Un amigo tiene en su cocina un calendario con fotos de vagabundos antes de ser vagabundos: bebés, niños y muchachones de clase media y mirada prominente. En esa colección, la foto del vagabundo actual no hace falta. Todos son más o menos genéricos, por lo menos en foto. Vagazombies.
El que aparece aquí leyéndose a sí mismo su propia mano –nunca la experiencia de lectura había sido retratada de forma tan certera– es el vagabundo de nuestra cuadra. Hay muchos vagabundos más o menos populares en el centro de Querétaro. Este es uno de ellos. Todos tienen entre 50 y 60 años. Un mito urbano dice que en los 80s circuló un lote de ácidos adulterados. Dicen que los junkies de entonces se dieron un pasón que los dejó así: libres y desorientados. Vagabundos.
Antes de tomarle la foto a nuestro vecino errante –el máximo representante del ocio que conocemos– le preguntamos qué estaba leyendo. «El futuro que me deriva», nos contestó. Con su críptica respuesta nos dio una idea, hacer el reflejo exacto del calendario de nuestro amigo: una serie de retratos de empresarios, ejecutivos y trabajadores empedernidos recién retirados: adultos de clase alta y mirada decaída. El pasado certero es tan desgarrador como el futuro trunco.
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