Más allá de los sueldos en crisis, las madres solteras y las guarderías improvisadas, el ama de casa escasea. Y no hablamos de la figura femenina à la Betty Crocker, sino la imagen de alguien que administra una casa, una familia: el esposo, la abuela, ¿el roomie más responsable? Algo pasó con la llegada del siglo XXI, lo que antes fuera emblema de matriarca —insistimos, léase todo tanto en femenino como masculino— ahora es sinónimo de holgazanería y pérdida de tiempo.
Ya sea por la perfección de Martha Stewart —M. Diddy para sus amigas prisioneras— o los comerciales de lavadoras, asociamos al ama de casa con sendas trapeadas de piso, mamavans desquiciadas y mucho detergente. Lo peor: dar por sentado al panqué recién horneado o la sopa de fideos hirviendo cuando en realidad el quehacer doméstico encierra un fin más abnegado: formar a un individuo —que a su vez construirá sociedades y todo lo que somos.
Educar a un hijo representa los cimientos de una sociedad urbana, civilizada y política. El niño aprende lo que ve en casa, y eso que absorbe detenidamente se convierte en su referente futuro. La educación familiar es el proceso formativo más importante en la vida del ciudadano en potencia. Es decir, las carencias políticas que sufrimos todos como ciudad se originan décadas atrás, en la primera fase de la infancia. En cierta forma, el bebé de guardería ha dado el primer paso en un largo camino que lo conducirá a la mediocridad o la falta (probablemente involuntaria) de responsabilidad social y cívica: el médico con ética dudosa, el político corrupto, el profesor negligente.
Si el desarrollo es integral y constante, balanceado con educación académica, entonces del hogar saldrá moldeada una persona entera: un producto social y económico que contribuye al PIB de su país mientras enriquece los flujos sociales.
Terrence Malick lo lleva a proporciones épicas en The Tree of Life: el ama de casa (en este caso la madre) como la gracia, la enseñanza, el hilo conductor por el que se desprenden los valores y las emociones del mundo. La casa es un ensayo del mundo, un experimento que nos prepara como sociedad o nos entorpece.
Ya nadie quiere ser ama de casa en el siglo XXI, criar hijos o construir hogares. Lo importante ahora es hacer una carrera, destacar profesionalmente mientras las jornadas laborales se multiplican. El egoísmo justificado, el individuo por encima del grupo. Y eso está muy bien, nos hace falta. Lo que no cuadra: esa mujer exitosa que promete no ser como Yuri detrás de su ventana y el ejecutivo en eterna soltería seguramente fueron criados por una ama de casa. Situación confusa: no concebimos una vida hogareña (y supuestamente aburrida) pero atesoramos a la madre que nos llevó de aquí para allá; de las clases de natación a la piñata en turno, de «prepri» a la universidad y del berrinche en centro comercial a la mudanza con la pareja.
Ahí está la extinción del ama de casa: ya nadie quiere dar su tiempo a alguien más, dedicar su vida a la de alguien más. Pero es en ese trabajo no remunerado (y recientemente menospreciado) que el mundo se construye. Cada tarea doméstica —bañar a los niños, darles de comer, llevarlos a la escuela— nos edifica como sociedad. Desvivirse para crear más vida.
El mundo es un espacio inabarcable, casi insondable. El país en el que vivimos es sólo una delimitación geográfica, cuya orografía y características físicas no se relacionan directamente con nosotros, no hay pertenencia. En cambio, la calle, el barrio, los amigos, la oficina, los compañeros: eso es nuestra vida. Estamos más cerca de ser nosotros en la casa, la pareja o la familia que en nuestra escala macro urbana.
Decir que alguien es ama (o amo) de algo implica posesión y adueñamiento. En el caso del ama de casa no hablamos de la vivienda como propiedad sino como hogar. Eso incluye tanto a las superficies con olor a Windex como a la sensación de seguridad o las reglas de convivencia.
En 1923, Le Corbusier —superando los límites arquitectónicos— proclamó: «Una casa es una máquina para vivir». No en el sentido de tener un techo sino la idea de un espacio donde uno vive: descubre, crece, llora, ama, ríe, recuerda. También dijo: «La casa debe ser el estuche de la vida, la máquina de la felicidad». Qué maravilla, entender a la casa como un contenedor, algo donde nos guardamos para ser, para vivir y desarrollarnos íntimamente.
Si la casa es nuestra pequeña edición del mundo, entonces el ama de casa es la persona encargada de mantener andando la máquina: conservar los elementos tangibles, el aprovechamiento y rendimiento de los recursos y —sobre todo— el presupuesto.
