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«Buen vecino, mal súbdito» –Desobediencia civil, de Henry David Thoreau

Henry David Thoreau
Desobediencia civil
Presentación y traducción de Sebastián Pilovsky
Tumbona Ediciones, 2012
56 pp.

 
Estados Unidos, 1846. Henry David Thoreau es encarcelado por negarse a pagar impuestos. Si la contribución que me pide el Estado sirve para mantener la esclavitud en mi país y emprender guerras injustificadas contra otros (en aquel tiempo, México), entonces me niego. «Lo deseable no es que se cultive el respeto a la ley, sino a la justicia», dijo Thoreau en una conferencia dos años después de estar en prisión. Esa conferencia es la justificación de su objeción fiscal y, sobre todo, un lúcido ensayo sobre la relación entre el Hombre y su Estado.

El discurso se publicó enseguida bajo el título Los derechos y obligaciones del individuo en relación con el gobierno. La conferencia se convirtió en libro, y el libro en dinamita moral; los movimientos políticos de Gandhi, Martin Buber, Emma Goldman, Martin Luther King y –más cercano– el Doctor Nava y el Frente Cívico Potosino estuvieron claramente influenciados por la ideas de Thoreau. Ahora, la editorial Tumbona publica esta conferencia –con una excelente traducción e introducción de Sebastián Pilovsky– bajo el título Desobediencia civil.

No exagero si digo que no existe hoy un libro más relevante que éste. Entre la violencia cobarde y desmedida, la desorganización gubernamental, la reforma fiscal, la opulencia de gobernadores, alcaldes y líderes sindicales, los excesos estúpidos de los ricachones, los cobros infames de Telcel y HSBC, la propaganda provinciana disfrazada de periodismo, el encarcelamiento de Bradley Manning, los ataques contra Snowden y Assange, la prisión de Guantánamo, la represión rusa contra los homosexuales, los autoataques Sirios… Entre tanta imposición gubernamental, empresarial y mediática y entre tanta docilidad (o resignación) social, pues, el libro Desobediencia civil de Henry David Thoreau es fundamental, casi incluso vital.

«Lo que propongo no es que desaparezca el gobierno inmediatamente, sino que se establezca un mejor gobierno de inmediato», dice Thoreau al inicio de su conferencia. Thoreau no es un anarquista, sino un demócrata liberal que cree en el gobierno como un vehículo para la justa organización civil. Sin embargo, el gobierno, como toda maquinaria, genera fricción. Y «cuando las fricciones se apoderan de la máquina, hay que deshacernos de la máquina. Cambiarla por otra». Cambiar el gobierno por uno más justo.
 

Si la injusticia es parte de las fricciones inevitables de la máquina del gobierno, dejemos que siga su marcha; tal vez la fricción termine por limarse –al fin y al cabo, la máquina se desgastará. Si la injusticia tiene sus propios resortes, poleas, cables o manivelas, quizá podamos considerar un poco más hasta qué punto el remedio sería peor que la enfermedad; pero si es de tal naturaleza que nos exige convertirnos en agentes de la injusticia para otros, entonces yo digo: incumplamos la ley. Transformemos nuestra vida en una fricción que detenga la maquinaria. En cualquier caso, cuidemos de no convertirnos en el instrumento de la misma injusticia que condenamos.

 
Thoreau no propone levantarnos en armas y jugar a ser Marat o Robespierre. No, Thoreau propone algo más cotidiano y habitual: mantenerse al margen de manera efectiva. Desobediencia civil no es una guía para llegar a ser Gandhi, sino una serie de argumentos para ser un Hombre que ejerce la libertad, la capacidad de juicio y el sentido moral. «Hombres primero y después súbditos». Los que tengan tiempo y recursos para atacar las injusticias gubernamentales, adelante, excelente. Pero este ensayo no es para esos extraordinarios, sino para los ciudadanos comunes y frecuentes que no quieren tener tiempo y recursos para atacar los abusos políticos, pero tampoco quieren ser parte de las injusticias sociales. No es disciplina revolucionaria, sino desobediencia civil.

Si trabajas en el gobierno, no seas parte de la corrupción. Si eres periodista, no hagas copy-paste del boletín que te mandó el departamento de comunicación social (sic). Si no entiendes nada de la reforma educativa, no pongas «pinches maistros huevones» en tu Face. O sea, ke oso, we. Si trabajas en un banco, no compartas una base de datos confidencial. Si trabajas en un call-center, renuncia.

Y más: si los impuestos que pagas sirven para poner anuncios de Marcos Aguilar en el cine, felicitaciones a Tonatiuh Salinas en la prensa, folletines promocionales del politiquillo en turno en tu casa; si sirven para enriquecer a Juan Manuel Oliva, González Valle y un triste etcétera; si aún cumpliendo con tu compromiso fiscal, el diputado, senador o presidente municipal renuncia a su compromiso electoral y se lanza para contender por un puesto político mayor; si después de pagar tus impuestos, el SAT le perdona deudas millonarias a empresas evasoras; si tu contribución fiscal funciona para todo esto, pues, deja de pagar impuestos. O por lo menos deja de pagar algunos. Ya con el 28% que te retiene tu patrón más el 16% extra que pagas cada vez que compras casi cualquier cosa es suficiente. O debería serlo. Y si no, que el gobierno deje de gastar en estupideces y trabaje en encontrar formas más creativas o sencillas o en todo caso eficientes de recaudar y distribuir impuestos.
 

El paso de una monarquía absoluta a una limitada, y de esta última a una democracia, es un progreso hacia el verdadero respeto por el individuo […] ¿Es la democracia, tal como la conocemos, el último logro asequible en materia de gobierno? ¿No podemos dar un paso más […]?

 
Conviene leer a Thoreau para pensar cómo podemos dar ese paso más. O por lo menos leerlo para no ser cómplices y no dar, «inocentemente», un paso menos.
 


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