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Imagen © Óscar Rieveling

Episodios de lectura

¿Cómo decidimos qué libro leer? ¿Qué tanto influye el clima, el estado de ánimo, el último libro que leímos? ¿Qué leemos cuando leemos? Seguimos con la serie «¿Cómo leo? –Las lecturas y sus lectores». En esta cuarta entrada, Antônio Cabadas escribe sobre sus tiempos y enfermedades de lectura.

 

I

«No pensaba estar haciéndole justicia a un escritor si no lo leía en días consecutivos, en sesiones no inferiores a las tres o cuatro horas. De otro modo, a pesar de sus notas y sus subrayados, perdía contacto con la vida interior del libro, y, para eso, mejor no empezarlo». Es El Narrador describiendo el hábito de lectura de El Maestro ante El Aprendiz. Ante determinaciones así no quedan muchos lectores para ser considerados serios, yo no, al menos. Nunca he tenido rutinas de lectura, planes, proyectos, esquemas. Salto de un libro comprado recientemente a uno que lleva años esperando a ser leído, evito leer completamente a un autor que me importe (me ahogaría la infelicidad de saber que ya no queda más Flaubert o Kafka por conocer) y exploro lagunas de temas, géneros y estilos con la misma minuciosidad de un barquero ebrio.

Antes que hábitos tengo antojos. Leo acostado en la cama, a veces temprano por la mañana, a veces tarde por la noche. Leo subido en árboles o tendido en el pasto. Leo quieto, en un sillón, o en el traslado del autobús. En ocasiones tengo dos o tres lecturas paralelas, o hago sólo una. Puedo leer por varias horas en días consecutivos y después abandonar la lectura, como si no importara. No sé qué leeré el día siguiente, mis elecciones no están ligadas a ningún compromiso, se encuentran contaminadas de fobias a ciertos nombres, de afinidades a ciertos géneros, de gustos que se van modificando: por años leí mayoritariamente poesía y con el tiempo esa preferencia se ha ido adelgazando, dejando brecha abierta a la narrativa; hace unos meses comencé a leer una antología de Seamus Heaney y en una línea me sentí incapaz de continuar, no porque los poemas no me gustaran, sino que sentí que no tenía la paciencia de ir tocando esa brevedad. Sé que habrá otro ánimo después para continuarlo.

La posibilidad del libro siguiente me plantea algunas preguntas: ¿he leído demasiado de esta editorial?, ¿mejor probar a un autor desconocido o darle otra oportunidad a alguien que no me atrapó en el primer disparo?, ¿es momento de regresar al canon?, ¿vale probar a un autor joven?, ¿cómo va la cuenta de libros escritos por mujeres? Y las respuestas pueden influir, hacer que las dos, tres, cuatro posibilidades originales se amplíen o se reduzcan. O puede suceder que me valgan madres los resultados y lea una cuarta novela consecutiva y postergue nuevamente el regalo de un amigo, aquella recomendación juiciosa, el autor querido que me espera con una novedad. Lo mejor es tirarse de cabeza sin esperar nada, sólo el seco golpe de la sorpresa.
 

II

Una comentario sobre la lectura del mismo autor de la nota inicial: «El problema es que el hábito de la lectura se ha esfumado. Como si para leer necesitáramos una antena y la hubieran cortado. No llega la señal. La concentración, la soledad, la imaginación que requiere el hábito de la lectura. Hemos perdido la guerra. En veinte años, la lectura será un culto». Quito del párrafo la palabra hábito y la suplanto por enfermedad, me quedo con soledad e imaginación, añado que es un motivo delicioso para estar con uno mismo. Del tipo de obligaciones que nadie nos impone y que da gusto cumplir.

¿Qué leo? La mayor parte de mis elecciones son alrededor de la literatura, con escasos acercamientos a otras disciplinas; leo ficción, y para evitar empantanarme tomo dos líneas de un ensayo de Juan José Saer: «La ficción se mantiene a distancia tanto de los profetas de lo verdadero como de los eufóricos de lo falso». Amén. Aquí tengo que añadir que una parte de mi trabajo regular consiste en leer decenas de normas y regulaciones de ingeniería de varios países: los profetas de la verdad. Por otra puerta huyo de libros inocuos: los eufóricos de lo falso. Leo en esa frontera donde la capacidad de crear un mundo distinto se conecta con realidades profundas o simplemente inadvertidas. Leo como sostenido de un féretro en un naufragio. Leer es cubrirse la cara para después mostrarla llena de palabras.
 


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