La familia como empresa y el ama de casa su administrador: conservar los bienes (edificio, jardín, auto, muebles), asegurarse de los servicios (comida, descanso, vestimenta, transporte, salud, viajes) y, encima de todo eso, formar a sus habitantes interinos, los futuros ciudadanos.
Sin amas (o amos), las casas se caen, el mundo se cae.
El ama de casa está en peligro de extinción y eso ha originado muchas desgracias: mayor tránsito, mayor desempleo, más posesiones pero menos tiempo libre para disfrutarlas, más estrés. La peor de todas: hijos abandonados y con pésima educación. Todo esto se ha sacrificado por tener más dinero.
~Margarita
Muchas amigas trabajan porque las demás lo hacen. Ni son buenas trabajando, ganan poco, pero están siempre fuera de la casa, como si sólo trabajaran por la vida social.Con su sueldo terminan pagando lo que ellas podrían hacer, como la guardería o el chofer.
~Rebeca
Todo esto es pura nostalgia y sentimentalismo. Los hijos se educan según los tiempos, y evidentemente no siempre ha sido igual. El ser humano tiene una capacidad ilimitada para desarrollarse, aprender y madurar. Aún sin un techo, sin una familia o atención obsesiva. Tal vez no es lo óptimo pero así es.
~Mario
Me parece una desgracia que ya nadie quiera ser un administrador de familia. En especial por el qué dirán los demás. ¿Cómo se justifican 20 años de educación para terminar encerrado en casa, cuidando a los hijos y haciendo la comida?
~Anónimo
A diferencia de lo que sucedía en el siglo XIX y hasta 1930, los niños ahora se han transformado en mascotas domésticas económicamente infructuosos pero de un valor emocional incalculable.
~Viviana Zelizer
Me aburro cada vez que hago actividades con mis hijos. ¿Cuántas veces podemos leer Angelina Ballerina o ver un video de Bob, el constructor? Y sin embargo, recuerdo que esos momentos íntimos compartidos, acurrucados, proporcionan el sentido último de la vida.
~Andrew Solomon
Para no enfangarnos, proponemos saltarnos la bochornosa semántica del término ama de casa y adentrarnos en su significado para nosotros. En la mayoría de los núcleos familiares se requiere que alguien se encargue de los temas domésticos y de la administración de los amplios asuntos familiares: en nuestra familia, como en este párrafo, eso se hace al alimón.
Vivimos —así, en plural— de una manera en la que no asociamos un género con una actividad. En nuestra familia se cocina, se lava, se plancha, se lleva al niño a la escuela, se pagan las cuentas, se reúne con los vecinos, se juega, se limpia, todo dependiendo de quién tenga la disponibilidad o la disposición de hacerlo. Procuramos ser lo más equitativos posibles. Oscar siempre hace sus famosos omelettes los domingos y Julieta los hotcakes los sábados. Nos turnamos cada dos noches para acompañar a nuestro hijo de seis años en su rutina previa a dormir y, por las mañanas, mientras uno revuelve la sartén en la planta baja, el otro en la planta alta arrea al chico para llegar a tiempo.
Hay cosas para las que cada uno es mejor que el otro. Oscar es mil veces más efectivo que Julieta para las juntas vecinales, para hacer los pagos a tiempo y llevar un orden impecable en los pagos y documentos. Julieta dice que tiende mejor la ropa y, eso sí, le quedan mejor planchadas las camisas. Oscar paga y Julieta paga porque los dos trabajan además de trabajar en casa. Y porque el dinero que gana Oscar es de Julieta y viceversa. Los dos cocinamos porque a los dos nos gusta y porque no hay de otra. Oscar hace un pollo a la mostaza de campeonato mundial y Julieta se discute con su espinazo.
Nuestro arreglo sin etiquetas funciona también para lo estereotipado, el lugar común. Julieta no es la más dulce y sensible al convivir con Pedro. Oscar no es el más enérgico cuando hay que reclamar algo. Pero tampoco al revés. Julieta no suele ir a las fiestas infantiles entre semana porque sea marimacho o porque sea la dura de la casa. Julieta no va por su horario. Oscar no es el que cura las heridas y raspones del niño porque sea el más cuidadoso y tierno, sino porque es más hábil con las manos.
Verán: funcionamos al derecho y al revés. Somos una familia de dos amos de casa. Pero nunca evangelizamos a nadie al respecto. Vivimos al alimón, porque es nuestro propósito y también nuestra circunstancia. Así decidimos vivir. Y escribir.
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