Quieres escribir sobre el olvido. Entras a Google, tecleas «olvido» y… ¡pácatelas, 50 millones de resultados en un cuarto de segundo!: olvido, amnesia, memoria, mnemotecnia, Loci, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Funes, El olvido que seremos, gajo de santonina…
¿Por qué entras a Google? Porque ya no es el bastón de tu memoria, sino tu memoria misma. De la misma forma en que dejamos de sumar con los dedos cuando inventamos las calculadoras, ahora hacemos memoria con un googlazo.
El vertiginoso, lúcido e insensato Google. Es demasiada memoria. Demasiada luz. Puro ditirambo. Y, obviamente, insomnio, pues los sueños se suspenden cuando se concentra el mundo («Mundo»: un billón y medio de resultados en menos de un cuarto de segundo).
Nuestra memoria es infalible: lo recordamos todo, somos incapaces de olvidar. Estamos enfermos de memoria. Qué privilegio, qué bonito: «así conocemos el pasado y evitamos que las desgracias de la historia se repitan, así el futuro puede ser distinto». Ojalá sea distinto. Y ojalá sea futuro, pues tan obsesionados como estamos con la memoria y el pasado parece imposible avanzar. Estamos atolondrados, tanta memoria nos ha dejado pasmados. En Babia.
El recuerdo es una carga. El olvido es un aliento. Nos movemos en la oscuridad y la ignorancia, pues no somos lo que sumamos, sino lo que vamos perdiendo; lo que poco a poco logramos, ardientemente, olvidar.
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