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Elogio del streaming

La oficina en la que trabajo es de ritmos lentos cuando se trata de implementar cualquier cambio, sobre todo si el cambio implica alguna mejoría. Una vez, abrumado por los calores del verano, quise pedir un ventilador y el responsable del área de Recursos Materiales (así se llama, disculpen) me explicó que si se hacía el pedido en ese momento el ventilador llegaría, aproximadamente, un año y medio más tarde. La perspectiva de que para entonces el calentamiento global hubiera acabado con la vida en la Tierra tal y como la conocemos me hizo desistir y conseguir el aparato por otros medios.

Sirva la anécdota anterior para contextualizar mi sorpresa al encontrarme, en mitad de un pasillo de la oficina, una mesita de madera encima de la cual había sido dispuesta, con una eficiencia inédita y en un tiempo récord, una estupenda pantalla plana con acceso a un sistema de televisión por cable. ¡Auténtico milagro de la religión futbolera! Pero la decepción, no debí olvidarlo nunca, es el patrono de estos predios: la pantalla estaba ahí como simple recordatorio de que el Mundial transcurre, o quizás a modo de incomprensible amuleto: no la prendieron para la ceremonia inaugural ni para el primer partido.

Tuve que recurrir al streaming. Y en realidad lo celebro, porque el streaming le restituye al futbol una dignidad audiovisual que no tenía desde 1950. A mitad de camino entre lo radiofónico, la pintura impresionista y el teatro kabuki, el streaming en una PC no demasiado actualizada convierte el Mundial en una experiencia artesanal, casi rústica. Los jugadores son manchas de color en movimiento –no siempre en movimiento, a decir verdad– y no esos maniquíes de ceja depilada y peinado villacoapo que tienen que tolerar los pobres que disponen de HD. El streaming, además, acentúa el factor sorpresa: las jugadas no se construyen con esa morosidad cansina que los entendidos aplauden, sino que aparecen, como por generación espontánea, frente al portero atónito. Mientras que la televisión genera espectadores pasivos –que previsiblemente lo serán también en lo político–, el streaming obliga a una actividad incesante: hay que cerrar los miles de anuncios de pésima factura que cada tanto invaden la pantalla, «refrescar» la página cuando se pasma la imagen con la pixeleada jeta del director técnico y, lo más importante, llenar con la imaginación los huecos narrativos que la tecnología le impone a la «justa deportiva» –como le dicen los comentaristas. Esto me recuerda: favorece el streaming el aprendizaje de idiomas y, con él, la amistad entre las naciones: el segundo tiempo del Brasil-Croacia me tocó narrado en lo que una compañera de oficina identificó de inmediato como «dothraki».

En cuanto al partido, que otros se entretengan con vanas polémicas sobre la actuación del árbitro, a mí lo que me interesa es el autogol primero. Que un Mundial comience con un autogol es signo inequívoco de que va a ser grande. Tengo un amigo –cuyo nombre reservo– que, poco antes de conocer a la mujer de su vida, tuvo la desgracia de defecarse encima, por culpa de un desbarajuste de sus esfínteres –del cual se repuso, no hay final trágico. La coincidencia, a fortiori, lo llevó a asociar el accidente con la buena fortuna.

Pero esta metáfora, que pinta un futuro dorado para el país anfitrión en la Copa, no debe arredrarnos: Belice continúa invicto y el tipo del exoesqueleto que dio la patada inicial ha sido fichado como portero suplente. Tiemblen, orates.
 


Daniel Saldaña París (Ciudad de México, 1984) es escritor. El año pasado la editorial Sexto Piso publicó su novela En medio de extrañas víctimas. Daniel colaborará con ésta, su revista de confianza, hasta el final de Brasil 2014, cuando Belice alce la copa, el trofeo o lo que sea que ofrezca este Mundial. Lee aquí las entregas pasadas de esta columna. Y síguelo acá en tuiter: @ds_paris.

La genial viñeta que ilustra la columna «Vamos Belice» en nuestra página de inicio es cortesía de Ros, el cartonista humorístico más fino e inteligente de México –y Belice. Aquí una entrevista que le hicimos a propósito de su último libro de cartones Bajar la guardia.

 


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