Voy a hilar dos historias que no tienen nada qué ver. La primera es frívola y la segunda quizás no tanto.
En la primera, viaja en un coche una actriz hollywoodense que sigue estando en la lista de favoritas pero ya no tan favoritas como hace unos dos años (es que en Hollywood lo holly pronto se hace wood para quemar).
Va en el coche y ha bebido unas copas de más junto a su más reciente marido. Un policía ve un comportamiento errático y decide detener el auto y pedir al conductor que baje para verificar si conduce en las condiciones que el reglamento de tránsito exige. Evidentemente no cumplía.
En eso, la mujer hollywoodense decide bajar del auto, incumpliendo una orden expresa del oficial y quiere intervenir y hacer preguntas. Ante el desacato, actúa el oficial aprehendiéndola también a ella. Yo no tengo la más remota idea de si hizo bien o no el oficial, sólo sé que, al incumplir la orden, él actúa. Ella le espeta la frasecita: «¿pero es que Usted sabe quién soy yo?». Y pues no, el oficial no lo sabía. O lo sabía, pero le demostró la irrelevancia de su identidad.
Segundo caso. Una escritora española muy conocida, además de publicar narrativa, ha ejercido el periodismo de reportaje y de opinión desde hace varias décadas. El famoso periódico para el que trabaja ha protagonizado desazones desde que se ha visto afectado por la crisis económica española. Ese periódico le comunica que en la renovación de su contrato piensan realizar ajustes bajo otras premisas que, puede deducirse, serán quizás no favorables para ella.
Luego de avisarle esto, y otras acciones más que aquí ahorro, se entrevistan el Director del diario y ella. Él le comunica que piensa sacarla de su habitual periodismo de opinión y que piensa destinarla de nuevo a proyectos de periodismo de reportaje. Yo no tengo la más remota idea de si hace bien o no el director al tomar esa determinación o usar eso como pretexto; sólo sé que, al enfrentar la crisis de publicidad, él actúa. Ella, evidentemente muy contrariada, decide cortar de tajo su relación con ese periódico y le espeta la frasecita: «¿pero es que tú sabes quién soy yo?». Y pues sí, el director bien sabía quién era ella. Pero le aceptó la renuncia igual.
Vivimos en un mundo de economías y reglas ajustadas. Lo imagino como un corsé. Sí, de esos victorianos. Si la actriz sigue siendo famosa o la escritora leída, no lo puedo adivinar hoy.
Como colofón, me pregunto si yo voy a tener que llegar a la edad o la circunstancia en la que a alguien le voy a espetar la frasecita: «¿pero es que tú sabes quién soy yo?».
Y pues francamente espero que ese día no llegue nunca.
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