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Piedad por el traductor

Por ahí de 1941, Vladimir Nabokov empezó a dar clases en Wellesley College. En el intento de enseñar literatura rusa en una universidad gringa, se encontró con una frustración que le ofrecería una obsesión vitalicia: en esas épocas, según él, no había ninguna traducción digna de Eugene Onegin, la novela de Alexander Pushkin, «the first and fundamentan Russian novel», como afirmaba Nabokov.

En 1964, luego de dedicarle una beca Gugggenheim a la traducción de la novela, de una temporada Cambridge en donde «…I did nothing (from 9A.M. to 2 A.M.) but work on my commentaries to EO», de perder a un amigo y admirador por razones estéticamente irreconciliables, después de veinte años y seis o siete versiones de la traducción, Nabokov publicó su primera versión en inglés de Onegin.

Esta versión estaba compuesta por cuatro volúmenes. Incluía la traducción literal de Nabokov, sus comentarios, dos apéndices, un índice y la reproducción facsimilar de la segunda edición de la novela, publicada por Pushkin de 1837. Parecía una traducción definitiva, pero no para Nabokov, para él la neurosis apenas comenzaba. En 1967 publicó una segunda versión que buscaba ser «even more gloriously and monstrously literal than the first».

En 1975, dos años antes de la muerte de Nabokov, la Universidad de Princeton publicó una última versión. Entre ésta y la primera sucedieron anotaciones, correcciones, artículos y poemas al respecto.

Kubrick era capaz de repetir hasta ciento veintisiete veces la misma toma; Alí Chumacero tuvo, alguna vez, más de ciento cincuenta versiones del mismo poema, y una compositora desconocida, en la versión ciento ochenta y tres de una melodía, considerándola por fin terminada, se suicidó. Las obsesiones vitalicias.

Aquí la versión original y la traducción de un poema que habla de esta obsesión de Nabokov, en donde juega, canta y rima –tal vez como hubiera querido que lo hiciera su traducción de Eugene Onegin– con motivo de sus sinsabores como traductor.
 

Pity the Elderly Gray Translator

Pity the elderly gray translator
Who lends to beauty his hollow voice
And –choosing sometimes a second-rater–
Mimes the song-fellow of his choice.
To sacred sense for the sake of meter
He is seldom traitor as traitors go,
But pity him when he quakes with Peter
And waits for the terza rima to crow.

It is not the head of the verse line that’ll
Cause him trouble, nor is it the spine:
What he really minds is the cursed rattle
That must be found for the tail of the line.
Some words by nature are sort of singlish,
Others have harems of rimes. The word
“Elephant”, for example, walks alone in
English
But its Slavic equivalent goes about in a herd.
“Woman” is another famous poser
For none can seriously contemplate
an American president or a German composer
In a viable context with that word for mate.
Since rime is a national repercussion
(And local holiday), how bizarre
That “skies-eyes” should twin in French and
Russian:
“Cieux-yieux”, “nebesá-glazá”.

Such boons are irrelevant. Sooner or later
The gentle person, the mime sublime,
The incorruptible translator
Is betrayed by lady rime.
And the poem from the Persian
And the sonnet spun in Spain
Perish in the person’s version,
And the person dies insane.

 
Piedad por el viejo y gris traductor

Piedad por el viejo y gris traductor
que presta a lo bello su hueco aliento
y –al elegir a un primer perdedor–
imita a la canción amiga, elegida al viento
al sentido sagrado, en favor del metro.
Traiciona, a veces, como buen traidor
pero, piedad, cuando tiembla con Pietro
y busca en la terza rima al cantor.

No está en el principio lo que hace ruido
tampoco se encuentra en su espina:
lo que importa es el maldito sonido
que debe encontrarse donde la línea termina.
Algunas palabras cantan como la ola,
otras son un harén de rimas.
«Elefante» en inglés camina sola
pero en eslavo, va siempre con amigas.
«Mujer» es también famosa disyuntiva
pues nadie considera, sin levantar la ceja,
que un presidente gringo o un músico alemán viva
con esa palabra como pareja.
Como la rima es algo nacional
(y fiesta local), parece guasa
que «cielos-velos» en francés y ruso suenen igual:
«Vieux-yieux!», «nebesá-glazá».

Bendiciones irrelevantes. Pronto
el chico amable, bufón sublime,
el traductor incorrupto, si tonto,
espera a que la dama rima lo time.
Y el poema escrito en persa
y el soneto en español hilado
perecen en versión adversa
y el traductor muere encerrado.
 


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Recomendaciones para elegir una buena traducción

En buena medida, conocer es traducir, dice Juan Villoro. Un buen traductor es, antes que nada, un buen lector; el gran conocedor de un texto. El traductor no sólo traduce las regiones explícitas de un libro, sino también, y sobre todo, el carácter implícito de las palabras, es decir, lo que está entre líneas: las ideas, el discurso, los sentimientos, el tono, el ritmo, el estilo, la espontaneidad del lenguaje; para decirlo de forma pomposa: el espíritu del texto. Traducir algo de forma literal es ir contra el sentido común. Por eso a veces es tan difícil encontrar una buena traducción, sobre todo de los textos que son de alguna forma poéticos. No existe problema alguno con el manual de la aspiradora; encontrar una buena traducción de Pessoa requiere un poquito más de tiempo. Al leer una traducción, hay que ser conscientes que siempre habrá una pérdida en el texto traducido. Por ejemplo, el español no tiene palabras para saudade, spleen o weltschmerz. Sin embargo, muy de vez en cuando, esa pérdida de la traducción puede llegar a ser paradójicamente una ganancia. Traducir del francés al español significa afrancesar el español, es decir, enriquecerlo. Una buena traducción enriquece el idioma.   Breves recomendaciones: Elige editoriales que respeten la literatura. Algunos ejemplos de editoriales serias: Fondo de Cultura Económica, Cátedra, Alianza, Siruela, Nórdica, Acantilado, Pretextos, Sexto Piso y, casi siempre, Anagrama. Evita: Editores Mexicanos Unidos, Editorial Valdemar y Lectorum. Respeto editorial significa poner el nombre del traductor en algún lado. Googlea al traductor para ver qué tan reconocido es. Si en el libro no aparece ningún traductor, cómpralo para la chimenea. Invierte. Los libros con buenas traducciones suelen ser más costosos. El más caro no es el mejor traducido, pero el de $20 sí lo tradujo una máquina. Para poesía, conviene comprar una edición donde venga el poema original al lado del poema traducido. Así, por un lado, puedes sentir la oralidad y la plasticidad del alemán (aún sin entender palotada de lo que estás leyendo) y, por el otro, el significado del poema.   Lecturas sobre la traducción: La tarea del traductor, de Walter Benjamin; El traductor, de Juan Villoro; Decir casi lo mismo, de Umberto Eco.   ...

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