Quentin Tarantino es un cineasta sutil para temas brutales. No, un momento, tal vez sea, más bien, un cineasta brutal para temas sutiles. La incertidumbre a su alrededor no daña en lo más mínimo su enorme capacidad para desarrollar un método de análisis de la cultura popular, para liquidar de una vez por todas al mundo tal como aparece en CNN y colocar en su lugar una eterna pelea con katanas.
Ya escucho algunas voces indignadas declarando: «¡Tarantino es un cineasta desestructurado, caótico, violento y con muy mal gusto para mezclar música!». Odio sonar cínico, pero esa gentil y generosa reacción me inquieta. El método Tarantino no es ignorar la realidad y sustituirla con una fantasía desarticulada, sino su particular interés en reintroducirla y, en el mejor de los casos, narrarla de tal forma que se despoje por completo del rostro aburrido y repetitivo.
Para demostrar lo anterior, he aquí los cinco pasos del método Tarantino para acabar con el mundo real:
Durante los últimos minutos de Kill Bill Vol. 2 podemos ver a David Carradine (Bill) dialogando con mucho entusiasmo mientras espera que el «suero de la verdad» haga efecto en Beatrix Kiddo: «Como sabes, soy bastante aficionado a los cómics. Especialmente a los de superhéroes. Encuentro fascinante toda la mitología que envuelve a los superhéroes. Elijamos a mi superhéroe favorito, Superman. No es un gran cómic. No está especialmente bien dibujado. Pero la mitología no es solamente grandiosa, es única. Uno de los elementos principales de la mitología del superhéroe es que hay un superhéroe y hay un alter ego. Batman es en realidad Bruce Wayne, Spiderman es en realidad Peter Parker. Cuando ese personaje se levanta por la mañana, es Peter Parker. Tiene que ponerse un disfraz para convertirse en Spiderman. Y es ahí, en esa característica, donde Superman es único. Superman no se convirtió en Superman. Superman nació Superman. Cuando Superman se levanta por la mañana, él es Superman. Su alter ego es Clark Kent. Su traje con la gran S roja es la manta que le envolvía siendo un bebé cuando los Kent lo encontraron. Esa es su ropa. Lo que lleva Kent —las gafas, el traje de negocios— es el disfraz. Es el disfraz que Superman lleva para integrarse entre nosotros. Clark Kent es tal como Superman nos ve a nosotros. ¿Y cuáles son las características de Clark Kent? Es débil, es inseguro, es un cobarde. Clark Kent es la crítica de Superman a toda la raza humana». Tarantino, muy proclive a las conversaciones erráticas y sincopadas, establece un profundo análisis alrededor del universo de los superhéroes y demuestra poseer un gran dominio para el análisis de la cultura popular: Superman, el superhéroe por excelencia, el mismo que usa los calzones sobre los pantalones, es elevado a la categoría de Personaje-Concepto —no solo es capaz de salvar al mundo varias veces al día antes de la hora de la comida, sino también de ser su más acérrimo crítico e íntimo enemigo.
Pulp fiction es un film que presenta una de las mejores ofertas de MacGuffins en la historia del cine. (Para quienes no saben qué es un MacGuffin, me permito hacer un paréntesis recordando la mítica entrevista que François Truffaut le hizo a Alfred Hitchcock. Truffaut dice: «El MacGuffin es el pretexto, ¿no?», Hitchcock responde: «Es un rodeo, un truco, una complicidad, lo que se llama un gimmick. Es algo vacío. No necesita ser serio, sino que, además, es mejor que sea algo irrisorio».)
Y lo irrisorio tiene muchas representaciones según Tarantino: (1) el maletín que con inusual torpeza recuperan Vincent Vega y Jules Winnfield en más de una ocasión —y previa iluminación bíblica; (2) el reloj de bolsillo que Butch recibe como único legado de su padre muerto en la guerra, gracias al empeño anal del Capitán Koons; y (3) la caja con café y donas que carga Marsellus Wallace cuando se topa con Butch a mitad de la calle.
La absoluta ausencia de policías, en todas las masacres escenificadas a lo largo y ancho de su obra fílmica, le permite a Tarantino presentar un mundo sin más justicia que la poética. (Nota: Reservoir dogs está plagado de policías desde el principio —Mr. Orange es un policía encubierto—, pero en mi defensa diré que la policía siempre está vestida de delincuente y, cuando llega a capturar a los malos, lo hace en voice-over; es decir, en realidad nunca la vemos.)
