para la señora que cada año les saca a 25 jóvenes (bueno, a los que les pagan a esas veinticinco) suficiente lana como para que Óscar de la Renta o Reem Acra le hagan un vestido único a cada una de ellas. Y como reza su propio panfleto: estas debutantes no necesitan debutar (sí, así como suena) ante la sociedad como antes, porque el baile es el momento inolvidable de su «estreno» en los medios y la alta costura. Ay ay ay.
Aquí no hay ironía que valga. La esencia de estos eventos reside en el glamour que dan miles de fotos de debutantes enfundadas en Jean Paul Gaultier, con tiara y una sonrisa que sólo te la puede dar un chambelán con título nobiliario y apellidos en francés y pagando con muchos, muchos dólares, cada canapé.
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