Entre el malinchismo y el discurso de que la vida es demasiado corta para perder el tiempo haciendo lo mismo, el verbo «redescubrir» parece estar en peligro de extinción.
Quizá the grass is always greener on the other side, pero tal vez se deba a que no regamos el pasto de este lado de la valla. Y –abusando de la metáfora– regar nuestro propio pasto significa observarlo, redescubrirlo. Volver en nuestros pasos y recorrer lo ya recorrido. Encontrarle un gusto nuevo a cosas viejas, o, incluso, descubrir que siguen existiendo todavía muchas cosas nuevas.
Así, te presentamos aquí algunas ideas para redescubrir tu propia ciudad. Lugares, actividades y actitudes que te permitirán ver las cosas desde otro ángulo. A fin de cuentas, de eso se tratan los viajes, no de conocer nuevos paisajes, sino de refrescar la visión.
Si te gusta vivir como local en la ciudades que visitas, trata de vivir como turista en la ciudad local.
Si vives a dos, tres, incluso cuatro kilómetros de tu oficina, vete caminando. Si no, maneja y estaciona tu auto dos o tres kilómetros antes de llegar. A pie ves cosas no sólo desde otro ángulo, sino sobre todo desde otra velocidad. Los parques, por ejemplo, se aprecian mucho mejor a 3 km/h que a 80 km/h. Por lo menos cada 15 días madruga un poco, camina, cómprate un café y siéntate en la banca de un parque, aunque sea a ver el tuiter.
En cierta forma, el hábito sí hace al monje. Tómate un par de días de vacaciones y disfrázate de turista: ponte unas bermudas, una playera floreada y una gorra. Y, en lugar de perfume o loción, ponte bloqueador. Antes de entrar a algún museo, siéntate en algún lugar que esté cerca de tu oficina y observa a tus compañeros de trabajo. Además de regocijarte en tu recreación y tu tranquilidad, tal vez te des cuenta, viendo a tus compañeros, de tus propios movimientos y posturas laborales.
Tal vez suene absurdo –¿para qué gastar en un hotel si mi casa está aquí a dos cuadras?–, pero funciona: el espacio engaña al cuerpo y convierte tu ciudad en una ciudad un poco extraña. Sorprende a tu esposo y reserva el hotel de la esquina. O invita a unos amigos y organicen una especie de fiesta en la habitación. Si no tienes pareja o amigos, simula que eres un importante ejecutivo y trata de ligarte a alguien que esté –seguramente– simulando lo mismo.
Salir con la cámara ayuda mucho a descubrir cosas, sobre todo si te impones un tema. Puede ser un cliché: las puertas de San Miguel, por ejemplo, o los balcones de Guanajuato. Incluso podrías salir con alguien más y burlarte de las poses y las fotografías que toman los turistas «reales».
El maestro aprende siempre mucho más que el alumno; es un lugar común, pero es cierto. Pasea al amigo que viene de fuera, a la tía que llegó de visita o a la abuela desahuciada. Investiga la historia de tu ciudad, memorízate algunas fechas, conoce un poco más sobre los estilos arquitectónicos, prepara un itinerario y suéltate con algún monólogo estilo niño-de-museo. Tu amigo, tu tía o tu abuela quedarán profundamente agradecidos contigo y obtendrás así un guía experto cuando decidas ir a la ciudad en donde ellos viven.
En el centro de México hay muchas opciones de lugares en los que puedes realizar un picnic con manta de cuadros, vino, canastita y todo. Afuera de San Miguel de Allende está el Charco del Ingenio. Cerca de Querétaro, rumbo a Huimilpan y Amealco, está la Laguna de Servín. Y al norte de Guanajuato, en la Cañada de la Virgen y en la sierra de San Felipe, hay mucho, mucho campo. ¿No quieres salir ni un poquito de tu ciudad? Vete a la Alameda o a algún parque público. Sí, no hay mucho GCU, pero es que a veces la Gente Como Uno no se la pasa tan bien como los Demás.
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