Nos tocó vivir el apogeo del reguetón. El auge de las letras obscenas y sexualmente explícitas nos ha vuelto inmunes a las peladeces musicales. Pero no siempre fue así.
Me gusta ser una zorra es el título de la canción más famosa del grupo de punk español Las Vulpess, que en latín significa «las zorras».
Remontémonos a principios de los años 80s, a España, a un programa de televisión abierta en horario familiar. Se suben al escenario cuatro jóvenes, tienen entre 17 y 20 años, tienen cabello corto y collares de perro en sus cuellos. De música sabían muy poco, llevaban apenas un par de meses tocando. Pudo haber sido cualquier grupo de garaje. Los productores del programa no se molestaron en poner el pitido de censura a su canción cuando la transmitieron a todo el país: la contundente declaración del gusto por la zorréz estremeció a la nación española.
Y así empieza la historia, un cuento de princesas malas. El efecto escándalo las colocó en boca de todos, se hablaba de ellas en reuniones familiares y en discusiones intelectuales. Las revistas les dedicaban columnas enteras, los periódicos duraron semanas con la noticia.
Los hombres machistas las odiaban, las mujeres feministas las odiaban, los de derecha las odiaban, los músicos las odiaban… Pero no pasaron desapercibidas, recibieron incluso propuestas para posar desnudas.
Así como lo fácil llega, también se va, y las incitantes señoritas se separaron. Pocas bandas han tenido una existencia tan fulminante. Pese a su pésima calidad musical, son recordadas por aquella excitante declaración, quizá incomprendida, quizá un grito de libertad, poético, una declaración a la sinceridad:
Si tu me vienes hablando de amor,
que dura la vida, cual caballo me guía
permíteme que te dé mi opinión.
Mira imbécil que te den por culo.
Prefiero masturbarme, yo sola en mi cama,
antes que acostarme con quien me hable del mañana.
Prefiero joder con ejecutivos,
que te dan la pasta y luego vas al olvido.
Me gusta ser una zorra, me gusta ser…
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