Las historias sobre cierto tipo de obsesiones exploratorias de repetición me son especialmente cautivadoras. Pero, al mismo tiempo, detesto a quienes se repiten por falta de imaginación o por garantizar un resultado seguro. Combinemos ambas afirmaciones y digamos que entonces me gusta lo que se repite porque en el acto crea y odio lo que aparenta ser diferente pero no logra argüir nada nuevo. ¿Estamos?
Así, me detengo en la obsesiva vida de Gayle Hawes de quien supe gracias a un pequeño gran texto de Claudio Isaac para Letras Libres. Esa historia me persigue desde hace ocho años por su simpleza.
Esta mujer Hawes pasó 67 años de su vida escribiendo variaciones a una misma canción de tres minutos recogidas en 950 cuadernos que, afortunadísimamente, dejó encontrables. Tres de esas variaciones se encuentran en el excéntrico disco producido por Roger Eno (el inclasificable de esa familia) The Music of Neglected English Composers. El título de la canción, por cierto, nunca más pertinente: The Love Affair.
Ese disco merece un post aparte. Y lo entregaré pronto, señor editor y señores dos o tres lectores.
Aquí sólo diré que no descansé hasta tener este disco, rabiosamente, entre mis manos. Soy fetichista. Pero en lo que me quiero detener es en que harto estimé la posibilidad de tener conmigo –más que la ejecución de esas piezas que, evidentemente, recomiendo a todos que dejen de leer esta nota y corran a conseguirlas y disfrutarlas–, el testimonio sonoro del proceso de descubrimiento de la variación perfecta de una sola melodía.
Al final, es trivial que la canción sea de sólo tres escasos minutos. Es trivial que cada una casi no se parezca en sí. Lo que me parece descomunal es que haya alguien que dedica obra (prolífica) entera y vida entera a satisfacer sólo una permanente insatisfacción que existía en su imaginación. Congruente, se suicida cuando lo logra.
Una variación –en música– se define algo así como un patrón armónico que se explora en subtemas.
Me pregunto si lo mío es una vida que busca los subtemas para armonizar una especie de obsesión que sostengo, desde hace tantos años, que ya no recuerdo cuándo o cómo comenzó.
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