La estilización máxima de la sangre y la violencia en los filmes de Tarantino puede parecerse más —según el ojo conservador— a la primera plana del ¡Alarma! que a los ríos de sangre en El resplandor. Pero Tarantino no está más que ejecutando la premisa «No es sangre, es rojo» (Ce n’est pas du sang, mais du roug) de ese Godard que tanto admira. Incluso la lleva a otro nivel cuando Beatrix Kiddo pelea con los Crazy 88 y la segunda parte de la secuencia va del color al blanco y negro. El rojo, que antes era sangre, ahora es pura composición en elaboradas coreografías de lucha.
En este punto, la consistencia del método nos cuenta un chiste aun más espléndido: ningún personaje tarantinesco parece estar en condiciones de aparecer en cualquier historia, pero sí están en todas esas historias como resurrectos. Reservoir Dogs: Laurence Tierney, Pulp fiction: John Travolta, Jackie Brown: Pam Grier, Kill Bill: David Carradine, Death Proof: Kurt Rusell, Bastardos sin gloria: Brad Pitt, Django sin cadenas: Don Johnson. Todas, estrellas en fade out que recibieron una segunda oportunidad para regresar a la vida (actoral).
El método Tarantino añade al sustraer: elimina un superhéroe (Superman) y arroja un extraterrestre cínico a un mundo confundido; cambia los motivos profundos de sus personajes y añade los mejores pretextos (MacGuffins) para la carnicería; resta la sangre de la última colecta de la Cruz Roja y suma todo el rojo que jamás pudo imaginar Rothko en una composición a blanco y negro; detrae las fuerzas del orden y agrega la justicia explícita; aparta prejuicios de glorias pasadas y retorna viejos rostros con nuevas expresiones; sustrae la melancolía de nuestro mundo y nos añade otra realidad, en donde todas nuestras preocupaciones se resuelven con el filo de la katana de Hattori Hanzo.
La más reciente película de Martin Scorsese, La invención de Hugo Cabret, es la justificación de por qué el cine se ha ganado el título de «fábrica de sueños», y la mejor manera que tiene Scorsese de demostrarlo es con una clase esencial sobre la historia del cine: Georges Méliès, el padre de la ficción cinematográfica y director pionero en efectos especiales. Por eso mismo –por los efectos visuales – es importante mencionar que esta es una película hecha para verse en formato 3D, así podemos sentirnos un poco como la gente de la época de Méliès, creyendo que el tren de una de las primeras películas de los Lumière saldrá de la pantalla para venir a estrellarse con nosotros. Georges Méliès era muy hábil en la construcción de artefactos para realizar trucos e ilusiones ópticas –fue mago antes que cineasta. Esto le sirvió cuando decidió abrir un estudio de filmación; en sus películas utilizó técnicas como la superposición de negativos y la colorización de éstos a mano (ya que las películas de ese entonces eran en blanco y negro); el recorte de fotogramas para crear efectos especiales provocó un incremento en la variedad de historias que mostrar. Méliès logró hacer más de 500 proyectos fílmicos. Aún si no conoces mucho acerca de la historia cinematográfica, es posible que en algún lado hayas visto la imagen de la Luna con una bala-cohete incrustada en el ojo. Esta bizarra y popularizada imagen es de El viaje a la Luna (1902), la película que, inspirada en obras de Julio Verne y H. G. Wells, mandó a Méliès a la historia del cine por ser considerada la primera película de ciencia ficción. La invención de Hugo Cabret también se basa en un libro, la novela homónima de Brian Selznick. Ambas, libro y película, narran las aventuras de un niño huérfano de 12 años que vive en la estación de trenes de París: Hugo. A través de Hugo vamos conociendo a Méliès, un anciano que comparte –o compartió– el talento de elaborar complicados esquemas para construir artefactos, hacer juguetes que se mueven solos y poder entender con facilidad el alma de una máquina. En la película seguimos a Hugo por las entrañas de los relojes de la estación de trenes, nos deleitamos con los personajes que ve todos los días trabajando ahí, sufrimos con su triste pasado y vamos siguiendo un camino de pistas que nos llevan a descubrir la magia del cine. Hugo, Méliès y Scorsese son los ilusionistas que nos hipnotizan, nos impactan y nos emocionan. Las técnicas del cine han cambiado, pero el propósito de entretener sigue vivo. Y esa característica del cine, la del entretenimiento, se la debemos a Georges Méliès. A cada generación parece tocarle una transformación en la forma de hacer películas; el sonido, el technicolor, los efectos generados en computadoras y, ahora, el 3D. Esto nos lleva a pensar: ¿qué se le podría haber ocurrido a Méliès con la tecnología que tenemos actualmente? El cohete-bala probablemente habría ido directo a incrustarse en nuestras pupilas. ...
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