Los hemos visto pasearse como iconos pop, en las semanas de la moda de París y Milán. Ahí andan desafiando las costumbres milenarias para perderse en la cultura contemporánea, en el arte transgresor y los libros de medicina y biología. Se valen de la ilusión óptica, de la evolución sexual y la ambigüedad. Esos seres andróginos donde Eva es Adán y viceversa.
Las figuras andróginas han sido parte del ser humano a lo largo de la historia. Las creencias medievales de un ser con un cuerpo mitad hombre y mitad mujer, las investigaciones biológicas del hermafroditismo, la ambigüedad oriental, las supersticiones religiosas y paganas; con la llegada de los medios de comunicación y la plastificación de las artes, Madonna y su ambigüedad erótica, la revolución sexual obligada, la transformación de Michael Jackson, Annie Lenox y sus trajes, David Bowie y el futurismo o Boy George y los sombreros, la aceptación masculina de la metrosexualidad, el término «unisex» y el ideal dosmilero de belleza.
Ahora, los hombres se pasean como esqueletos con siluetas indecisas y las mujeres asumen el cargo de ser una figura masculina fuerte e independiente. La androginia como moda cultural o, quizás, un vistazo a la sociedad del próximo siglo. Pero, más allá de las definiciones de Vogue y el fenómeno social, debe existir un concepto más profundo sobre la idea de un ser que es, a la vez, hombre y mujer. Quizás, la semilla clásica del concepto.
Platón, en El Banquete, acuña el concepto de un ser andrógino como un animal que reunía el sexo masculino y femenino. Estos seres, como metáfora de su fisonomía,
tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías, unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación, y todo lo demás en esta misma.
Después, Platón relata cómo los animales andróginos retaron a los dioses al tratar de subir al Olimpo y recibieron, como castigo, el corte de sus cuerpos y órganos en dos mitades iguales:
de aquí procede el amor que tenemos naturalmente los unos a los otros; él nos recuerda nuestra naturaleza primitiva y hace esfuerzos para reunir las dos mitades y para restablecernos en nuestra antigua perfección. Cada uno de nosotros no es más que una mitad de hombre, que ha sido separado de su todo, como se divide una hoja en dos. Estas mitades buscan siempre sus mitades.
El amor como esa eterna búsqueda de la otra mitad, de la perfección humana que va más allá de un sexo débil y uno fuerte. La androginia que no es un frágil modelo masculino con una falda de Marc Jacobs. El concepto como una metáfora del romanticismo, la búsqueda de tu otra parte; el mundo como un espacio plagado de demediados en busca de la perfección platónica.
Sin embargo, el concepto de andrógino en su sentido literal rara vez podría ser utilizado en la cotidianidad. La palabra «androginia» denota a un hombre (o mujer) que en su vestimenta, fisonomía y modismos recuerdan más al sexo contrario. Esto crea una superposición indeterminada del repertorio social sobre lo que es masculino y femenino. Difícilmente el hombre moderno podría concebir la idea de un ser redondo con el doble de órganos; mucho menos la aceptación de que existe algo que es todo. Probablemente, el único acercamiento real al concepto que propone Platón sería Genesis y Lady Jaye.
Genesis P. Orridge, músico británico conocido como el padre del movimiento Industrial e integrante de grupos como Throbbing Gristle y Psychic TV, fue en los 60s y 70s una de las figuras más prominentes de la escena alternativa de Nueva York. Para el 2003, Genesis había conocido a Jacqueline Breyer (Lady Jaye). Juntos emprendieron un proyecto que podría explicarse como la transformación de sus personas en una sola o, más bien, en dos que son una. En un reciente documental, Genesis justifica su obra:
Ustedes saben cómo es, amas tanto a una persona que eventualmente hay un momento en el que quieren consumirse en uno mismo y dejar de ser individuos separados. Nosotros quisimos alcanzar eso, no sólo hablarlo sino vivirlo.
Así, los enamorados se sumergieron en siete exhaustivos años de cirugías plásticas que incluyeron implantes de senos, operación de nariz, labios, lifting y un sin fin de transformaciones a sus cuerpos para dar como resultado dos personas que son espejo. Él es ella y ella es él, y entonces son uno solo.
Lo más seguro es que todo suena a una locura con ninguna justificación lógica, pero, visto desde la definición del amor que presenta Platón, la pareja se convierte en la perfección del romanticismo: el hombre y la mujer que se aman al punto de querer ser uno mismo y conseguirlo. Dos mitades platónicas que se encuentran; el concepto de alma gemela llevado a la práctica.
Genesis y Lady Jaye posan en las calles de Nueva York como dos gotas de agua idénticas. El cabello rubio y largo, los zapatos de tacón, el escote, los tatuajes, la cara, el maquillaje; uno es la réplica del otro. Incluso después de la reciente muerte de Lady Jaye, Genesis habla en entrevistas utilizando la primera persona del singular. Un vocabulario lleno de «nosotros», ayudado por los modismos femeninos, hace creer que ella sigue viva, ahí, dentro de ese ser andrógino.
Probablemente, la eterna y recientemente explotada obsesión con la androginia tiene su origen en la búsqueda emocional que expone Platón en El Banquete. Los hombres de cabello largo, las mujeres con traje-sastre, la delicadeza del hombre moderno, la liberación femenina y los modelos de anuncios publicitarios de marcas italianas se convierten en consecuencias necesarias que el ser humano utiliza para estar completo; dejar de ser un demediado para fundirse con la otra mitad: el ser amado.
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