Puestos a analizar, la primera pregunta que surge cuando hablamos de niños diabólicos no es qué o quiénes son, sino si merece la pena matizar y suavizar el adjetivo. Esperemos a conocerlos para emitir un juicio. Partamos del hecho de que se nace libre de culpa y pecado. Incapaces de hallar rótulos numéricos ocultos bajo la cabellera, asumimos que los niños al nacer no son otra cosa que materia dúctil y dispuesta; se encuentran más allá del bien y del mal. Al niño diabólico se le forja con tenacidad y desatención. Ya desde el vientre materno se le ha mimado con riguroso esmero, atendiendo cada una de las recomendaciones del especialista en turno. Quizá nacerá en una tina con agua perfumada y dispondrá de una incubadora feng shui, decorada con algún detalle afín a la personalidad que ya ha dejado entrever incluso antes de nacer. Si se le lleva oro, incienso o mirra, él, a cambio, dará una pequeña dotación de frutos secos –posiblemente orgánicos– junto a una tarjeta que diga «El placer es todo mío», con su firma y un escudo de armas ad hoc.
Los padres del niño diabólico usualmente han planificado y agendado la concepción y nacimiento del retoño para estar seguros de que podrán darle lo mejor. Antes el oficio de padre y madre era algo que se iba descubriendo sobre la marcha y nada ni nadie podía enseñarlo. Hoy en día abundan la literatura para padres, los especialistas, puericultores, etcétera. Así, todo lo que se le da al niño obedece a algún propósito y cada instante debe ser aprovechado para su gozo, y, en sustitución de la educación, se habla de «formación». Algún día el bebo habrá de salir al peligroso y competido mundo exterior y ser un profesional exitoso y un adulto estable. Asediados por la oferta, los padres asumen su incompetencia y dejan al niño en manos de los que saben. Se convierten en proveedores, mecenas y observadores de la formación de sus hijos. Nada de enseñarles mecánica bajo el rayo del sol en un acotamiento, o a andar en bici un domingo por la tarde viéndolos caer repetidamente. En vez de eso, se les inscribe en el kínder que ofrezca cursos de robótica, o se contrata un maestro de bici que, de ser posible, los introduzca en dicho arte, con algún simulador virtual enormemente pedagógico. Si hablamos de castigos, quizá los más violentos subcontraten a algún «propinador de nalgadas» que haga visitas a domicilio y use guantes de látex.
El niño diabólico es aquel que recibiendo en principio de manera involuntaria todos los agasajos, cuidados y atenciones personalizadas, se regocija en ellos y, como el león que ha probado la sangre humana, se vuelve adicto a las delicias del agasajo. Si tras esta investigación alguien se apresta a identificar y denunciar a algún niño diabólico, posiblemente el progenitor de la criatura, visiblemente abatido, proclame su inocencia: «Oh! Infame y falible puericultura, mira al producto de tu ciencia, yo sólo soy su padre».
Cabeza – Conocimientos. Robótica, riesgo cambiario, juegos de Nintendo, perspectivas de crecimiento o recesión.
Cabeza – Psique. Mente desentrañada y en armonía… consigo mismos únicamente.
Boca – Lenguas y terminologías. Hablan, por lo menos, inglés británico y mandarín ejecutivo. Cuando les dicen que están en las nubes con sus aparatos, ellos corrigen: «in the cloud».
Corazón – Afecto. Adoran a Justin Bieber, admiran a Steve Jobs, tienen cierto aprecio por sus padres.
Gusto – Paladar. Beben únicamente bebidas embotelladas, llevan una dieta balanceada, hacen «fuchi fuchi» a los platillos típicos regionales y son alérgicos a los dulces tradicionales.
Manos – Gadgets.Se comunican y coordinan su agenda mediante sus smartphones. También ocupan sus gadgets para dispersarse y evadir indeseables.
Manos – Comunicación. Con manos recién salidas del manicure, practican el lenguaje con señas que aprendieron en la escuela (aunque no conocen a ningún sordomudo).
Pies – Saludo. Como a los papás ya no inculcan la disciplina ni el respeto, sus hijos los tratan con los pies. ¡Bullying a los padres!
Particularmente notorias son sus fiestas; los niños diabólicos tienen hasta 100 temas distintos para escoger: piratas, cenicienta, dinosaurios, los 60’s y, quizá algún día no muy lejano, corredores de bolsa o yogis esotéricos. En cada uno de los temas se monta la escenografía que los mocosos juzguen creíble, se contrata a actores que resulten convincentes para su delicado gusto y se les viste y maquilla con tocados y ropajes de época. El teatro del absurdo.
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