Nos hemos acostumbrado a los animales domésticos. Sobre todo a los perros. Si nunca hubiéramos visto uno y de pronto nos lo topáramos –elegante, horizontalmente erguido– cruzando una calle, nos quedaríamos asombrados: no sabríamos qué es eso, si es del futuro o si viene de un sueño. Pero no, nos cruzamos con un perro, el que sea, de cualquier raza, y lo vemos como algo normal. Hemos perdido la capacidad de verlos como algo exótico porque están –estamos– sobredomesticados.
Quizá esa sea la consecuencia de vivir tanto tiempo en una ciudad: perder la capacidad de asombro. El perro y el gato son los animales urbanos por excelencia –sin contarnos, claro está, a nosotros mismos en el tráfico y en la fila del súper. Fuera de la ciudad el perro y el gato dejan, en cierta forma, de existir. El perro campirano es más un lobo que un perro. Y el gato silvestre es definitivamente un felino.
Hemos domesticado tanto a estos dos animales, que ya nos aburrimos. Ahora estamos intentando dominar a animales que resultan exotiquísimos, por lo menos para tenerlos en la ciudad: hurones, erizos, changos, cerdos, caballos miniatura… Quizá lo hacemos por venganza: lo que la ciudad nos hace todos los días, nosotros se lo hacemos a la naturaleza.
No es que estemos dementes, es que estamos aburridos. Y los animales distraen, a veces muy bien, nuestra desgana. Esa es quizá la primera razón para tener una mascota: para librarnos de nosotros mismos. A continuación otras ocho.
La razón principal es sencilla: porque en el fondo no necesitas un animal. Pero bueno, encontremos razones concretas: porque su alimento ya paga IVA, porque tendrás que gastar extra en los aviones, buscar hoteles especiales, estar atado a tu casa y conseguirte amigos nuevos que tengan una mascota similar. Antes de tener un animal, prueba si con una planta tienes suficiente.
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