Hay días en que hubieras preferido no levantarte de la cama. Lo peor que puede pasar en estas fechas es que ese día sea justamente cuando tienes que ir a un concierto, cuando te despiertas y, como si tuvieras resorte integrado, ya estas de pie poniéndote unos jeans, una playera y unos tenis, lista para unas emocionantes horas de música en vivo. Hay situaciones que a veces no pueden ser ignoradas ni por el más pacífico ser del planeta, y un concierto se puede convertir en el escenario perfecto para poner en prueba la tolerancia. Eso me paso a mí.
Había comprado una entrada VIP. Cuando entré al recinto, descubrí que la ventaja del boleto no consistía en acceder a una parte más cercana al escenario, sino el lujo de entrar a un área apartada, «exclusiva». Está bien, fue mi error por no consultar el mapa de asientos. Pensé que por lo menos podría descansar en los finos sillones blancos en lo que la banda empezaba a tocar, pero no pude porque tenía que consumir una excesivamente cara botella de alcohol. No podías pedir una cuba nada más, ni una simple cerveza.
Como no iba acompañada ni quería tener la necesidad de ir constantemente al baño, ni tenía dinero para pedir una botella, decidí esperar de pie como las personas de la sección General. Ahí sí vendían cerveza, y a buen precio. Me acerqué al puesto más cercano y, mientras aguardaba, un joven que no tendría ni 17 años ignoró la corta fila, encontró un hueco y se nos coló a todos. Le dieron la cerveza en un envase de vidrio. Eso no está bien, pensé, ¿para qué te revisan en la entrada y quitan las hebillas de los cinturones cuando las verdaderas armas están adentro?
En fin, no pasó nada grave, nadie aventó botellas o vasos de vidrio, ni siquiera cuando el sonido se fue por dos minutos y siguió fallando el resto del concierto. Dieciséis canciones y media conformaron el setlist esa noche. Dieciséis canciones en las que no pude encontrar un lugar dónde observar tranquilamente el show. La cuerda de una cámara digital se balanceaba enfrente de mi cara mientras el sujeto de atrás grababa todo el evento. No importa, pensé, seguro desconoce la venta de DVDs de conciertos, y me moví para no estorbar en la realización del video.
Esta vez tenía a mi lado al fanático intenso, aquel que en lugar de gritar aullaba como lobo poseído, movía su cabeza de un lado a otro como Chucky en drogas y le contestaba al artista cada pregunta o cumplido que le hacía al público: —Hi Mexico, how you doin’ tonight? —¡¡¡Fiiiiiiiiiiiiiiiine!!! —¡You have a wonderfull culture! —¡¡¡Thank youuuuuuuuuuu!!! Caminé unos pasos más hacia un lado y mi nuevo lugar era más tranquilo, tanto que la pareja de enfrente se comía a besos.
El concierto se había convertido oficialmente en una pesadilla. Y cuando creí que el día no podría ponerse peor, me dí cuenta de que me estaban intentando carterear. Pero bien dicen que de las experiencias se aprende y ahora, por cada fanático irrespetuoso o sobreextasiado en un evento, camino un poco hacia atrás. Si llego a la entrada, es una señal divina de que es mejor regresar a casa y poner el disco en soledad. El consejo que puedo dar es no juzgar a la banda por la incompetencia de las personas que la trajeron, ni tampoco por sus extravagantes admiradores.
Tenemos por acá dos grandes temporadas de conciertos. La primera es esta en la que estamos; empezó con el Vive Latino y terminará por ahí de juni...
Al Bajío a veces no llegan las cosas. Parece que estamos demasiado cerca de la capital, del norte y del poniente como para en realidad hacernos sede de algo. As...
La mordida fue la prohibición primera, y la primera transgresión también. No se sabe si Eva hizo algo más con aquel fruto, pero es seguro que le hincó el diente: fatal as...
En Instrucciones para John Howell, Julio Cortázar resume que el teatro no es más que un pacto con el absurdo, su ejercicio eficaz y lujoso. Absurdo en el sentid...