Se extinguen los animalitos y figurines hechos con las hojas del ficus, el ciprés y el laurel. Un parabién más de esta todavía tierna región.
Aunque nuestra infinita cursilería quisiera hacer de la jacaranda el árbol representativo de la región, el ficus se sobrepone (¡y de qué forma!) en nuestros jardines urbanos. La jacaranda sólo es visible durante las primeras y remilgadas semanas primaverales; es algo así como la versión ingenua del pino navideño.
El mezquite es otro árbol característico del Bajío. Pero ese no cuenta, pues, para empezar, es más un arbustote que un árbol. No confundamos. Además, el mezquite representa más al campo que a la ciudad: se da solito, a pesar de nosotros.
Lo mero nuestro es el ficus y, cuando nos ponemos magnánimos, el ciprés y el laurel. Y bien podados, incluso formando animalitos, naves espaciales y curiosos figurines. La imagen que mejor describe el espíritu provincial es, quizá, la del ama de casa en bata asomándose entre las cortinas para ver cómo el fornido jardinero de la vecina va configurando un anoréxico elefante verde.
Normalmente la poda figurativa sucede en estas fechas, a media primavera. Sin embargo, cada año hemos visto cómo la flora urbana ha pasado de ser figurativa a abstracta. Quizá esa sea la diferencia entre un pueblote y una pequeña ciudad.
Celebremos, pues, nuestro «cambio de niña a mujer». Despidámonos –no sin una furtiva lágrima– del poni-ciprés y festejemos –aún con vértigo– nuestra ya certera e incuestionable era urbana.
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