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Libros y barbarie

Bosnia es hoy un país compuesto de dos entidades, tres nacionalidades, cuatro religiones y resguardado por soldados extranjeros que mantienen la paz. La guerra en Bosnia terminó hace más de 15 años sin vencedores ni vencidos, pero con 250 mil muertos y 2 millones de refugiados y desplazados (cifras enormes para una población de 4 millones de habitantes). Entre abril de 1992 y diciembre de 1995 hubo guerra y, además, se perpetró el cobarde genocidio contra los musulmanes bosnios. Los ultranacionalistas serbios cercaron y destruyeron la ciudad de Sarajevo, cruce de civilizaciones y culturas, donde en poco menos de un kilómetro cuadrado hay una sinagoga, dos iglesias ortodoxas, una catedral católica y varias mezquitas.

La cultura no estuvo ajena a la barbarie: basta recordar uno de los capítulos más tristes en la historia del libro y las bibliotecas: la destrucción de la Biblioteca Nacional de Sarajevo. Construida entre 1892 y 1896, fue un inmejorable ejemplo de la convivencia multicultural en los Balcanes. La forma tan brutal en que se llevó a cabo este atroz atentado contra la historia y la cultura no se olvida fácilmente, así, como todo se olvida recientemente, sepultado por la celeridad y rapidez con que vivimos. La destrucción de la biblioteca de Bosnia ha sido uno de los más arteros y terribles atentados a la cultura y al hombre.

Fue la noche del 25 de agosto de 1992 cuando la artillería del ejército ultranacionalista serbio incendió la Biblioteca Nacional. La guerra de Bosnia-Herzegovina significó una catástrofe para esta y otras bibliotecas y archivos locales, destruyendo y desapareciendo miles de documentos en diversos formatos, como manuscritos, impresos y documentos no textuales.

La biblioteca fue incendiada con granadas de mortero y bombas de fósforo durante toda una noche, produciéndose así el fuego que destruyó alrededor de 600 mil volúmenes de su colección. Antes de la destrucción, la biblioteca contaba con 6 mil metros cuadrados y una capacidad de 420 puestos de lectura; poseía miles de documentos manuscritos conservados a lo largo de seis siglos, tanto por musulmanes como por serbios ortodoxos, croatas católicos y judíos. Aquél fue el evento más trágico en la reciente historia cultural europea.

Tres meses antes, el ejército de Karadžić ya había devastado el Instituto Oriental de Sarajevo y destruido una de las mejores colecciones de literatura medieval en árabe, persa y turco, así como decenas de miles de documentos en cuatro alfabetos: latino, árabe, cirílico y bosnio antiguo. Con el afán de borrar la memoria colectiva del pueblo bosnio, los serbios completaban así su intento de destrucción y genocidio. Se destruyó todo, incluso libros testigo que pudieron haber demostrado que los eslavos que profesan el Islam han vivido en Bosnia desde hace varios siglos.

Cuarenta proyectiles cayeron en las calles adyacentes en apoyo al ataque del edificio. El fuego se prolongó hasta el día siguiente. La ciudad se oscureció por cenizas de papel y por un fino polvo negro que flotaba en el ambiente. Las sábanas de la ciudad, tendidas al sol, se llenaron de hollín. Miles y miles de trozos de papel carbonizados volaron libres por el cielo, si se capturaban en el momento, podían aún transmitir calor.

Durante semanas y hasta por meses, páginas de libros ennegrecidas flotaron sobre la ciudad, introduciéndose en las casas a través de los cristales rotos de las ventanas. De acuerdo a Arsenio Sánchez, comisionado por la Biblioteca Nacional de España para la ayuda a la Biblioteca de Sarajevo, «al final de la guerra, los daños en bibliotecas, archivos, museos y edificios de interés cultural, superaban largamente los daños imputables a las dos guerras mundiales. El hecho más siniestro de la guerra fue la aplicación de la limpieza étnica –etničko čišćenje–, cuyo objetivo básico era purificar los territorios, extirpando toda señal humana o cultural considerada extraña».

Las referencias a las guerras étnicas y a la destrucción de las bibliotecas guardan relación con el llamado «memoricidio» que recogió la escritora Carmen Verlichak (Madrid, 1959) del historiador Mirko Gmerk (Croacia, 1934), quien empleara el término luego de la destrucción de la biblioteca de Sarajevo: «al decir memoricidio se hace referencia a la destrucción intencionada de la memoria y el tesoro cultural de un pueblo. Si la guerra tiene como objetivo apoderarse de bienes, personas y territorios, también necesita borrar la memoria del otro, sus recuerdos, las razones que sustentan su identidad y lo empujan a resistir, a luchar, a vivir. Por eso, el memoricidio es a la vez objetivo y estrategia de guerra».

Nuestro pasado está lleno de episodios de quema de libros, desde la Inquisición hasta los totalitarismos del siglo XX, pero nunca como en la guerra de los Balcanes se quiso destruir a conciencia una biblioteca nacional. «Los serbios destruyen bibliotecas porque este microcosmos de coexistencia les provoca y contradice su interpretación de la historia», dijo alguna vez Dževad Karahasan (Bosnia, 1953), escritor y ex director de la Academia de Artes de Sarajevo. Los libros le dan volumen a la memoria humana, por tanto, quienes los destruyen lo hacen para sustituir la memoria del otro por la suya.

Quedó atrás, por mucho, la convivencia pacífica y la mezcla cotidiana en la multiétnica, multicultural y multireligiosa Bosnia-Herzegovina; continúa de pie, aunque ya queda poco de esa multiplicidad que la hacía un lugar único en el mundo, un ejemplo de respeto y convivencia con el otro, con el que piensa –escribe y lee– diferente. Quedó atrás esa gran diversidad que hacía que este rincón de la Europa Oriental pareciera, extrañamente, una biblioteca: sus habitantes siempre estuvieron mezclados de manera muy especial, como se mezclan los libros en los estantes o en las repisas de una biblioteca, sin un trasfondo étnico, ni antecedentes culturales, raciales o geográficos.

Cuando los libros son destruidos, hay algo en el hombre que se destruye también: se destruyen las vidas que los hicieron posible, que los conservaron en el paso del tiempo; se destruyen todas las vidas que contienen, así como la vida que los mismos libros pudieran dar en el futuro: se destruye la inteligencia y la esperanza. La destrucción de los libros es un acto de barbarie que nunca podrá ser explicado y jamás ganará atenuante alguno. La destrucción suele ser voluntaria, consciente, cruel y cobarde, cargada de simbolismos y miseria humana. Ninguna destrucción de libros es casual. Ningún destructor de libros será redimido.
 


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