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En peligro de extinción: los hobbies

El doctor que escribía sonetos; el ingeniero que todas las noches se encerraba en su estudio –y en sí mismo– para «armar carritos»; el arquitecto que cuidaba su jardín y que se entusiasmaba implotando su bonsái; la señora –«la señora de la casa»– que se fascinaba estudiando la literatura del Siglo de Oro, incluso tenía por ahí un libro de ensayos guardado en el baúl; el contador que sentía alegría de veras con los vinos, que visitaba todos los viñedos, probaba nuevas cepas y abría y abría botellas; la alta ejecutiva de piernas patizambas que se desestresaba no haciendo yoga, sino montando, todos los domingos, religiosamente, su caballo…

Cualquier hobby, aunque se realice en compañía, es una actividad íntima, sincera, auténtica. Una ocupación completamente inútil y perfectamente absurda. Quizá por eso los hobbies están en peligro de extinción. En estos tiempos prácticos y productivos, fugaces y estériles no hay espacio para pasiones absurdas y extravagantes.

Hay espacio para el trabajo, cualquiera que éste sea: económico, social, familiar, deportivo. Ganar dinero, frecuentar a los amigos, apoyar a la familia, mantenerse saludable. Todo en regla, una vida correcta. Pero también una vida corta, pues un día te jubilas, tus hijos se van de la casa, tus amigos se mudan a los Jardines del Edén y te quedas con tu vida correcta y con tu muerte segura, que, por cierto, es lo más correcto en esos casos.

Un hobby no es un gusto –no es ir al cine, no es platicar con los amigos, no es correr, no es ir a conciertos–, un hobby es una pasión. Que desaparezcan los hobbies es sólo un eufemismo para decir que se extinguieron nuestras más íntimas y auténticas pasiones.
 


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En buena medida, conocer es traducir, dice Juan Villoro. Un buen traductor es, antes que nada, un buen lector; el gran conocedor de un texto. El traductor no sólo traduce las regiones explícitas de un libro, sino también, y sobre todo, el carácter implícito de las palabras, es decir, lo que está entre líneas: las ideas, el discurso, los sentimientos, el tono, el ritmo, el estilo, la espontaneidad del lenguaje; para decirlo de forma pomposa: el espíritu del texto. Traducir algo de forma literal es ir contra el sentido común. Por eso a veces es tan difícil encontrar una buena traducción, sobre todo de los textos que son de alguna forma poéticos. No existe problema alguno con el manual de la aspiradora; encontrar una buena traducción de Pessoa requiere un poquito más de tiempo. Al leer una traducción, hay que ser conscientes que siempre habrá una pérdida en el texto traducido. Por ejemplo, el español no tiene palabras para saudade, spleen o weltschmerz. Sin embargo, muy de vez en cuando, esa pérdida de la traducción puede llegar a ser paradójicamente una ganancia. Traducir del francés al español significa afrancesar el español, es decir, enriquecerlo. Una buena traducción enriquece el idioma.   Breves recomendaciones: Elige editoriales que respeten la literatura. Algunos ejemplos de editoriales serias: Fondo de Cultura Económica, Cátedra, Alianza, Siruela, Nórdica, Acantilado, Pretextos, Sexto Piso y, casi siempre, Anagrama. Evita: Editores Mexicanos Unidos, Editorial Valdemar y Lectorum. Respeto editorial significa poner el nombre del traductor en algún lado. Googlea al traductor para ver qué tan reconocido es. Si en el libro no aparece ningún traductor, cómpralo para la chimenea. Invierte. Los libros con buenas traducciones suelen ser más costosos. El más caro no es el mejor traducido, pero el de $20 sí lo tradujo una máquina. Para poesía, conviene comprar una edición donde venga el poema original al lado del poema traducido. Así, por un lado, puedes sentir la oralidad y la plasticidad del alemán (aún sin entender palotada de lo que estás leyendo) y, por el otro, el significado del poema.   Lecturas sobre la traducción: La tarea del traductor, de Walter Benjamin; El traductor, de Juan Villoro; Decir casi lo mismo, de Umberto Eco.   ...

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