Dedicado a Serrat:
Me encontré un ratón al volver a mi casa. Sucedió después de haber estado en una plática sobre coches de edición limitada, aviones privados, sueldos millonarios, posiciones relevantes y todas esas cosas que hacen que los ojos de la gente brillen. No entiendo cómo es que la gente se sube a mesas o sillas cuando aparecen ratones, y tampoco entiendo que los ojos de la gente brillen con tan suntuosas minucias.
Pues bueno, el ratón corría con toda lentitud, y se escondía con tan poca astucia y pericia, que concluí que aquel ratón estaba ahí para que yo lo atrapara. Así lo hice, lo metí en una cubeta y la tapé sin verlo. Me alejé un par de cuadras y en un baldío cercano, debajo de una farola, lo destapé y lo vi. Me acordé de aquello que escuché primero en Serrat, y que luego leí en Whitman: «la menor articulación de mi mano es capaz de humillar a todas las máquinas, y un ratón es un milagro capaz de asombrar a millones de incrédulos».
Me acordé de los aviones, los sueldos y las otras prodigiosas máquinas. Aquel ratón era el ser más hermoso y conmovedor del mundo, y por ese instante supe que a mí me bastaba un ratón. Lo miraba dentro de la cubeta, y él no intentaba nada. Quiero creer que no estaba asustado de mí, ni un poco. Lo miraba, y lo amaba. Incliné la cubeta y corrió a esconderse en unas ramas.
Volví a mi casa, diciendo que la vida me sonreía y me regalaba ratones. Le deseé a una prima, antes que encontrar un trabajo, una plaga de ratones. Imaginé que el mundo sería completamente distinto si de vez en cuando a todos los hombres, mayores y menores, distinguidos, importantes e insignificantes, se les aparecieran ratones así, para dejarse atrapar en medio de todos sus grandes negocios y tumultos, en medio de todo su esfuerzo diario, de todos sus anhelos, en medio de todo su trajinar de insignificancias y, también, de todas sus desgracias. Que entonces cada uno pudiera mirar a ese ratón que les regala la vida, como un paladín que vence y destierra todas las miserias, tristezas e imbecilidades humanas.
Me vino a la mente aquel personaje de Cortázar al que involuntariamente le salían conejos de la boca. Y bueno, me acordé de Serrat. Joan Manuel «prolífico en ratones» Serrat. El epíteto que hallo para el hombre que, conjurado con una guitarra, me ha cantado a mí y a tantísima gente que ni imagino, conmovedores y hermosos, ratones vencedores.
Gracias por todo, Serrat.
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