Jamás hablo de cosas personales. Bueno, va de nuevo: suelo no hablar de anécdotas personales. Pero esta vez he dicho basta.
Mi marido, @EL_Moskar, y yo formamos junto con nuestro hijo de seis años una familia que va al súper, al doctor, a la clase de natación, al trabajo, a la escuela. O sea, somos normales.
Pero aparentemente no lo somos. Aparentemente nuestra familia se compone de una mamá, un hijo y un ser invisible.
Porque siempre que vamos al súper, a la escuela, a una fiesta infantil, a la clase de natación, aparentemente mi marido deja de existir o no se ve. Todos se dirigen a mí.
Que la inmensa mayoría de los asuntos domésticos o de los hijos son llevados por mujeres en este país, no lo discuto. Pero no entiendo cómo es que, si mi marido está presente y es el que formula preguntas o inicia una conversación o se dirige a un interlocutor cualquiera, invariablemente eligen responderme a mí.
Si estamos en la clase de natación y él pregunta que cuánto cuestan las clases individuales, el señor que atiende me voltea a ver a mí y me dice: «señora, las clases grupales son muy buenas, ¿no ve que su hijo ha avanzado mucho?».
Si mi marido va a la junta de la escuela en la que se discute cómo organizarnos para un próximo campamento, la señora amabilísima que apoya en la organización le contesta: «yo me comunico con su esposa para explicarle».
Si en la escuela mi marido le comenta a la maestra de inglés que queremos saber cómo hacer para que Pedro practique más, ella me voltea a ver a mí para preguntarme: «¿y ustedes saben inglés?».
Si en el súper Óscar pide que le den jamón con la rebanada delgadita, la dependienta corta una muestra y me ve: «¿así está bien, señora?».
El único que parece que sí ve a mi marido es el pediatra. Lleva seis años dándose cuenta de que en mi familia Óscar también administra medicina, también lleva a Pedro a revisión, también se levanta en la madrugada a revisarlo, también sabe si su tos es seca o no, si comió o no una cochinada y si su temperatura fue superior a 37.5 grados.
Pero es el único que parece saber que mi marido existe.
Mientras, tendremos que seguir viviendo que cada vez que vayamos a una fiesta infantil, aunque sea mi marido el que esté al lado de Pedro cuando le pega a la piñata, a mí sea a la que me digan o me griten (aunque ni esté cerca): «ya le toca el turno a tu hijoooo».
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