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Fin de semana metropolitano –Las recomendaciones de un neoyorkino en la ciudad de México

En el Bajío tenemos una relación casi enfermiza con el DF. Aunque logramos escaparnos de ahí hace 10, 20 o 30 años, seguimos regresando cada que podemos. Somos como el asesino que vuelve al lugar del crimen.

Hay algo patológico en volver, incluso como turista, a la ciudad de México. Pero no hay remedio: el DF es fatídicamente inevitable. Es una ciudad fascinante. Y no lo decimos con el asombro del provinciano ante la capirucha. No, lo decimos con conocimiento de causa y consecuencia: de ahí venimos y ahí volvemos.

De todos modos, para que nuestro posible asombro pueblerino no entorpezca la mirada hacia la ciudad de México, le pedimos a Javier Jiménez-Belmonte que nos recomendara algunos paseos de fin de semana. Javier es el extremo opuesto a un provinciano mexicano: un español que vive en Nueva York y que visita regularmente –casi, incluso, como nosotros– la ciudad de México. Esta es, pues, una mirada intermetropolitana (?).
 

San Ángel y Coyoacán

Cuando llegué por primera vez al DF, lo hice con la firme intención de visitar un lugar: la tumba de Luis Cernuda en el Jardín Panteón de San Ángel (muy cerca de Televisa). La visita a la tumba se acabó postergando cuatro años. Tal vez no es una recomendación muy festiva, pero a mí no me defraudó: la vía de tren que sirve de antesala al camposanto y que parece perderse entre patios, árboles y perros de una de esas ciudades-espejo en las que se multiplica y esfuma el DF; la perspectiva de la escalera de acceso a la avenida principal desde los arcos de entrada; el trasiego cotidiano de muertos y vivos (no encuentro mejor forma de explicarlo) en la oficina de información; y el resto a gusto personal del mitómano. En mi caso, fue la tumba de Luis Cernuda (me quedó pendiente la de Emilio Prados). Para otros podría ser la de Jorge Negrete, Remedios Varo, Pedro Infante o las que te ponga delante una caminata al azar (como ésta, cortazariana: «René. Te quisimos muchísimo»).

Después de la visita al cementerio, y dependiendo de los gustos y ánimos, recomiendo San Ángel o Coyoacán, ambos cercanos. Si San Ángel, una visita al atrio de la Iglesia de San Jacinto. Si Coyoacán, un paseo desde Miguel Ángel de Quevedo hasta el Jardín Centenario por Tres Cruces (en el número 11 murió y vivió Cernuda, para continuar con la mitomanía). Yo elegí el segundo. Como los cementerios suelen dar hambre, recomiendo un alto en el restaurante oaxaqueño La bella Lula (sobre Miguel de Quevedo). Exquisitos moles y tlayudas.
 

Palmas y Polanco

A pesar de que en Prado Norte se corre el peligro del acento insufrible, los flequillos lánguidos y los bolsos de marca de las fresas y fresos de las megacasas de las Lomas, todavía merece la pena pasear por la calle, curiosear los imposibles arreglos florales de las tiendas del mercadito, comerse una hamburguesa en Rubens y hasta sentarse a la puerta del Society a tomarse un té de manzana y arándanos. Si el té le abre a uno las ganas de postre, merece la pena el siguiente paseo: seguir por Prado Norte hasta Reforma, cruzar Reforma hasta Prado Sur y de allí seguirse hasta Lomas de Virreyes. En el cruce de Aguiar y Seijas con la calle Vosgos (frente a un Soriana) está el mejor pastel de elote del DF (en la humilde opinión de un servidor): el del Finesse. No lejos de allí, en Monte Líbano, está el Café O. Un lugar un poco snob (librería, vinería, restaurante, you name it) que (si hay suerte y las señoras de las Lomas deciden quedarse en sus casas) puede resultar muy agradable para cenar.

En Polanco yo siempre acabo en el mismo sitio: la Cafebrería El Péndulo (a pesar del nefasto título). La selección de libros no es tan buena como la del Péndulo de Condesa, pero el lugar (sobre todo la terraza y las mesitas del segundo piso) es más agradable. Muy recomendable sentarse a leer y tomar algo en el segundo piso una tarde de lluvia. En cuanto a restaurantes, los hay a patadas. Yo prefiero la comida y el ambiente de Los Panchos (en Anzures), el fabuloso mole del Bajío (en Alejandro Dumas) y las tostadas de atún del Entremar (igual de buenas que las del Contramar en la Roma). Para comida y bebida internacional, los pisco sours del Osaka (en Masaryk) y cualquier cosa de la carta del Astrid & Gastón en Tennyson. Para pasear, sin duda, Horacio.
 

Condesa y Roma

Aquí la cosa se complica. Voy a intentar resumir mis actividades y lugares favoritos:

  • Dar vueltas por Ámsterdam hasta completar el mapa imaginario del Hipódromo (recomiendo ver antes un mapa antiguo de la zona cuando todavía existía el hipódromo).
  • Sentarse un rato en los bancos de la fuente de Culiacán con Ámsterdam (un chorro gigante sobre un espejo de agua, como se dice ahora, con un encanto medio zen).
  • Curiosear en la librería FCE Rosario Castellanos.
  • Comer cochinita pibil en La Capital u ostiones a la francesa en Lampuga.
  • Pasear por Álvaro Obregón (si hay algún recital o cualquier otro pretexto, usarlo para entrar en la casa de Ramón López Velarde).
  • Visitar el David falso de la Plaza Río de Janeiro.
  • Echar un vistazo a la cartelera del Foro Shakespeare (en Zamora). Allí he visto el mejor teatro en el DF (con diferencia).

 

Centro histórico

En el centro histórico me quedo con todo lo que hay y lo que dejó de haber en los alrededores de Santo Domingo, en especial con las antiguas imprentas del lateral porticado de la plaza. Un lugar que recomiendo para comer es el restaurante libanés Al-Andalus en Mesones 172, no muy lejos del Zócalo. Un lugar especial, en todos los sentidos.
 


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