El libro memoria, el libro imaginación. El libro cultura, el libro conversación. El libro botella que zarpa desde una isla en busca del lector. El libro esperanza. El libro ilusión.
En el libro Jugadas de pared no hay tal ilusión, por lo menos no en el principio. El escritor no tiene porqué crear lectores: el lector ya existe. El náufrago manda la botella a alguien y ese alguien responde. Este libro no es una botella, sino un mar de botellas. Cartas yendo y viniendo, como si la literatura fuese la mar de divertida.
Cayuela y Samper –dos empresarios culturales– invitan a Caparrós y a Villoro a comentar el Mundial de Sudáfrica 2010. Al ritmo de los partidos, de los pases, de los goles, al ritmo de las expectativas y los resultados, Villoro y Caparrós se envían cartas, se dirigen cizañas, se lanzan botellas.
El futbol como conversación, como juego, como profesión. El negocio, el fenómeno de masas, el éxito económico, el evento social. El catalizador político. El futbol como lenguaje, como expresión.
Villoro y Caparrós como narradores del Mundial. El sedentario y el nómada; Villoro ve los partidos por televisión, Caparrós desde lo más profundo de la tierra africana. Uno escribe desde una especie de ciudad alemana, pero sin Alemania; el otro escribe desde todas las ciudades, es decir, desde el aeropuerto. Uno escribe en el silencio, el otro en el bullicio. Uno es espabilado, el otro es contenido. Narradores disímbolos, objetivos contrarios, nadir y cenit de un mismo anhelo. Los dos dejan que lo pequeño devenga en grande, desplazan lo secreto al centro de atención, rastrean la belleza de lo cotidiano, narran su futbol.
La literatura como un encuentro, como una cruzada; la literatura como el resultado de ese encuentro. La literatura como campo de batalla. Sudáfrica 2010 como una narración entre dos opuestos. El Mundial como cartas de relación.
Cartas de espíritus contrarios unidos por la amistad. Caparrós sabe que con Villoro comparte «afición, ocupación, generación, un continente incontinente, un padre español, una madre psicoanalista, una mujer Margarita, un hijo Juan, engaños, desengaños, la busca interminable de una frase». Villoro lo confirma respondiéndole que lo mejor de estas cartas «fue saber que el juego se comparte. Cada lance fue un motivo de conversación con el amigo».
Quizá, como dijo Villoro en una de estas cartas, «este Mundial falló en la cancha y triunfó en las tribunas. Fue más grande en la expectación que en los hechos, prueba empírica de que el juego sucede dos veces, en la mente y en el césped».
Jugadas de pared pretende ser un tercer juego, el que sucede en la memoria de las tribunas. La memoria como un capítulo de la conciencia, y este libro como memoria de ese Mundial.
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